Entrada de las cerdas en el mundo de Amber.pdf


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Hay que cuidar la salud del cerebro emocional tanto como la del racional. Le
parecía importante elevarse por encima del lodo, pero también dar un puñetazo
sobre la mesa, aunque ni ella misma sabía qué iba a hacer hasta el último segundo.
Al haber nacido en lluvia de ranas de finales de verano, pertenecía a esa clase
anfibia que, sencillamente, es absurda. No se trata de una definición peyorativa,
sino la opuesta al tipo de anfibios concretos, los que nacen en otro tipo de lluvia de
ranas.
Cuando se hablaba, por lo general, de Destino, Amber creía que se hacía sin pensar
que son nuestros pies los que se mueven. Incluso en el caso más grave de conducta
inconsciente, estaba segura de que alguna pulsión de voluntad actúa para elegir
hacia dónde dar otro paso. O, al menos, que existe tal posibilidad. Le gustaban las
curvas y se dejaba llevar, para lo importante, por el aire que pudiera soplar en el
hemisferio derecho, más inclinado al placer que al orden. El izquierdo lo reservaba
para cuando había que definir estrategias de defensa que la elección del vecino
demandaba frecuentemente. Porque trabajaban en equipo, aunque a veces tuvieran
discusiones que, en el fondo, no llevaban a ninguna parte.
Un ente nocturno, un búho de salón alfombrado en terciopelo granate y enorme
espejo con marco dorado y olor a marihuana y a luminosa indolencia... una zángana
de bares cruzada con lagartija de El Retiro, llegó a ninguna parte sin saber ni
cuándo ni por qué, aunque recordaba nebulosamente de qué manera. "¿Qué será lo
siguiente?", se preguntaba en ocasiones, "¿Por qué tendría que ser aquí y no en
Toronto...?", continuaba, curiosa... A ese tipo de procesamiento de datos apunta lo
de personalidad 'absurda'.
No podía negarse a sí misma que el contacto directo con un medio selvático, para lo
que siempre había tenido la costumbre de habitar, logró despertar en ella algo que
no podría definir exactamente. Vivía sobre una tierra muy antigua, montes que a
esas alturas de su eterna existencia, comparada con la de una mariposa, estaban
exhaustos, mochos, curvados, pero que extendían el prestigio de su sabiduría hasta
casi las ciudades. Y ella podía tocarlos desde su ventana. Había conocido algo que...

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