Entrada de las cerdas en el mundo de Amber.pdf


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mundo occidental conocido, a veces se come sin hambre, es más una costumbre que
la satisfacción de una necesidad. Pero ellas... ¡cómo disfrutaban! Ahora entendía
qué quería decir la frase que tantas veces había escuchado: "comes como un cerdo",
y se daba cuenta de que no tenía nada de malo, todo lo contrario: se maravillaban
cuando veían el alimento; mientras comían, delicados sonidos de placer salían de
sus gargantas, daban vueltas sobre sí mismas, contentas porque ese día también iban
a alimentar sus cuerpos. Como en una ceremonia ancestral de acción de gracias,
pero absolutamente sincera, saboreaban cada bocado como si se tratase de un regalo
divino, embriagadas de absoluto éxtasis sensual.
Esas cosas hacían pensar a Amber que los humanos tenemos el primer chakra, por
lo general, bastante desatendido. Que queremos ser ángeles o, en su defecto,
astronautas volando más allá de los límites cósmicos registrados por la NASA,
seguir la tradición de los marinos seducidos por los cantos del misterio y extender
fronteras, haciendo estallar lo imposible. Pero sin una raíz bien asentada dentro de
la tierra, nutrida por hierro, agua, magnesio y óxidos de silicio que la mantengan
despierta en la profunda y protectora oscuridad de los comienzos, el viaje a las
estrellas sería otro desastre, el gran fracaso de una especie avergonzada de su ser
animal, el que le dio el primer soplo de vida.
“Cómo me gustaría hablar con ellas... -pensaba Amber- ... que me contasen qué
sueñan cuando se quedan dormidas, buscándose unas a otras para no pasar frío, para
saberse acompañadas hasta que amanece...”
Y como era ligeramente obsesiva cuando una idea le parecía interesante, no dejaba
de buscar alguna solución para esa pequeña dificultad. Como siempre, recurrió a las
plantas, calladas doctoras de remedios para todos los males. Cuando aún estaba
buscando el viaje perfecto de sus colecciones, durante una de las pruebas se generó
una evidente connotación telepática. Buscó rápidamente la mezcla, las tenía todas
archivadas, aunque creía recordar que la causante del efecto telepatía era una
trepadora que localizó abrazada a los robles aledaños al Pozo San Pedro. En aquella
mina, una explosión de grisú se había llevado por delante a 18 hombres, y otros 19
quedaron heridos. Aunque fue algo que sucedió hacía ya muchos lustros, en una
zona tan microscópica en relación con el resto del planeta, todo el mundo los