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-Makoto, por qué dará la luz esa sensación de calor ? Me refiero a la luz en medio
de la noche- le había preguntado en una ocasión.
Era una tarde como muchas otras, y yo tenía la cabeza apoyada en sus rodillas.
Makoto, que no se quejaba por el peso, había dejado el tebeo que estaba leyendo
sobre la parte superior del sofá y comía un pedazo de bizcocho que mi madre había
preparado, duro como una roca. El ruido que hacía al masticar se transmitía hasta las
rodillas, dándome la sensación de que la cabeza me vibraba.
-Supongo que la luz en sí no da calor. Eso creo yo -me respondió.
Al otro lado de la ventana se veían el río y los sauces y, más allá, resplandecían las
luces de los viejos comercios del barrio.
-En serio? Porque en los libros, a menudo, cuando un personaje solitario ve una
ventana iluminada de noche, se el encoge el corazón. Además, cuando se hace de
noche y regresas a casa en medio de la oscuridad, no te tranquiliza ver las luces
encendidas? -insistí-. No crees que las luces, cuando proceden de allí donde vive la
gente, poseen algo de calor ?
Tras meditarlo un rato, Makoto dijo:
-No. Yo creo que es la luz que hay en el interior de las personas que viven en esas
casas, y que se proyecta al exterior, lo que te da una sensación de calor y alegría.
Porque muchas veces uno se siente triste aunque las luces estén encendidas.
-Las personas tienen luz?
-Si, es posible que la presencia humana brille. Por eso una la mira anhelante y
entonces quiere regresar a casa.
Pensé que, cuando veía las luces de esas casas piloto que se utilizan como reclamo
para la venta, no sentía nada y me convencí de que Makoto tenía razón. Después
para sacudirme el tedio, me puse a jugar con la franca elástica de sus calcetines.
Haber podido acompañado a Makoto en esta vida, haberlo acompañado yo, y no
otra persona, en esos breves momentos de distracción, de aburrimiento, de
eternidad, que fueron para él los más felices, todavía hoy se me antoja en honor
extraordinario.