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En las ilustraciones de los libros que leía de pequeña, las luces que se veían a los
lejos siempre eran símbolo de una fuente de calor.
Así ocurría cuando por ejemplo, alguien se perdía en una montaña y de pronto veía
una luz, o cuando un personaje errante sentía nostalgia al contemplar la luz, los
ruidos y las voces procedentes del interior de las casas.
Naturalmente, también existían historias en las que, tras encontrar esa luz,
acacecían sucesos imprevistos y espantosos. Pero lo que se experimentaba al ver
esa luz era universal: la sensación de un calor eterno, común a todas las naciones del
mundo.
A propósito de esta idea, guardo un recuerdo un poco complicado.
Cuando era pequeña, solo tenía un amigo. Dado que era un chico, podría decirse
que fue mi primer amor.
Se llamaba Makoto y era un niño dulce,apacible y de constitución débil; era el
tercer hijo de los dueños de una renombrada y antigua tienda de dulces japoneses.
Tenía una hermana mayor, de doce años, brillante y llena de vitalidad, a la que le
gustaba el mundo de los dulces japoneses y que anhelaba hacerse cargo del
negocio familiar, por lo que Makoto era como una pieza sobrante en la familia y,
considerado tan sólo el adorable benjamín, lo criaron de modo que desarrolló un
carácter débil y manso.
Desconocía las circunstancias, pero había oído decir que Makoto era hijo de una
amante del padre; sin embargo como era varón, no querían que se alejara de la
familia y al parecer lo habían adoptado a cambio de cierta suma de dinero.
El padre y la madre de Makoto eran buenas personas, al margen de que, como
todo el mundo, tuvieran también aspectos desagradables, y no discriminaban en
absoluto a Makoto. Le prodigaban tanto cariño como al resto de los hermanos, y él
caldeaba sus corazones, como si fuera la mascota de la casa, y hacía que la familia se
sintiera más unida.
Creo que, sobre todo, se debía a que era un buen chico.
No había nadie que no se enterneciera ante su aspecto angelical y su bondad.
Por ejemplo, si la asistenta mataba una cucaracha, Makoto mirababa fijamente la
escena con los ojos llenos de lágrimas. Luego hacía algun comentario elevado, del
tipo: << Es como si mi vida se hubiera cambiado por la de esa cucaracha>>.
A menudo su madre le contaba a la mía: << Mi hijo llevan adentro el pensamiento
budista que, si fuera a estudiar a un templo durante algún tiempo, se volvería un
chico magnífico y fuerte; si él quiere, cuando sea mayor lo mandaremos a uno >>.