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Leyendas de los 9 Reinos: 1ª Leyenda - Libro 1
como ya me dijeron una vez, hay que tener fe. Me dispongo a ir tras ella a una distancia prudencial
cuando mi guardián me coge del hombro y me para en seco, y veo en sus ojos la más clara estampa
de la preocupación, preocupación por mí, ahora mismo sé que no piensa ni en el futuro del mundo
ni de su familia, solo en mi seguridad. No puedo evitar esbozar una sonrisa, hasta en eso es igual
que su padre.
—Su Divinidad, aún estamos a tiempo para dar marcha atrás. Sé que nuestra situación es
desesperada, pero no podemos depositar ninguna esperanza en las Moiras, hasta los más pequeños
saben que todo cuanto dicen tiene más de un significado, y que siempre van a manipularte y
engañarte. Sea lo que sea que nos digan es más probable que nos perjudique a que nos ayude. —
Dijo tajantemente. Acto seguido me coge del otro hombro, se acerca su cara a la mía y me mira a
los ojos. — Soy consciente de que nada de lo que le diga ahora la hará cambiar de parecer, pero al
menos, permítame ir yo primero y que sea yo al que engañen. Si usted toma la información por mi
boca y no por la suya, y sin ellas presentes a ser posible, podrá juzgar correctamente y ver dónde
está la trampa. Por favor. — Suplicó con la cabeza agachada.
—Sé que lo dices de corazón, y que seguramente no te falte razón, pero no olvides quienes son,
no tolerarán este desaire, debo ser yo la que esté en primera fila y razonar con ellas si es necesario,
es mi posición la que nos ha abierto esta oportunidad, no podemos echarla abajo antes de
comprobar si ellas nos pueden decir lo que queremos saber. — Le pongo la mano izquierda en una
mejilla, y le beso la otra. Él asiente y se resigna, ya que sabe que lo que digo es verdad.
Me dispongo a seguir a toda prisa a la anciana, que mientras hablábamos ha debido alejarse, pero
no, está al lado del árbol llorón, esperándonos. Cuando ve que hemos terminado continúa
caminando sin hacer ningún comentario. Esperaba que nos preguntara el motivo del retraso, pero si
lo que dicen es cierto y ellas lo saben todo, no haría falta que preguntara.
La seguimos durante un buen rato, parece que adonde quiere llevarnos está más lejos de lo que
creía, durante el trayecto no nos da conversación alguna, por la imagen que había dado en nuestro
primer encuentro supuse que no dejaría de hablar, pero ha sido todo lo contrario, no ha abierto la
boca en ningún momento, y yo no me he atrevido a iniciar ninguna conversación, no sé bien si por
el respeto o el miedo que me infunde. Así que durante el rato que pasamos caminando en silencio,
me dedico a contemplar la naturaleza de este pintoresco lugar. Hay vastas extensiones de tierra con
todo tipo de flores extrañas, pero hasta ahora el único árbol que he visto ha sido el llorón que estaba
cerca de la puerta. A lo lejos, en el que según el sol sería el oeste, hay una montaña que llega más
allá de las nubes, de la que cae una descomunal catarata que forma un gran lago en la parte baja del
valle. Lo curioso es la falta de animales, no hay ni insectos alrededor de las flores, ni pájaros en el
cielo, ni una triste liebre entre la hierba. Pero lo más inusual sin duda eran las raíces, raíces que
salen del suelo, de toda clase de tamaños, desde pequeña del tamaño de mi brazo, hasta otras que en
un principio confundí con montañas a lo lejos.
Cada instante que pasaba allí me generaba más y más preguntas, pero no me atrevía a formularle
ninguna a la anciana por miedo a parecer una ignorante. Tonta de mí, eso lo único que hacía era
mantenerme en la ignorancia.
Seguimos avanzando hasta lo que parecía un pequeño campamento, con una sencilla tienda al
lado de una gran fogata, una gran mesa de madera a unos metros de esa fogata en la que ya estaba
puesto el mantel, cinco vasos, cinco platos y una gran botella en el centro. Pero antes de percatarme
del número de platos y vasos, vi a unos metros detrás un enorme telar, del tamaño de una palmera
ya crecida. Los dibujos que llevaba el tapiz que se estaba confeccionando en el telar no tenían
sentido, era una amalgama de colores sin orden ni sentido, y así toda la tela que llegaba a ver, que
no era poca, era una tela continua, la parte terminada se tendía en el suelo, algunas partes estiradas y
otras dobladas, pero se veía como duraba la tela ya terminada a lo largo y ancho del gran espacio
llano en donde estaba el campamento, la tela podía tener una longitud fácilmente de varios
kilómetros, aunque no me paré a buscar el fin de la tela, así que no sé hasta qué punto de largo es.
Darío Ordóñez Barba

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