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El robo de la Gioconda
https://juanmuro52.wordpress.com/2011/01/17/¡¡¡-han-robado-lagioconda/#more-1510
El 21 de Agosto de 1911, La Gioconda fue robada del Museo del Louvre y estuvo
desaparecida durante dos años y ciento once dias.

Un estafador argentino llamado Eduardo Valfiemo convenció al carpintero
italiano Vincenzo Perugia (ex empleado del Museo del Louvre) para que robase el
cuadro, con el fin de venderlo por una cifra millonaria. En realidad la intención de
Valfierno era la de vender copias falsas del cuadro a cuantos incautos picaran, pero
para ello había que hacer desaparecer a la auténtica Gioconda previamente. Y dicho y
hecho, antes de urdir el plan del robo, el argentino se puso en contacto con el pintor
francés Yves Chaudron, quien se creía capaz de falsificar cualquier cosa, y vaya si lo
hizo, hasta seis copias casi perfectas le entregó al estafador.

Pero si quieres saber todos los detalles y anécdotas de esta increíble y detectivesca
historia, sigue leyendo:
Un estafador argentino llamado Eduardo Valfiemo convenció al carpintero
italiano Vincenzo Perugia (ex empleado del Museo del Louvre) para que robase el
cuadro, con el fin de venderlo por una cifra millonaria. En realidad la intención de
Valfierno era la de vender copias falsas del cuadro a cuantos incautos picaran, pero
para ello había que hacer desaparecer a la auténtica Gioconda previamente. Y dicho y
hecho, antes de urdir el plan del robo, el argentino se puso en contacto con el pintor
francés Yves Chaudron, quien se creía capaz de falsificar cualquier cosa, y vaya si lo
hizo, hasta seis copias casi perfectas le entregó al estafador.

Vincenzo Peruggia, había nacido en Dumenza, una localidad al norte de Italia, en 1881,
llevaba una existencia bastante gris: pobre, solitario y de pocas luces, a principios del
siglo XX se mudó a París con la esperanza de lograr algo que se pareciese a un
porvenir. Hacia 1908 empezó a realizar trabajos temporales en el Louvre, entre ellos el
armado del armazón vidriado con que el Museo decidió proteger a su pieza más
preciada, no tanto por la inverosímil eventualidad de un robo, como por la posibilidad
de que fuera víctima del vandalismo de un desquiciado. Por aquellos días, la
costumbre de maquillar con ácido o rasurar a navaja algunas valiosas obras de arte se
había convertido en un ejercicio bastante popular. Gracias a aquel servicio, Peruggia
conoció las salidas y escondrijos más próximos al Salón Carré, donde la pintura de la
sonrisa melancólica había fijado residencia cinco años atrás. Y no sólo eso, también se
acostumbró a las rutinas de los guardias, a la intimidad de los horarios, a la
incomprensible soledad de las galerías del Louvre. Una información que jamás pensó
en utilizar hasta que el “marqués de Valifierro” el argentino que ya nadie recuerda, se
cruzó en su canino.