Entrada de las cerdas en el mundo de Amber.pdf


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conocía o era familiar de los mineros. Costó mucho tiempo superar aquel desastre, y
aún se recordaba el hecho con el ceño fruncido.
Esa liana trepadora, con sólo un par de hojas grandes, de un verde muy claro y lisas
completamente, cada veinte centímetros de un tallo color tierra clara casi amarilla,
delgado pero de una dureza maleable digna de admiración, no aparecía en ningún
vademecum vegetal conocido, y como la gente de la zona había jurado no volver a
la mina después de la tragedia (una especie de rechazo a lo absurdo de la muerte
prematura), era muy posible que sólo la conociese Amber, que solía visitar a
menudo las bocas de las minas abandonadas: una tierra con esa cantidad de hulla y
antracita suele ser la que escogen las plantas más interesantes.
Al día siguiente iría temprano a recoger bastante San Pedro (le había puesto ese
nombre como homenaje a las víctimas de la mina, además de enviar un guiño
cariñoso al cactus mexicano que abre las puertas del cielo) para hacer distintas
pruebas, hasta alcanzar el objetivo buscado. Siempre comenzaba con una dosis
mínima que iba aumentando en cada ingesta, separando una toma de la otra por las
suficientes horas como para que el resultado no fuera acumulable. No le apetecía
nada, por ganar algo de tiempo, ingerir una cantidad excesiva y estar "escuchando"
los pensamientos de medio planeta durante horas...

Solían tener las mejores conversaciones a la hora de la siesta, cuando los jugos
digestivos son los amos del mundo y ordenan que el tiempo fluya a menor
velocidad. Se tumbaban en la piedra caliente del patio, y lo inverosímil existía
gracias a una nueva especie vegetal abrazada a los robles de una mina abandonada.