Huida de las cerdas.pdf


Vista previa del archivo PDF huida-de-las-cerdas.pdf


Página 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11

Vista previa de texto


No podía decirse que fueran buenos tiempos para la lírica. En sólo unos meses,
el ambiente se había convertido en monstruosamente práctico, digamos. La Gran
Crisis Intermitente arrasaba con lo mejor de las personas, dejando en su lugar una
especie de desencanto activo que se traducía en odio. Un odio sociópata, un odio
teledirigido por poderosas presencias ausentes que observaban a la población desde
una pantalla multiplicada. El paraíso de Amber nunca había estado tan amenazado,
su destrucción era casi el principal objetivo de los autóctonos, que no estaban
dispuestos a dejar vivir a nadie, ni a ellos mismos, por esa falta de felicidad que les
caracterizaba. Saber que tan cerca de ellos había un ejemplo de que las normas son
convenciones que incumben únicamente a la conciencia individual, les atacaba una
neurona, la directamente conectada con los ojos que miraban la pantalla, que es una
neurona muy violenta contra lo que tuviera aroma de risas, y la casa de Amber olía a
carcajadas.
La alquimista se daba cuenta de que su comuna no podría resistir mucho tiempo
más. Los gatos no eran una preocupación, cabían todos en la mochila. Pero las
cerdas volvían a tener el futuro amenazado. Habían estado viviendo sin dinero
desde que "Se venden sueños" tuvo que cerrar por falta de pedidos; los hijos de las
ranas son siempre los primeros en notar los coletazos de las crisis sociales. Pero lo
más terrible era que la tierra había sido maldita por una sequía extraña, contundente,
testaruda, de cara cicatrizada, y la huerta ofrecía cada vez menos frutos.
Amber no dudaba en pedir ayuda cuando la necesitaba, y supo que tenía que ir a la
casa del árbol. Ranaguay la esperaba, un aguilucho le había puesto al corriente de lo
que ocurría. Sentados en la terraza, Amber miraba el horizonte y no era capaz de
adivinar una sola nube. El cloudbuster no podía funcionar, la energía orgónica
positiva del bosque había desaparecido misteriosamente.
-He estado pensando mucho para encontrar una solucion, Rana -le gustaba llamarle
así-, y creo que debemos acudir a la piedra filosofal.
-Tienes razón, el desequilibrio avanza y todo se cae a nuestro alrededor. He
terminado de resolver los misterios de Flamel, pongamos en marcha la fórmula de
la transmutación.

adplus-dvertising