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Leyendas de los 9 Reinos: 1ª Leyenda - Libro 1
M U NDO

NEX O

1 - M INE

Está anocheciendo, el sol, más grande e inmenso que en ningún otro sitio en el que haya estado
se empieza a ocultar, dejando una estampa que ningún pintor podría plasmar jamás, un cielo ámbar
que le otorga a este valle un color que jamás había visto, realmente precioso. Sigo caminando entre
la hierba alta y una gran variedad de flores silvestres que desconocía, las miro todas detenidamente,
pero no consigo distinguir ninguna conocida, lo cual tampoco debería extrañarme, al fin y al cabo,
estoy muy lejos de casa, de cualquier lugar conocido, debería alegrarme, ya que el hecho de que no
haya nada mínimamente conocido es lo que cabría esperar de un rincón tan oculto como éste, es
justo lo que necesitamos, solo espero que sea el lugar correcto y en algún lugar de este gigantesco
valle vivan las tres hermanas.
Mi joven caballero sigue a mi lado, no se separa de mí en ningún momento, está demasiado
demacrado, no le culpo, el peso de la responsabilidad que soporta sobre sus hombros es mayor aún
que el de Atlas, tantas batallas le han dejado el cuerpo lleno de heridas y cicatrices, su armadura, tan
reluciente y majestuosa, la cual yo misma le regalé cuando ocupó el puesto de su padre, al cual
tanto le debía y apreciaba, está hecha añicos, apenas se mantiene pegada a su cuerpo, y su mente…
tantas pérdidas y tamaña traición doblegarían el alma del más grande de los héroes. Él intenta
mantener la mente ocupada protegiéndome de todo mal, tal y como le prometió a su padre aquel
día, pero una vez llegamos aquí, “todo mal” debió quedar atrás, o al menos sufrimos todo aquello
pensando que así sería.
Lo único que he podido salvar es el último recuerdo de mi madre, el gran libro que me regaló y
del que nunca me despego y que tan útil me ha sido siempre.
De pronto mi joven caballero se para en seco y pone su mano izquierda delante de mí para que
me detenga, mientras que con la derecha saca su mellada espada muy lentamente, todo eso sin hacer
el menor ruido. Es curioso como con pequeños gestos o movimientos y una mutua confianza se
puede decir tanto con tan poco. Él no hace ningún movimiento, se queda clavado como una estatua,
no es la primera vez que veo esta forma de actuar, por desgracia, a la vez que le dice con la mirada
y su espada a medio sacar de la vaina al desconocido que el menor movimiento sospechoso lo
convertirá en su enemigo, a mí me dice donde está el motivo de su alarma.
Más adelante, en lo que parece un árbol llorón hay una extraña figura, no me había dando cuenta,
ya que es muy pequeño, y parece llevar un abrigo que le oculta todo el cuerpo, unido a que está
entre el tronco, en el cual apoya su espalda, y el sol del crepúsculo, bajo todas esas ramas le hacen
casi del todo invisible, al menos a esta distancia y ángulo, si mi guardián no me lo hubiera señalado
no lo habría visto hasta estar a escasos metros de él.
El pequeño fantasma negro sale lentamente de las ramas, hacía nuestra izquierda, para quitarse
de la sombra y la luz del sol le bañe. Alza ambas manos y las sacude, dejando ver unos bracitos
esqueléticos con la piel colgando típica de la tercera edad, pero lo que me llama más la atención es
el tono de su piel, muy oscura, pero no un color natural, se me antoja al de una ciruela seca, un
color que a la par que me sorprende me alegra. Espero de corazón que sea una de las tres hermanas.
Agarro el brazo izquierdo de mi guardián y le asiento con la cabeza, él lo entiende y guarda su
espada y finge relajarse, aunque sé que por dentro está más alerta que si nos hubiéramos topado con
una jauría de lobos huargo. De lo cual tampoco le culpo, ya que yo estoy pensando exactamente
igual, pero hemos llegado muy lejos para obtener respuestas, es absurdo dar ahora marcha atrás.
Tras repasar mentalmente lo poco que sabemos de ellas y todo aquello de lo que quiera hablar con
ellas, comienzo a andar despacio hacia ella, o espero que sea ella.
Mi guardián va detrás de mí, a una distancia prudencial, si es quien creemos debemos tratarla
con respeto y no parecer amenazadores, pero también debe estar lo suficientemente cerca para
actuar en caso de necesidad. Mientras nos acercamos, la pequeña ancianita comienza a acercarse
también, lo cual me extraña, si es quien creemos lo normal sería que actuara con más altanería, pero
Darío Ordóñez Barba

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