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más, y yo no sabía si la videollamada se había pegado o el tiempo
había decidido, como si no fueran suficientemente claras sus
determinaciones, detenerse por ratos para que nos observáramos y
yo pudiera aceptarlo todo y dejara de dar pasos hacia los lados. Así
que avanzaba, pero terminaba en los mismos lugares y pensaba que
en calles como estas que parecen túneles o pasadizos a lo
desconocido estuvo una o varias veces Lou, y de seguro se detuvo a
mirar esos recuerdos que versionaban lámparas como las de Aladino
o a conversar con los tenderos, a probar alguna comida que no
conocía y a regatear los precios exagerados que cobraban por una
túnica o un par de babuchas. Posiblemente se relajó con sus amigos y
fumaron toda una tarde mirando la playa o las mismas estrellas o las
rocas que cambiaban solo cada mil años, y me gusta creer, en este
momento, que estuvo bajo un árbol como este y que su sombra lo
protegió del calor e hizo que esa misma vez, tras reír un montón, se
durmiera lentamente, perdiera la noción del tiempo y experimentara
ese placer inigualable que solo se siente en ese pequeño espacio
entre la vigilia y el sueño, en ese extracto de realidad donde lo
imposible parece palpable y se planta frente a nosotros, por un
instante, ínfimo, que se extiende infinitamente antes de cerrar los
ojos.
*
Concepción, 11 de Abril de 2020

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