Leviatán (primer capítulo) .pdf



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25. ¿Podrás pescar con anzuelo al Leviatán y sujetar su lengua con cuerda?
26. ¿Le meterás un junco en las narices o perforarás con un garfio sus mandíbulas?
27. ¿Acaso te hará largas súplicas o te dirigirá palabras tiernas?
28. ¿Hará un pacto contigo y lo tomarás como esclavo para siempre?
29. ¿Jugarás con él como con un pájaro y lo atarás para entretenimiento de tus hijas?
30. ¿Traficarán con él los pescadores y se lo disputarán los comerciantes?
31. ¿Acribillarás con dardos su piel y su cabeza a golpes de arpón?
32. Prueba a ponerle la mano encima; piensa en el combate y desistirás.
Job, 40
1. Tu esperanza se vería defraudada, con solo mirarlo quedarías aterrado.
2. ¿No es demasiado feroz para excitarlo? ¿Quién podría resistir ante él?
3. ¿Quién lo enfrentó y quedó sano y salvo? ¡Nadie debajo de los cielos!
4. No dejaré de mencionar sus miembros, hablaré de su fuerza incomparable.
5. ¿Quién rasgó el exterior de su manto o atravesó su doble coraza?
6. ¿Quién forzó las puertas de sus fauces? ¡En torno a sus colmillos reina el terror!
7. Su dorso es una hilera de escudos trabados por un sello de piedra.
8. Se aprietan unos contra otros, ni una brisa pasa en medio de ellos.
9. Están adheridos entre sí, forman un bloque indivisible.
10. Su estornudo arroja rayos de luz, sus ojos brillan como los destellos de la aurora.
11. De sus fauces brotan antorchas, chispas de fuego escapan de ellas.
12. Sale humo de sus narices como de una olla que hierve sobre el fuego.
13. Su aliento enciende los carbones, una llamarada sale de su boca.
14. En su cerviz reside la fuerza y cunde el pánico delante de él.
15. Sus carnes son macizas, están unidas a él y no se mueven.
16. Su corazón es duro como una roca, resistente como una piedra de molino.
17. Cuando se yergue, tiemblan las aguas y se retira el oleaje del mar.
18. La espada lo toca, pero no penetra, ni tampoco la lanza, el dardo o la jabalina.
19. El hierro es como paja para él y el bronce como madera podrida.
20. Las flechas no lo hacen huir, las piedras de la honda se convierten en estopa.
21. La maza le parece una brizna de hierba y se ríe del estruendo del sable.
22. Tiene cubierto el vientre de tejas puntiagudas, se arrastra como un rastrillo sobre el barro.
23. Hace hervir las aguas profundas como una olla, convierte el mar en un pebetero.
24. Deja detrás de él una estela luminosa, el océano parece cubierto de una cabellera blanca.
25. No hay en la tierra nadie igual a él, ha sido hecho para no temer nada.
26. Mira de frente a los más encumbrados, es el rey de las bestias más feroces.
Job, 41

Capítulo I: Por tu propio bien
«Y en la profunda oscuridad permanecí largo tiempo atónito, temeroso… Soñando sueños
que ningún mortal se haya atrevido a soñar jamás.» La frase es de Poe y, por tanto, es cultura
prerrevolucionaria y vetada. A veces leo a los viejos autores —escritores de ficción, poetas,
filósofos…—, cuando la fortuna recompensa el riesgo de aventurarse en la búsqueda de lo
prohibido, y en ocasiones siento una conexión que soy incapaz de establecer con mis compatriotas
de los días de hoy que quedan encerrados por las infranqueables fronteras del viejo continente.
Ninguno de ellos parece atreverse a compartir, en efecto, mis sueños. Y si así es, nunca lo revelerán,
pues la policía política del pansocialismo lo controla todo. Pero si uno es capaz de ocultarse a su
inquisitivo escrutinio, si uno se mimetiza con los demás sin dejarse absorber por la propaganda,
entonces puede mantener algo propio, algo privativo, una sola cosa en su posesión personal: las
ideas.
La oscuridad se está cerrando. Se está cerrando sobre la ciudad. Se está cerrando sobre el
mundo. Se está cerrando sobre mí. El mismo manto de negras nubes que precipita una noche falaz y
adelantada, que extiende sus tentáculos sobre la ciudad, que arrastra la sombra y cubre con ella sus
dominios, está cubriendo la tierra entera y mi ánimo, anunciando una tormenta feroz que no
consentirá cuartel. Pero la oscuridad que cubre un mundo sometido a un proceso de podredumbre,
de necrosis de los tejidos que conforman un organismo que aún respira y se debate entre la vida y la
muerte, no se extiende sobre mí por pertenencia a este lugar sombrío, sino por ajenidad.
He dejado de reconocer mi reflejo en las aguas tranquilas y estancadas de la tierra que habito.
He dejado de reconocerlo en los rostros de sus habitantes. Donde quiera que voy, la soledad me
acompaña y aguijonea mi corazón, como una maldición, y se convierte en el mayor de los
tormentos de un mundo corrupto cuyas luces se han apagado para mí. He dejado de vivir para
sobrevivir. Solo el tiránico instinto de autoconservación me ata a la vida, sin esperanzas, sin
felicidad. Ya no atisbo la luz del día en el este.
¿Nadie aquí es capaz de ver la enfermedad que aqueja al viejo continente? Se está
extendiendo como un cáncer, como una gangrena sobre su piel ennegrecida, hedionda, purulenta y
agusanada, destruyendo todo a su paso, aun los mismos valores. Es repugnante, nauseabunda.
Europa es un miembro enfermo en un cuerpo que aún conserva un atisbo de salud, de vida. El
miembro que un cirujano amputa para salvar a un hombre.
Un trueno rompe mi reflexión. La oscuridad ya se ha cerrado. La expresión del cielo es
iracunda, inclemente. Se abren grietas en la bóveda celeste, pero la luz no se asoma tras ellas, sino
tan solo las primeras lágrimas de rabia. Y el viento se levanta más fuerte en cada envite, como un
púgil que, derribado, se yergue una vez y otra vez más con implacable y fortalecida voluntad de
campeón infatigable.
Pero el mal tiempo no intimida a la fervorosa multitud, que se ha reunido en el mastodóntico
estadio y en sus alrededores: centenares de miles, millones de personas. Todas vistiendo los mismos
colores, todas portando los mismos símbolos, todas coreando las mismas consignas. Colores,
símbolos y consignas que se repiten por todo el estadio y sus alrededores: en la cartelería, las
banderas, las colgaduras, las pantallas electrónicas, los uniformes de los cuerpos de seguridad, la
vestimenta de los civiles y la de los líderes. Berlín es uniforme.
Innumerables carteles, banderas y tapices de color azul muestran una letra sigma mayúscula
dorada en medio de un círculo de estrellas del mismo color con un lema debajo: «Por tu propio
bien.» Los colores y la simbología del Partido y del Estado, ahora entremezclados, como las propias
instituciones. ¿Dónde termina el Partido y comienza el Estado? Una de las consignas da una
orientación clara: «La mayoría es el pueblo. El pueblo es la Prospectora. La Prospectora es el
Partido. El Partido es el Estado. El Estado es la familia.»
«El Estado es la familia», repito para mis adentros. Ya no existe otra. El pansocialismo, como
indica su propio nombre, es universalista, omnímodo, totalitario. Este carácter totalizador no se
expresa tanto en un imperialismo expansionista que pretende hacer del virus una invasión global,
una enfermedad que llegue a los más recónditos lugares del mundo, como en su pretensión de

invadir todos los ámbitos de la vida del individuo. Hasta que no podamos hablar propiamente de
«individuo». Porque el individuo no tiene derecho a existir por sí mismo, como un fin, sino tan solo
como un medio, un miembro de un orden mayor que lo sobrepasa y controla. Utilizando la
terminología filosófica medieval, el individuo es contingente, pero el Estado es necesario.
Distingo tres tipos diferenciados de asistentes. El primero lo constituye la masa, vestida
invariablemente con pantalón o falda, camisa, cinturón y calzado formal de un color azul eléctrico,
a lo que se añaden fulares o corbatas doradas. Todos llevan un elegante broche circular en el pecho,
la insignia con la bandera patria.
El segundo tipo de asistentes son los líderes, sobre la plataforma erigida en medio del campo,
que añaden al uniforme sus elegantes americanas de color azul. El tercer y último grupo es el de los
miembros de los cuerpos de policía y seguridad, que llevan, por lo general, monos azules con botas,
mitones y corazas del mismo color eléctrico. Portan intimidantes fusiles de asalto en las manos,
fundas cruzadas a la espalda y pistolas enfundadas a ambos lados de la cadera, y ni las fundas ni las
armas son diferentes en color a la vestimenta. Protegen sus cabezas con cascos azules de visera
transparente. En el centro de sus petos se distingue muy bien una gran letra sigma rodeada de
estrellas. Llevan bolsas y bolsillos en las piernas, cintura y brazos para almacenar material médico,
antidisturbios y militar.
La policía, siempre omnipresente, hace un acto de presencia mayor, si cabe, a lo
acostumbrado. Se acercan elecciones y el de hoy es el acto más importante y multitudinario que las
precede. Se ha distribuido estratégicamente en las intersecciones de las calles, dentro de ellas y a
distancias calculadas y uniformes entre cada agente, en las azoteas y ventanas, en las puertas del
estadio y los edificios, en las escaleras, entre las gradas y entre la muchedumbre en el campo,
siempre de manera equidistante, meticulosamente organizada. La disciplina es férrea, la
organización perfecta.
Uno podría preguntarse qué sentido tienen unas elecciones en un país en el que se ha
impuesto la uniformidad ideológica y la oposición a las ideas oficiales es catalogada y condenada
como «discurso de odio» ilegal dentro del gran «espacio seguro» nacional, pero a uno más le
valdría no preguntárselo en voz alta si quiere evitar que los agentes de la policía política se lo lleven
para someterlo a un proceso de reeducación. Y, en realidad, los comicios tienen todo el sentido del
mundo, porque la base del pansocialismo es la democracia.
El socialismo, en efecto y de manera previsible, ha evolucionado exitosamente desde el
marxismo-leninismo, abandonando la dictadura del proletariado y abrazando la forma de gobierno
que la contemporaneidad ha consensuado como legítima desde hace siglos —si es que la
legitimidad puede ser consensuada—. El socialismo es el paradigma del superviviente darwiniano:
no importan circunstancias ni entornos, su capacidad de adaptación es prodigiosa, y aunque es
devastador para el propio medio en el que se desarrolla, siempre perdura.
El socialismo es el más poderoso de los parásitos: destruye completamente a su víctima y
sobrevive en el siguiente organismo que invade. Subsiste una peculiaridad ante las diversas
mutaciones —nacionalistas, internacionalistas, dictatoriales, democráticas, totalitarias, «liberales»,
«anarquistas»— y disfraces: la víctima recibe siempre al parásito con optimista entusiasmo. El
Canciller de Hierro, Otto von Bismarck, se asombraría grandemente de tal prodigio, como lo hacía
otrora al observar España, el país que tanto tiempo llevaba tratando de destruirse a sí mismo sin
éxito —tal era su fortaleza—. Pero España también ha desaparecido ya, porque España no era tan
fuerte como el socialismo. Ni Alemania, Francia, Italia, Gran Bretaña, Austria, Polonia, los países
bálticos y los balcánicos, los escandinavos ni los nórdicos, Bélgica, Holanda e Irlanda. Y con ellos,
han desaparecido también sus culturas, sus lenguas, sus historias, sus tradiciones e identidades. Y
solo queda la Unión Democrática Pansocialista Europea.
Un numeroso grupo de militares, cuyo aspecto no difiere en realidad del de los policías
excepto por sus colores de camuflaje, se posiciona alrededor de la plataforma levantada en medio
del estadio. Hay un policía por cada diez asistentes y un capitán del ejército pertrechado con una
armadura completa y casco integral. No es una pesada armadura medieval de hierro o acero, sino
una constituida por sofisticados elementos de fibra de carbono y materiales blandos en las zonas en

contacto con el cuerpo. El capitán bajo ella es imponente, superando holgadamente los dos metros
de altura, de brazos como troncos de árbol, espalda ancha y una robusta y saludable constitución. Se
sitúa bajo el atril de la tarima y, si parece idóneo para desempeñar su función como militar, es
porque ha sido diseñado expresamente para ello.
Como la mayoría de líderes sobre el escenario, el capitán pertenece a la nueva especie de los
novsap, y yo no soy diferente a él. Porque yo no he sido concebido, sino planificado, diseñado. Soy
un producto de la ingeniería genética pansocialista, un Homo Novus Sapiens.
En ocasiones siento odio hacia mí mismo, conceptuado y traído a la vida como una
herramienta del Partido y del Estado. Como los criadores que hacen selección artificial para crear
razas obedientes y fieles de canes, el Estado me ha traído a la vida para ser un perro sumiso y leal. Y
pese a todo y por alguna razón, en mi interior me rebelo a mi condición. ¿Quizá no constituya yo la
excepción? ¿Invaden las mentes de la mayoría de habitantes de Europa, retraídos, silenciosos, las
mismas ideas que la mía? ¿Es la naturaleza humana gregaria, o es individualista e insumisa?
Pero si la naturaleza del resto de hombres fuera similar a la mía, ¿cómo explicar la masiva
participación en las elecciones y las consecutivas victorias del Partido? El veto a la oposición es
exclusivamente ideológico, la democracia es sacrosanta. Un candidato o un partido puede
presentarse a las elecciones contra los pansocialistas siempre que no exponga un programa e
ideología discordante o, en resumidas cuentas, un discurso de odio.
Los pansocialistas vencieron primero en las elecciones antes de proscribir la libertad de
pensamiento y expresión y, hoy, en una situación muy diferenciada, siguen venciendo a través de
celebraciones con altas cuotas de participación. Quien controla la cultura, controla la política.
Construye ideas y construirás sociedades. Destruye las que sean inconvenientes y las moldearás
como te plazca.
Centenares de autodrones equipados con varias cámaras para grabar todo a su alrededor, sin
ángulos muertos, surcan el cielo como pájaros mecánicos. Captan las imágenes y las transmiten a
las antenas y servidores para que los espectadores puedan asistir vívidamente desde sus casas y los
centros neurálgicos del resto de ciudades y poblaciones al encuentro, gracias a las tecnologías de la
holovisión y la Interred. Por supuesto, solo los extranjeros pueden conectarse a la Interred. El
Estado la utiliza como medio propagandístico, pero la cuarentena establecida para acabar con la
nociva influencia exterior proscribe a los nacionales el uso de la realidad virtual conectada.
Una enorme pantalla se sitúa tras la plataforma de los líderes para transmitir las imágenes
frontales a aquellos asistentes sentados a sus espaldas, y otras tantas se mantienen sostenidas en el
aire por cables o por sí mismas, flotantes, en las calles de los alrededores del estadio.
Empieza a tronar violentamente: es el ruido de la artillería celeste que acompaña a sus
andanadas, la percusión de una violenta melodía. Las brechas del cielo se están haciendo mayores,
como bocas vociferantes, llenas de ira. El cielo se rompe, sus fragmentados pedazos caen sobre la
multitud: el agua gélida de la tormenta. La fría lluvia empieza a caer a galones, el goteo previo ha
dado paso a una caída torrencial. El viento es helado, poderoso y veloz; golpea a los asistentes y les
arroja las gotas de agua oblicuamente, de manera que las cornisas y protecciones del estadio se
tornan inútiles. Los rayos hienden de arriba a abajo un cielo que pronto cicatriza, y los relámpagos
iluminan intermitentemente una oscuridad alumbrada también, siquiera tenuemente, por los faroles
y focos dispuestos para ello. Los fogonazos a intervalos parecen una rápida sucesión de días cortos
y noches largas. Pero ni el constante y caudaloso flujo de agua ni el beligerante viento consiguen
apagar el fervoroso fuego de la multitud.
Y ahora un sonido más poderoso se sobrepone sobre el de los truenos, emitido desde los
altavoces de los autodrones y desde aquellos, de mayor tamaño y potencia, que han sido dispuestos
sobre el suelo o elevados sobre él, sujetos por cables y soportes. Y esta melodía sí provoca un breve
silencio repentino entre la multitud, roto al instante, cuando esta empieza a corear el himno con
energía. Y yo con ellos. Y no solo la prudencia me lleva a hacerlo, porque el himno es bello y
vehemente. Me invade, me transforma. Mientras suena, yo también soy socialista. ¿Qué
sensibilidad estética podría resistirse a su belleza propagandística? Todos levantan ambos brazos,
muy rectos, y forman una sigma mayúscula (girada) con las manos unidas por encima de sus

cabezas, formando dos veces el gesto victorioso que utilizaba Churchill en su guerra contra el
fascismo.
El himno anterior también era bello. Primero desecharon los versos de von Schiller, porque el
mensaje quedó obsoleto y debía cambiar. Después acabaron con Beethoven, porque Ludwig van
Beethoven es prerrevolucionario y, por consiguiente, corruptor e intolerable. No hay nada más
peligroso que la cultura prerrevolucionaria.
Se impuso para nuestro himno una nueva letra que habla de igualdad y justicia, tal como si lo
justo residiera en que todos los hombres fueran retribuidos de la misma manera al margen de sus
méritos; de libertad y de solidaridad, tal como si un hombre atado a otros por la obligación pudiera
ser libre; de fuerza y de paz, como si la segunda de sustentara en la primera; de prosperidad, de
amor a la naturaleza y a la patria europea, tal como si la prosperidad fuera un estado natural y la
patria un elemento del mundo físico en lugar de una abstracción humana; de tolerancia y
uniformidad, como si la primera no requiriera de la diversidad. Y se entremezclan en sus versos
violentos ataques contra los enemigos de Europa. Y a pesar de la violencia de la letra, cualquier ser
humano con una mínima sensibilidad artística escucha el himno con deleite y se une a aquel canto
con fervor religioso.
En aquel momento, en aquel lugar, mientras suena este himno, toda alma pertenece al Partido.
Y es así también entre los pocos —¿quizá uno solo? ¿Es esa la minoría en la que me encuadro?—
que habitualmente solo asistimos a este tipo de eventos para evitar levantar recelos y más que
recelos al rechazar nuestras obligaciones.
Callan al cabo de unos minutos los altavoces y se vuelven a oír los truenos. El estadio sigue
guardando silencio. Una figura se acerca al atril con paso firme, es una mujer sumamente atractiva.
Su cabello largo, blanco como un glaciar que nace desde su frente, resplandece como la nieve
iluminada por el Sol, como la luna llena cuando se engalana y sale a festejar en una noche
consagrada a sí misma; su penetrante mirada de ojos grandes y púrpuras, color de emperadores y de
las más bellas y singulares flores, atraviesa a las personas hasta alcanzar su corazón; su rostro es
angular y sus facciones son finas, femeninas y simétricas; sus dientes perfectamente colocados y de
un blanco casi brillante, como perlas, son parte de una boca que se tuerce a menudo en una sonrisa
cautivadora. Sus labios son discretamente carnosos; sus pestañas largas, como su fino cuello de
cisne. Sus pómulos están ligeramente hundidos. Y su tez es bronceada —no negra—, como la de un
mestizo de un africano y una occidental. O la de una mujer centro o sudamericana. O la de un
hombre norteafricano. O un indígena norteamericano, un asiático suroriental, un indio, un gitano...
Me reconozco en aquel rostro como si me mirara en un espejo: la misma belleza canónica y
programada, los mismos ojos y el mismo cabello. Todo ello está hecho para diferenciarnos, porque
dicen que somos mejores. Pero si nuestra piel fuera de un color diferente, pareceríamos monstruos,
así que algunos rasgos recuerdan a los de las razas que han de desaparecer. Es un genocidio
silencioso, sutil: sin campos de exterminio, sin fusilamientos. Pero los nuevos hombres se conciben
en probetas, no en úteros, y si alguna mujer se queda embarazada de manera natural, es forzada a
someterse a un proceso de «reversión voluntaria del embarazo».
Hay belleza en los nuevos hombres, pero lamentaría que se perdiese la beldad de la
diversidad. Hay aún cabellos que recogen el sol de mediodía en sus hebras, o la luz de un atardecer
africano, el color de la tierra fértil, de la arena costera, de una noche sin estrellas. Y ojos que
reflejan el cielo despejado de un día estival, las aguas de un estanque a través de las cuales
atisbamos el verde lecho vegetal, el gris de un cielo plomizo y amenazante, el color de la miel o del
café. Hay rostros de ébano, otros de blancura límpida, unos terceros de colores vivos y cálidos.
Otros salpicados de pecas, como las hojas otoñales sobre un suelo cubierto solo a medias. ¿No sería
tan desgraciada la pérdida de esos rasgos como la de la música de Vivaldi, la cinematografía de
Kubrick, el arte de Miguel Ángel o la de la poesía de Homero que ya nos han arrebatado?
El nuevo hombre responde a tres motivaciones: la instrumentalización del ser humano bajo
los hilos del Estado, la uniformidad y el fin del racismo y, por qué ocultarlo, la exterminación del
hombre blanco y todo rasgo propio para expiar los crímenes de sus ancestros, como si de un pecado

original heredado se tratara. Por eso el nuevo hombre se puede parecer remotamente a otras razas,
pero nunca a la blanca.
Con todo, nuestra líder es preciosa, extremadamente atractiva, embelesadora: alta y delgada
como una lanza, su cuerpo parece el de la más bella e idealizada escultura de la Antigüedad, cuando
el virtuosismo, el esfuerzo de aprendizaje y sus frutos, el trabajo constante y las proporciones
significaban algo y todo en el arte, bello por serlo a imitación de lo más excelso de la naturaleza.
Aparenta, y ciertamente es solo una apariencia, femenina fragilidad. Su ancha cadera se curva
sinuosamente hacia su cintura estrecha. Se engalana con oro y zafiros, y su chaqueta está ribeteada
con hilo áureo. Dios, qué bella es. ¿Dios? Negar su existencia era blasfemo antes, pero el sacrilegio
ahora reside en concebirla. Primero se proscribió el culto de los cristianos, aunque se toleró el de los
musulmanes para no pecar de xenofobia. El único dios ahora es el Estado providente, que merece
toda nuestra veneración.
La edad de la Preceptora no importa, la sofisticada ingeniería genética hace que aparente
siempre dorada juventud.
El mundo animal es impresionante y comprende portentos inimaginables, organismos
terriblemente exitosos y apegados a la vida: están las repugnantes ratas, que pueden portar y
contagiar decenas de enfermedades sin que ninguna se manifieste en ellas; las cucarachas, que
pueden sobrevivir a una intensa radiación letal para los demás seres, o subsistir durante días tras
perder literalmente la cabeza; están los tardígrados, que pueden sobrevivir en el vacío del espacio,
ante altísimas presiones y ante temperaturas extremas; e incluso hay ciertos tipos de medusas que
pueden revertir el envejecimiento biológico, siendo virtualmente inmortales.
La lideresa es como una de esas medusas inmarcesibles: sus células han sido programadas con
genes impropiamente humanos para burlar el envejecimiento, para que no se detenga ni ralentice su
replicación. Ha sido diseñada y creada por ingenieros genéticos como una líder perpetua.
Verdaderamente es impresionante, ni siquiera la adelantada medicina americana es capaz de
conseguir la inmortalidad. Pero la biotecnología europea es alquimia, es la piedra filosofal.
En cuanto a mí, no deseo un día más de vida, sino un fin precipitado. Desde que tengo uso de
razón, nunca he comprendido el apego más allá de lo instintivo y biológico al mundo de los vivos.
Toda dicha, todo placer, son transitorios, y se constituyen solo como bien en la medida en que
resuelven nuestro estado de privación natural, imperfectamente y por tiempo limitado.
Los filósofos cristianos explican el mal, no como una creación divina, sino como una
privación del bien, y así exculpan al Creador. Como el estado natural del hombre es en realidad
negativo, quizá debiéramos decir realmente que el bien solo existe como privación de la privación,
como ausencia de mal. Pero yo tengo un consuelo: a mí se me ha hecho más longevo y juvenil, no
inmortal. No estoy condenado a una vida eterna de padecimientos, de sinsabores, de mentiras, de
falsa esperanza. De hecho, es probable que el de hoy sea el último de mis días. Pero eso da igual.
En el futuro podrían cambiar las resoluciones del Estado, pero —en el presente— el miedo a
una catástrofe malthusiana y la búsqueda de la creatividad para el desarrollo científico-técnico de la
sociedad llevan a nuestros líderes a adoptar la resolución de fabricar seres humanos caducos y
favorecer el relevo generacional. Y al producir seres más inteligentes y con mayor capacidad de
aprendizaje, se acelera el desarrollo humano durante el periodo infantil para que un crecimiento
precipitado convierta prematuramente al niño en un elemento útil de la sociedad. La consigna es
erradicar la infancia al final. La vejez, como es inútil, se suprime también, de manera que la muerte
sobreviene al novsap en una juventud aparente.
Empiezan a repartirse pastillas entre la multitud: píldoras con una alta concentración de
alcohol, la única droga cuyo consumo permite el Estado. La única útil para la Unión. A los jerarcas
no les importa reconocer que evitar el pensamiento es uno de los motivos: «Pensar es alta traición.
La razón es contrarrevolucionaria. La filosofía es corruptora.» ¿Por qué se proscriben las demás
drogas? ¿En la búsqueda del bienestar y la salud del individuo? ¿No habría de corresponder al
propio individuo aquello, y decidir qué le conviene o qué no? No aquí, no en este tiempo. Pero la
prohibición responde, eso es evidente, a consideraciones meramente prácticas. Lo que no es útil no
debe permitirse.

El alcohol produce euforia en los consumidores, les hace olvidar sus problemas y motivos de
tristeza y les ayuda a relacionarse socialmente, y a cambio solo pide el sometimiento de la
conciencia, la suspensión del raciocinio y el abandono y entrega a la parte animal del alma humana.
¿Son perjudiciales estas cesiones? ¿No es el hombre un animal y lo más natural —y por tanto, lo
bueno— que se rinda a sus instintos y compulsiones? Y en tiempos de progreso intelectual y social
donde los animales reciben el mismo trato que los seres humanos, ¿no deben tratarse acaso los seres
humanos a sí mismos y entre sí como animales? Así las cosas, el consumo de alcohol es frecuente,
normalizado y socialmente aceptado, e incluso bien visto. Estas pastillas las proporciona con
prodigalidad, como todo bien, el Estado, y los individuos abstemios, en buena medida por su
influencia, nos hemos convertido en objeto de crítica y escarnio, y siempre estamos bajo el punto de
mira de los reeducadores.
Y, por fin, la líder toma la palabra:
—¡Saludos, hermanos, fiel, amada y grandiosa familia europea! —saluda con una voz tan
dulce como sensual, cautivadora. Tan cautivadora como firme. Tan firme como apasionada. Acaricia
el oído, pero atrae y somete la voluntad. Mientras habla, realiza el saludo fraternal y oficial de la
Unión.
—¡Alfa Sigma! ¡Alfa Sigma! ¡Alfa Sigma! —clama la multitud con una sola voz atronadora,
gesticulando como ella.
Ya no hay nombres, solo códigos: un conjunto de letras de número variable del alfabeto
griego para designar a cada ciudadano. Es mejor que usar códigos numéricos, pues solo hay diez
dígitos posibles para cada carácter numérico y los códigos resultarían más extensos.
Un código de un solo carácter utilizando el alfabeto griego puede tener 24 formas, tantas
como letras. Un código de dos caracteres, en cambio, tiene tantas formas como resultado da la
elevación al cuadrado de 24, que arroja 576 resultados. Los códigos de uno y dos caracteres, por
tanto, podrían identificar a 600 individuos diferentes. Y como el resultado se incrementa
exponencialmente según aumenta el número de caracteres, los códigos no son excesivamente largos
para el inmenso número de habitantes de la Europa unificada.
Los códigos que preceden alfabéticamente a Alfa Sigma (ΑΣ) no son utilizados, pues la
Preceptora es la primera ciudadana del Estado y su código nominal, de hecho, no significa
simbólicamente otra cosa que «principio de la suma», esto es, del pueblo y del Estado.
—¡Gracias! Mi corazón está siempre con vosotros. Como preceptora vuestra, como jefa del
Estado, no soy más que una hermana mayor velando por el bienestar de mis bienamados
ciudadanos. ¿No es gloriosa la evolución de nuestra sociedad? ¿No es la más pacífica, altruista y
unida que ha dado la historia? Es porque ahora la familia está en el Estado, como todo lo demás.
¡Todo en el Estado, nada fuera del Estado! —empieza su discurso la gran líder del pansocialismo,
con palabras sentidas y abundante gesticulación.
—¿Qué bárbaro reaccionario podría oponerse a esta fraterna organización de la sociedad,
donde todo ciudadano trabaja codo con codo con su vecino por motivos que han dejado atrás el
egoísmo individualista del capitalismo? ¡Quien habla contra ella es un criminal despojado de
valores! ¿Qué son los deleznables insidiosos que hablan en contra de nuestra gran familia,
enalteciendo modelos obsoletos de convivencia como la pareja, la familia o la unión en una amistad
limitada, interesada y egoísta? ¡Traidores, infiltrados! ¡Nuestra sociedad no engendra individuos tan
degenerados! ¡Sin duda, detrás de esas máscaras no hay más que agentes del neoliberalismo fascista
que gobierna el mundo! —acusa, soliviantando a la multitud.
No importa si los términos empleados son vacíos o contradictorios: el enemigo es el que se
señala, y se denomina tal y como se señala. Y la multitud responde con insultos, gritos furiosos y
gestos violentos: puños levantados, bruscos movimientos de sus brazos, dedos sobre el cuello
fingiendo degüellos y manos fingiendo ahorcamientos, ceños fruncidos, ojos inyectados en sangre.
—Fuera de la gran hermandad europea, ¡la amistad es traición! ¡El amor es retrógrado! ¡La
familia tradicional es contrarrevolucionaria! ¡Camaradas, no admitáis esas ideas en vuestra cabeza!
¡Estamos asediados por el enemigo, sus agentes se infiltran para socavar el pansocialismo y destruir
nuestra sociedad! Son como gusanos dentro de una manzana, como ponzoña de serpiente en un

cuerpo sano. Nos debilitan para luego arrojarse sobre nuestros restos, ¡como aves carroñeras sobre
una presa muerta!
»¡Es imperativo mantener la fortaleza! Nos rodea el enemigo, se escucha ruido de sables.
Mientras los obreros europeos cultivan los campos, Paneslavia, los americanos, el Califato, los
Estados Unidos de África y la Commonwealth encuadran a sus hombres en enormes y potentes
ejércitos y los preparan para la guerra. ¡Pero los aplastaremos! ¡Como dedos de una misma mano,
cerraremos filas para formar el puño que ha de caer con fuerza y aniquilar completamente a esos
insectos! ¡Separados somos débiles, juntos somos fuertes! ¡Unidos vencemos, desunidos
perecemos!
—¡Unidos vencemos, desunidos perecemos! —repite la masa.
Decir Paneslavia y Rusia es lo mismo porque, aunque ahora aspiran a convertirse en estado
para todos los pueblos eslavos, los rusos no renuncian a la identidad de una nación centenaria.
En Rusia siempre ha habido un zar, incluso después de la caída de los Romanov, nada importa
si su nombre ha sido Lenin, Stalin o Putin. Y siempre ha habido una autocracia, llámese comunismo
o democracia. Los rusos son gregarios, como los nuevos europeos, y siguen a un líder omnipotente.
Así las cosas, no sorprende que el fascismo haya resurgido en tierras rusas, organizando un estado
imperialista en torno a la figura de un poderoso y carismático líder, el «Padre».
Las peligrosas tensiones entre la República de Paneslavia y Europa se deben a las
pretensiones de los primeros sobre los Balcanes. El odio y suspicacia mutua fortalece ambos
regímenes, uniendo a sus pueblos contra un enemigo común —excusa muy apropiada para
controlarlos absolutamente—. Están sumidos en una carrera armamentística que parece conducirnos
inexorablemente a una guerra.
La Commonwealth, aunque mantiene formalmente su nombre, ha reforzado su unión política
y económica en nuestra era de los grandes macroestados, movida más por intereses prácticos que
por afinidades comunes. Sin embargo, sus estados del continente centro-meridional se han integrado
en la Federación Africana. Como socialdemocracia de libertades más amplias que las europeas, el
Partido la ha designado adversaria, y no escapa al entendimiento de muchos que las pretensiones de
completa unificación europea de la organización tienen mucho que ver también. Sin embargo, y a
diferencia de Paneslavia, la Mancomunidad no podría enfrentarse militarmente a la todopoderosa
Europa unificada.
El siguiente enemigo exterior del pansocialismo es el más alejado ideológicamente y el mayor
blanco de sus ataques: la Nación Libre Americana, surgida tras una dramática crisis económica y de
la pacífica Segunda Revolución Americana como una anarquía de libre mercado en la que las
corporaciones privadas han asumido el control de todos los sectores económicos, incluyendo los
que antes copaba el estado. Incluso sus fuerzas policiales y militares, así como sus tribunales, son
privados, pero todos se pliegan bajo las limitadísimas y escuetas leyes de lo que se ha venido a
llamar de manera no demasiado correcta como Segunda Constitución, articulada en torno a los
derechos a la vida, la libertad y la propiedad privada.
El equilibrio americano surge en torno a la cultura de respeto «constitucional», el control de
unas corporaciones sobre otras cuando estos principios son transgredidos y el rechazo de los
clientes a sostener tribunales y agencias de seguridad que se sientan por encima de ellos.
Por otro lado, la mayor parte del continente centro-austral, siguiendo las tendencias
panafricanas, se ha constituido como los Estados Unidos de África, en guerra contra El Califato,
que controla una pequeña porción del norte. Los EUA, hastiados de la pobreza y el control de las
potencias extranjeras, los tiranos locales y la guerra, decidieron adoptar un sistema político de
gobierno muy limitado y han progresado económicamente de manera muy acelerada y espectacular.
El Califato es una teocracia bárbara que carece siquiera de la apariencia civilizadora de
Europa, donde al menos la vida sigue respetándose, aunque esta sea una vida vacía a la que se le ha
cercenado la libertad. Está aislado diplomáticamente del mundo y se halla en una situación formal
de guerra con África, aunque esta ha quedado estancada por la incapacidad militar del Califato ante
los ejércitos africanos y los mercenarios aliados de las corporaciones americanas, que han decidido
no avanzar mucho más allá de sus zonas originales de control.

Los otros dos grandes macroestados son la Confederación del Sudeste Asiático o Sudasia,
articulada en torno a China por estados generalmente autoritarios en lo civil y libres en lo
económico, y la Federación Americana Bolivariana (FAB), que se extiende por el centro y sur del
continente y con la que Europa mantiene una apertura relativa. Según la doctrina del Partido, la
FAB no está tan corrompida ni sometida por el «neoliberalismo fascista» como el resto de naciones
exteriores.
Hay una razón para que yo disponga de esta información en un país tan hermético, y de un
cierto acceso a la cultura prerrevolucionaria —¡cultura! ¿Hay algo más genuinamente humano? Ni
la razón es más propia del ser humano que la cultura, ni más restringida a los animales. ¿No hay
simios capaces de desarrollar herramientas? Y sin embargo, no los hay cultos—, y se va a revelar
hoy. No obstante, no será antes de que termine este discurso.
—Camaradas hermanos, este año necesitamos que nos secundéis en las elecciones más que
nunca. ¡Se trata de estar preparados para una guerra en ciernes, pero también para la continuidad del
desarrollo de una sociedad próspera y sin parangón, evolucionada y desarrollada hasta cotas que la
humanidad jamás ha osado acercarse! Con este motivo, el Partido ha decidido proponer un aumento
de las cuotas femeninas de participación en los asuntos del Estado: ¡para acabar con la
discriminación machista, los privilegios de la casta opresora de los varones y para poner el último
clavo al ataúd del abominable heteropatriarcado, el Ministerio de Demografía producirá nueve
mujeres nuevas por cada varón nuevo traído a Europa!
Un sonoro aplauso y vítores suceden inmediatamente a la propuesta de incremento de cuotas.
El aplauso es unánime, pero los varones miran al suelo, avergonzados, mientras prorrumpen en él.
Es un acto de contrición necesario, para cuya persecución el Estado no ceja en su empeño de
educación, recordándonos a los varones nuestra posición congénita de violadores y maltratadores.
Siento un ramalazo de ira, jamás he tratado a una mujer como un maltratador o un abusador sexual.
Recuerdo lo que se me ha dicho secretamente sobre las cuotas, en conversaciones privadas
que escapan a la vigilancia de la policía reeducadora, aunque no puedo saber si es verdad porque
soy joven y no he vivido aquellos tiempos. Me dijeron que al principio solo eran de participación en
las empresas privadas e instituciones públicas, para evitar la discriminación y el machismo. Parece
inverosímil, ¿en qué mente racional cabe discriminar para luchar contra la discriminación y asumir
un planteamiento machista —la inferioridad de las mujeres para lograr por sus propios medios lo
que la ley quiere otorgarles— para combatir el sexismo?
Supongo que las primeras cuotas se impusieron junto a la custodia materna exclusiva, antes de
que el Estado asumiera directamente la educación de los jóvenes. Quizá se impusieron junto al
decreto de suspensión de la presunción de inocencia del varón ante denuncias de crímenes contra
las mujeres —como una mirada o conversación juzgada a posteriori por la víctima como no
deseada, crímenes intolerables de violación y violencia de género—, la esclavitud financiera y el
despojo de los varones separados.
—¡Gracias, hermanos! ¡No es la única medida planificada para nuestro futuro próximo! En
orden de mantener la paz social, la igualdad y el respeto en la convivencia, el Ministerio de Salud
Sexual quiere decretar también una reducción de la frecuencia de emisión de los debidos permisos
ciudadanos para mantener relaciones esporádicas heterosexuales. ¡No olvidéis que la
heterosexualidad no es natural, sino una construcción social e instrumento de dominación del
patriarcado! No se concederá más de una autorización administrativa para un mismo individuo en
un lapso de tiempo igual o inferior a un mes natural.
»Las relaciones no heterosexuales seguirán sin estar sujetas a limitaciones mientras no
adquieran carácter frecuente entre dos mismos individuos. ¡Se vigilará escrupulosa y diligentemente
que la sexualidad no encubra una relación ilegal, antinatural y desviada de romanticismo! ¡Por
vuestro propio bien no permitiremos engaños al Estado, solo él le debéis amor y fidelidad! —
anuncia nuestra Preceptora, esperando, como es natural, los aplausos que suceden a su propuesta.
Todo el mundo está de acuerdo también en seguir suprimiendo el romanticismo y la familia, y en
vigilar los impulsos heterosexuales.

—¡Debemos defendernos, la guerra es inminente! El Ministerio de Planificación Económica
será subsumido por el Ministerio de Guerra y la industria seguirá reconvertiéndose para seguir
produciendo fusiles, corazas, overtanques, misiles, aerodeslizadores de combate, fortalezas
volantes, vehículos de combate de infantería, poderosos y enormes buques, submarinos
portaaviones, cazas, drones y bombarderos. Pero gracias a la encomiable y exitosa gestión de
nuestros próceres, y gracias a la planificación demográfica integrada en el proceso de planificación
económica, la producción de raciones alimenticias dirigida por el Ministerio de Alimentación no
correrá peligro: no faltarán píldoras, polvo nutritivo para elaborar batidos ni inyecciones de
suplementos.
»La gula y la alimentación carnívora son vicios inadmisibles y malvados. ¡El ser humano no
vale más que el medio y especies que le rodean, esa es una pretensión arrogante! Por eso, hermanos,
nos llena de orgullo anunciar la continuidad de la producción de alimentos sostenibles, y de
proteínas y vitaminas totalmente sintéticas para asegurar la correcta nutrición, salud y crecimiento
de nuestra gran familia.
»¡El Partido puede garantizar todo tipo de productos y servicios a los obreros! La producción
de alcohol no se reducirá. El Ministerio de Educación seguirá construyendo centros de enseñanza
mientras las prisiones siguen siendo desmanteladas. El Ministerio de Salud seguirá enfrentándose a
la enfermedad, la muerte, la infancia y la vejez con su apuesta decidida por la investigación en
materia genética. El Ministerio de Ciencia seguirá investigando, desarrollando e innovando en una
puja decidida por el futuro europeo. El Ministerio de Infraestructura seguirá proveyéndonos con
carreteras y vías de ferrocarril. El Ministerio de Cultura nos seguirá suministrando libros, música,
cinematografía y arte recto e instructivo. El Ministerio de Vivienda se ocupará, como viene
sucediendo, de que nadie queda sin hogar —continúa su discurso Alfa Sigma.
No habla de cómo el Ministerio de Salud deja morir a las razas inferiores para asegurar la
hegemonía del novsap. El Estado las utiliza, pero evita desviar recursos a su supervivencia.
Tampoco menciona el hecho de que el desarrollo tecnológico de otras naciones ha dejado obsoletas
infraestructuras arcaicas como las carreteras y vías de ferrocarril. La cultura que produce el Estado
hiede y me produce tedio, no es más que propaganda. Al menos algo es verídico: ya solo queda una
prisión en uso, el país entero, y a nadie le falta una vivienda-celda bajo cuyo techo cobijarse —en
realidad, es muy apropiado, pues así el Estado puede tener localizados y controlados a los
ciudadanos—.
No hay prisiones como las de antes porque el proceso de reeducación es espeluznantemente
efectivo para una persona en pleno uso de sus facultades mentales. En cuanto a los enfermos y
disminuidos psíquicos… No se habla de ello, baste decir que no resultan demasiado útiles al Estado
y, por tanto, no tienen derecho a existir, como los discapacitados físicos a los que no se les puede
asignar tareas.
—Hermanos, ¿no os dais cuenta de lo afortunados que sois de vivir tiempos tan gloriosos?
¡Ninguna nación, en ningún periodo histórico, ha podido proveer jamás tal bienestar a los
ciudadanos! Gritad conmigo: ¡Viva Europa! ¡Viva el pansocialismo!
—¡Viva Europa! ¡Viva el pansocialismo! —repiten los obreros alrededor de la abeja reina,
levantando las manos para realizar el saludo oficial. Yo no: no soy una abeja obrera, ni un zángano
como los que ocupan los altos puestos en los ministerios. Yo soy una abeja soldado.
Es el turno de los ministros para dirigirse al público. Casi todas son mujeres. De manera nada
sorprendente para mí, los altavoces empiezan a emitir sonido de nuevo, pero no hay nadie ante el
micrófono todavía. Es Beethoven, esta vez sí. Beethoven, gran amante de la libertad y aborrecedor
de los tiranos. Suena junto a von Schiller. Surge un gran desconcierto, todos miran a su alrededor
con nerviosismo. Contengo una carcajada de felicidad.
Las pantallas se apagan. Se vuelven a encender. La bandera de la Unión Europea aparece otra
vez, pero hay algo diferente en ella: las estrellas se han convertido en eslabones rotos de una cadena
dorada, la letra sigma es ahora una «a» mayúscula. No una letra alfa, sino la primera letra de una
palabra cuyo origen es, por lo demás, griego también: «anarquía». El fondo es ahora negro, no azul.

La policía empieza a moverse, tratando de apagar los monitores y los altavoces. La gente evita
mirar las pantallas. Los «camisas rayadas», los agentes del Ministerio de Educación, están en
camino, lo sé.
Cuando niego la diferencia entre el capitán al pie del escenario de los líderes, ese patíbulo de
la libertad lleno de verdugos, y mi propia persona, lo hago desde la literalidad absoluta:
compartimos la misma identidad. Ordeno a mis hombres subir. Se espera que cerremos filas para
proteger a los próceres del Estado. Se sospecha lo que yo sé con certeza fehaciente: la Resistencia
está detrás de este sabotaje.
La bandera queda en un segundo plano, colgada detrás de un individuo muy reconocible: el
enemigo público número uno del país, el terrorista Prometeo. Se presenta sin máscara ni miedo a
ocultar su rostro, pues huyó de Europa años atrás y su paradero es desconocido. Su apariencia no es
la de un combatiente ni un criminal, ni la de —lo que es, sin duda, peor— un político: lleva
pantalones rojos, americana azul y una camisa celeste con rayas blancas, como si cuidase su aspecto
de manera vanidosa y gustase de llamar la atención con colores llamativos y armoniosos, pero
huyendo de formalidades. Es bien parecido, va afeitado, su cabello está bien cortado y peinado, su
cinturón es del mismo color y tono que su calzado. Parece un amante de la mercadotecnia, un
creyente de la religión de los mercados libres. Su voz empieza a escucharse con claridad.
—¡Salud, prisioneros del sistema! Me precede, no la fama, si no la infamia, pues se me ha
convertido en vuestro enemigo irreconciliable. Mi nombre copa los titulares, mi rostro y la bandera
que exhibo se han tornado en símbolos de horror, imágenes difundidas para identificar a un
peligroso traidor y criminal que debéis evitar y temer. Veis mi cara difundida como la faz del
enemigo público número uno, para que me deis caza y me entreguéis a vuestros propios captores.
¡Yo soy Prometeo, la mayor amenaza del Estado!
»¡Un velo de engaños cubre vuestro mundo! Vengo a presentarme, no como un terrorista, sino
como el portaestandarte de la libertad. No como un monstruo, sino como un hombre. No como un
enemigo, sino como un amigo que tiende la mano. No como un asesino, sino como un defensor de
la vida. No como un extorsionista, sino como un consejero generoso. No como un psicópata
insensible al sufrimiento ajeno, sino como un filántropo. No como el estridente chillido de la locura,
sino como la voz de la razón. No como el ladrón de lo que os pertenece por legítimo derecho, sino
como el garante. No como un traidor, sino como un hombre fiel a su propia causa y a la causa de la
entera humanidad. No como un desertor, sino como un rebelde. No como un maleante, sino como
un hombre de justicia. No como un mentiroso, sino como el delator de los traidores a la verdad. No
como un belicista, sino como un mensajero de la paz. No como el defensor de los tiranos, sino
como el de los oprimidos. ¡El de los esclavos, no el de los esclavistas! Vengo a llamaros a la
revolución de los encadenados. Aquí rechazo todas las acusaciones y mentiras que se vierten sobre
mí. Aquí me presento a vosotros. ¡Aquí declaro una guerra abierta y sin cuartel al Estado! ¡Aquí me
levanto y os llamo a la insubordinación!
Un silencio sepulcral, no de respeto, sino de ominoso terror, de inquietud, de incredulidad, se
ha apoderado de la multitud. La tormenta continúa castigándola. Los hombres contienen la
respiración. La policía ordena a la muchedumbre que deje de mirar las pantallas y todos los
presentes que aún fijan la vista sobre ellas la retiran con intachable obediencia. Se tapan los oídos a
las órdenes de los fuerzas del orden. Se acercan los reeducadores. «¿Quizá todo aquello es solo una
escenificación perpetrada para identificar a elementos subversivos?», seguro que así piensan.
—Estáis cargados de cadenas: algunas os las han impuesto y otras os las habéis colocado
vosotros mismos. Me refiero a los grilletes invisibles con los que engalanáis vuestra frivolidad y
aprisionáis la mente: las falsas creencias, la pereza intelectual, la receptividad ante la mentira, la
suspensión del raciocinio, la sofística en la defensa del instinto, la predisposición a aceptar lo
cómodo y consensuado. Hasta que no os liberéis de la prisión que habéis construido para el
intelecto, no os libraréis de la otra prisión que se ha construido para vosotros, superpuesta a la
realidad, sin barrotes, pero limitada por los muros de las fronteras.
»Habéis acudido masivamente aquí, como un rebaño ante la llamada del pastor, para prestar
vuestro apoyo a una dictadura y a su tiránica líder. Y más grave aún: en unos días acudiréis a las

urnas, adonde se os llama hoy, para revestir de falsa legitimidad a este monstruoso gobierno. Y tras
mostrar los resultados del recuento del contenido de las urnas, donde no solo depositáis vuestra
voluntad, sino también vuestra dignidad y derechos, así como los de los demás, os dirán que todos
los atropellos que sufrís y sufriréis son de justicia, pues habéis otorgado un cheque en blanco a
vuestros ministros.
»He aquí una verdad: los talones que entregáis son cheques sin fondos, sin un respaldo moral.
Porque, ¿qué base, qué verdad subyacente hay en vuestra pseudofilosofía, la que identifica lo justo
y legítimo con la voluntad de la mayoría? ¿Cómo podríamos decir que el bien objetivo, el de la
humanidad, no el del individuo aislado ni el de los colectivos organizados, es este? ¿Que, a razón de
su número, dos individuos pueden sentenciar legítimamente a otro a la privación de su vida, su
libertad y su propiedad? ¿Es eso lo que llamáis moral? ¿Es eso lo que llamáis triunfo de la utilidad?
¿Utilidad para quién? ¿Y hasta cuándo? El que a hierro mata, a hierro muere. Y todos los privilegios
que aceptéis hoy a costa de la violencia, opresión y latrocinio contra los demás, se volverán un día
en vuestra contra, cuando un grupo más fuerte o numeroso reclame algo que tenéis y que
ambicionan.
»La democracia, no importa la forma en la que se manifieste, y verdaderamente abrumadora
es la manera en la que se ha articulado en este tiempo y lugar, como un estado colosal y totalitario
cuyos tentáculos lo abarcan todo, es la forma pretendidamente civilizada en la que se manifiesta una
ley de animales, no de hombres: la ley de la selva. No se trata ya de la supervivencia del individuo
más fuerte a expensas del débil, sino del colectivo más numeroso, como una marabunta de hormigas
que somete, destruye y devora a enemigos de mayor tamaño. Pero la talla superior de vuestros
enemigos es intelectual. Por eso habéis destruido a los empresarios, a los trabajadores que rebasan
los límites de la mediocridad y a los librepensadores. Y con ello habéis arrojado arena a los
engranajes de la producción y de la evolución humana.
»¡Mírate, decadente Europa! ¡Te crees en la cúspide la evolución, pero has quedado
paralizada en el tiempo! Mientras los europeos han dejado de engendrar a sus hijos para
producirlos, para convertir al hombre en medio y no en fin en sí mismo, mientras se atreven a
sostener que el suyo es el siguiente y último paso en la evolución del hombre, marcando a sus
creaciones como reses o esclavos, con el violáceo en sus ojos y el blanco en sus cabellos,
despreciando al resto de seres humanos, su desarrollo científico y tecnológico se ha estancado.
»Los vehículos de los civiles europeos circulan por la tierra, pero los de la Nación Libre se
deslizan por el aire. Las europeos transforman a sus vástagos en esclavos mediante ingeniería
genética, mientras que los hombres libres crean sofisticadas máquinas de inteligencia y habilidad
sin límites para realizar sus trabajos. Las ciudades europeas se extienden sobre la tierra, mientras las
norteamericanas se elevan por encima de la altura de la montaña más colosal, flotan y se deslizan
sobre el agua, se sustentan y desplazan en el aire, se extienden bajo la superficie terrestre o se
cimentan en el lecho submarino —continúa el antisistema.
Entre la muchedumbre, mientras el discurso prosigue, empiezan a abrirse paso unos
individuos recién llegados mientras los demás se apartan respetuosamente para hacerles sitio, con
inquietud reflejada en sus rostros y nerviosos movimientos. Su vestimenta y actitud, calmada y
vigilante, los delata como los policías de la Agencia de Reeducación, que descienden también en
pequeños aviones de aterrizaje vertical y helicópteros a los que la multitud cede espacio para que
tomen el estadio y el centro de Berlín completa y rápidamente. Llevan inmaculados trajes y zapatos
de color azul eléctrico y camisas de rayas verticales azules y doradas. Examinan atentamente a
todos los congregados, dirigiendo la vista a sus alrededores, intentando localizar el más levemente
sospechoso movimiento. El discurso del alborotador continúa emitiéndose entretanto.
—Es hora de que abráis los ojos hacia las verdades más elementales. Si la censura y el
aislamiento forzado os ocultan parte de la realidad, dirigid la vista a todo aquello que escape de su
control y manipulación. El conocimiento empieza con los sentidos, son vuestra primera
aproximación a la verdad.
»Los sentidos captan las imágenes y la razón las modela y conecta. Un hombre privado de
vista, oído, tacto, olfato y gusto es un hombre privado de la capacidad de conocer, y nada hay en el

mundo a lo que pueda dirigir su reflexión. El conocimiento no es un don divino ni natural, no es el
resultado de la acción de una mente desconectada de los órganos sensoriales. No es innato ni
gratuito, sino adquirido. Es el fruto de la experiencia.
»Nunca digáis: «Los sentidos me engañan, cada hombre percibe la realidad de manera
distinta y no hay una verdad subyacente a la que aferrarse». La consecuencia de este error es
sostener que el bien y el mal no existen como absolutos, sino como relativos, que no existe una
moral que pueda poner límites a nuestra voluntad en nombre del progreso y la felicidad de la
humanidad; tal manera de pensar es inadmisible y destruye a las sociedades. Y así quieren que
penséis los secuestradores de vuestra voluntad, porque si no hay mal objetivo, ellos no pueden
encarnarlo. Y entonces el consenso de una mayoría sustituye a la verdad. Os dicen: «No hay
verdades universales», ignorando el hecho de estar sosteniendo una, la de la propia privación de
tales.
»Embriagaos con el veneno que os suministra el Estado para haceros más dóciles y veréis
objetos duplicados. Entonces diréis: «Me engaña la vista porque veo dos donde hay uno». ¿Os
engaña la vista? Preguntadle a un hombre sobrio qué es lo que ve y captaréis ambas partes de la
realidad para tener un conocimiento completo.
»La visión doble le dice al hombre ebrio: te has intoxicado consumiendo un producto que
tiene la cualidad de producir un funcionamiento anómalo en tu visión. Y así, el hombre ebrio,
considerando el conocimiento experiencial del hombre sobrio, así como el suyo propio e hilando las
imágenes sensoriales con el instrumento de la razón, captará los tres aspectos de la realidad: la
existencia de un objeto material en su campo de visión, la visión distorsionada y doble como un
efecto del alcohol y su propio estado de embriaguez. Y aunque hayáis captado diferentes partes de
la realidad por separado, no podréis decir que los sentidos os engañan por ello, porque si así fuera,
¿cómo podríais sostener que los sentidos son engañosos, sobre la base de una herramienta de
conocimiento inválida que habéis utilizado para declarar su propia invalidez?
»¿Qué os dicen a vosotros, pues, vuestros sentidos? ¡Destapaos los oídos! ¿Cuál es la primera
palabra que oís de boca de un niño cuando empieza a articularlas? «Mío.» ¡Retirad la venda de
vuestros ojos! ¿Qué impulsos observáis en la naturaleza? ¿Cómo se comportan los animales, aun los
animales racionales, esto es, vuestros congéneres? ¿Acaso no hay tres valores más evidentes que los
demás? Animales defendiendo su vida ante los depredadores. Animales defendiendo su libertad,
rehusando el cautiverio y la dominancia de otros individuos. Animales defendiendo su propiedad,
reacios a ceder su territorio y presas.
»¡Ah, pero el buen observador verá también otras compulsiones, otros comportamientos, otros
instintos! Animales sometiendo a otros, animales apropiándose violentamente de las posesiones de
sus congéneres, animales segando vidas. Y se dará cuenta de que se destruyen los unos a los otros
en un fútil intento de supervivencia, pues cuando solo el más fuerte sobrevive, lo hará únicamente
hasta que aparezca otro que pueda derrotarlo.
»La plenitud, y en buena medida la supervivencia de las criaturas, no radican en su violencia,
sino en el ímpetu con el que se aferran a la vida, la libertad y la posesión, los únicos instintos que no
se superponen entre sí ni sobre los demás.
»Y es mérito de la razón, el don exclusivo del hombre, el más valioso de los regalos que la
naturaleza entregó a ser viviente jamás, aprehender estas verdades y conducir al ser humano a un
pacto por su mutua supervivencia y progreso: el de la paz. Así nacieron los derechos reales, los
racionales, los que se levantan como murallas que delimitan el alcance de la voluntad y se
interponen entre la violencia y el instinto y la vida, articulándose en leyes que solo los garantizaban
a quienes se adscribieran a ellas, absteniéndose del inicio de la violencia. Por convención se dice
que son el derecho a vivir, el derecho a la libertad y el derecho a la propiedad y, sin embargo,
propiamente solo hay que hablar de uno: el sagrado derecho de propiedad. Porque el derecho a vivir
y a hacerlo en libertad es el derecho de propiedad de la psique sobre el propio cuerpo.
»Entonces aparecieron los tiranos y pervirtieron los conceptos, revistiendo el instinto de falsa
racionalidad. Establecieron falsos ídolos: falaces derechos incompatibles entre sí y que socavaban el

genuino derecho de propiedad. Y establecieron diferencias entre los hombres, separándolos en
privilegiados que poseían tales derechos y oprimidos que no.
»Crearon leyes paralelas, desprovistas de la virtud original. Sistematizaron e
institucionalizaron la violencia, construyendo jerarquías desde arriba y sometieron a los ciudadanos
a los designios de los jefes de la organización política. Esta es la génesis de los estados:
instrumentos de dominación que dividen a la sociedad entre amos y esclavos, entre productores y
ladrones, entre asesinos y asesinados, entre víctimas y victimarios.
»¿Seguís sin creer en la existencia del mal? ¡Mirad a vuestro alrededor! Existe una lucha en el
universo que comienza y termina con el propio hombre, la única que importa: el bien contra el mal,
la razón contra el instinto, la producción contra la destrucción, la moral contra la devastación, la
felicidad contra la desdicha, la involución contra el progreso. Y esta lucha se reproduce a todas las
escalas y en todo lugar donde un hombre pugne por sobrevivir; su destino depende de si es capaz de
vencer a su naturaleza animal y abrazar la razón o, por el contrario, es demasiado débil para ello, en
cuyo caso la humanidad está condenada inexorablemente al fracaso.
»¡El mal anida en la negación de lo que os hace humanos y felices! ¡No renunciéis al amor, la
familia ni la amistad! ¡No renunciéis a dejar algo atrás y a darle un sentido al sufrimiento vital!
¡Amad de verdad, no como los animales! ¡Comprometidos no solo física, sino espiritualmente! El
placer corporal es limitado e insaciable, la paz del espíritu por amar y ser amado es infinita. La
cópula nunca fue amor. La amistad nunca fue ciega a las necesidades y el padecimiento del amigo.
El Estado nunca fue familia.
»¡Despierta y escoge bando en esta guerra, Europa! ¡Tu tiempo se está acabando! Aquí
concluye mi mensaje, pero aquí empieza también tu respuesta —termina su discurso el agitador.
Las pantallas se apagan y los altavoces enmudecen, pero el mensaje ya ha sido entregado. Los
reeducadores siguen observando cada movimiento de los congregados, atentos a cada palabra que
pueda salir de sus bocas como respuesta a lo que han escuchado. Sí, aquí comienza también mi
respuesta. Giro sobre sí mismo y quedo frente a la líder del Estado.
—¡Sic semper tyrannis! —gritó con todas mis fuerzas, como los asesinos de César y de
Lincoln, y aprieto el gatillo de mi fusil.
No ocurre nada. Mi arma no genera el haz de luz mortal que debía unirnos y arrebatar el
aliento a la dictadora.
Me han descubierto, lo han sabido todo este tiempo, no he podido ocultar mis intenciones al
monstruo. Los agentes del Ministerio se dirigen a la plataforma mientras mis subordinados armados
me rodean. Recibo un tremendo golpe con la culata de un fusil sobre la boca del estómago y
expulso el aire de mis pulmones con un quejido. Doblo la rodilla sobre el suelo tras notar una fuerte
patada en la corva. Los golpes se suceden. Y de repente, todo se pone negro. La oscuridad se ha
cerrado.


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