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"organismo', así que todos los aspectos cualitativos se resuelven como cuantitativos,
es decir, mensurables...: a un decidido idealismo y espiritualismo en metafísica y
moral se asocia un no menos decidido mecanicismo en biología y medicina: es un
idealismo que, en algunos puntos, termina por coincidir con el materialismo".9
La respuesta de la ilustración racionalista
Ha sido en el siglo XVIII cuando ha aparecido, con mucha fuerza, la convicción utópica de
que los hombres podíamos y teníamos que eliminar los sufrimientos y ser felices
aquí en la Tierra (...) La Naturaleza era toda buena, la Razón todopoderosa y con
tal de que los hombres se dejasen guiar por la Razón y por la Naturaleza, serían
felices (...) Todas las filosofías materialistas han soñado con la utopía de una forma
de existencia sin dolor o en la que el dolor esté dominado; pervive en ellas la imagen
de un hombre dotado de una integridad original y natural. 10 1 0 En la Encíclica
Evangelium vitae, el Papa Juan Pablo II afirma al respecto:
"El eclipse del sentido de Dios y del hombre conduce inevitablemente
al materialismo práctico, en el que proliferan el individualismo, el utilitarismo y
el hedonismo. Se manifiesta también aquí la perenne validez de lo que escribió
el Apóstol: « Como no tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento de Dios,
Dios los entregó a su mente insensata, para que hicieran lo que no conviene »
(Rm 1, 28). Así, los valores del ser son sustituidos por los del tener. El único
fin que cuenta es la consecución del propio bienestar material. La llamada
«calidad de vida» se interpreta principal o exclusivamente como eficiencia
económica, consumismo desordenado, belleza y goce de la vida física,
olvidando las dimensiones más profundas —relacionales, espirituales y
religiosas— de la existencia.
En semejante contexto el sufrimiento, elemento inevitable de la existencia
humana, aunque también factor de posible crecimiento personal, es «censurado»,
rechazado como inútil, más aún, combatido como mal que debe evitarse
siempre y de cualquier modo. Cuando no es posible evitarlo y la perspectiva de
un bienestar al menos futuro se desvanece, entonces parece que la vida ha perdido
ya todo sentido y aumenta en el hombre la tentación de reivindicar el derecho a
su supresión".(EV 23)11
Junto a esta concepción de la enfermedad, los cambios sociales en las últimas
décadas han conformado una cultura que presenta dos características específicas:
a) Escasa capacidad de sufrimiento: nuestra sociedad es presa de un creciente
infantilismo que impulsa sin cesar hacia una inmediata satisfacción y que
incapacita para soportar situaciones en las que no se obtiene un placer inmediato.
Actualmente, se utilizan sistemáticamente psicofármacos para suprimir las molestias
normales de la vida, para disminuir todo temor o nerviosismo.
b) Pasividad y falta de sentido: las sociedades primitivas no podían ofertar
soluciones a la enfermedad o la muerte, pero, por el contrario, eran capaces de
ofrecer un sentido global (...) Nuestra sociedad, a diferencia de las primitivas, tiende
a la abolición del sufrimiento' de la forma más patológica desde el punto de vista
psicológico: negando la existencia del sufrimiento, negando la realidad. En este
contexto, el sufrimiento no tiene sentido porque, simplemente, no existe. La
enfermedad terminal es un fracaso de la ciencia y, por tanto, de la sociedad en su
conjunto (...) Nuestra sociedad es la única en la historia que se ha atrevido a llegar a
este extremo».12
9

Ibíd. P. 136-137.
El valor moral..., p. 14...
11
Es significativo el debate que se da en nuestros días sobre la apelación al jefe del Estado italiano Giorgio
Napolitano, hecha por Piergiorgio Welby, enfermo de distrofia muscular, invocando el derecho a una "muerte
digna" y asistida.
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