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Leyendas de los 9 Reinos: 1ª Leyenda - Libro 1
Mientras le doy vueltas a este asunto, Cloto se acerca a mí, sin mediar palabra me palpa todas las
partes del cuerpo, en especial el estómago y entre los pechos, las dos partes peor paradas, pero no
las únicas. Da un suspiro y dice:
—Tú estás peor aún que él. — Me dice aparentando al menos preocupación.
—No es nada que no se arregle durmiendo, ya he tomado medidas. — Le respondo.
—Ni de lejos las suficientes. La mayor parte del daño físico está curado, no todo, pero lo más
importante sí. Pero el problema es el daño espiritual que has encajado. No deberías haber protegido
así a tus eidolones. —Me recrimina sin reparos la joven moira.
—Dadas las circunstancias no tuve más remedio. —Respondí a la defensiva.
—Claro que sí, los eidolones son inmortales, solo habrían vuelto a su espacio astral, no habrían
muerto. —Me recrimina esta vez Láquides, visiblemente enfadada.
—Puede que no, pero sí sienten dolor, y no tengo por qué excusarme, hice lo que debía y no me
arrepiento, sobreviviré a esto. —Dice tratando de parecer autoritaria, pero lo cierto es que empezaba
a asustarme, y creo que se me notó en la voz.
¿Por qué se enfadan por eso? Es cierto que fue un riesgo en verdad innecesario, pero me
sorprende que les moleste de verdad. Se supone que ellas lo saben todo, lo que va a pasar y lo que
ya ha pasado, y también el porqué, ¿así que por qué parecen alteradas? ¿No sabían que iba a hacer
eso y que llegaría hasta aquí?
—En fin, empezaremos por el joven, pero tú mientras tanto tendrás que dormir. —Dijo y acto
seguido sacó una pequeña bolsita de un bolsillo a la altura de la cadera del cual empezó a salir un
humo verdoso, de un tono similar al musgo.
Ni Cloto ni Láquides se inmutaron, así que no me preocupé demasiado, pero al poco tiempo
empecé a sentir sueño y como me fallaban las piernas. No recuerdo siquiera el momento en el que
me caí al suelo.
Cuando desperté, estaba en una sala diferente, en una cama amplia y mullida, llena de cojines, y
aroma fresco que no reconocía llenaba la habitación. Me desperté completamente perdida, creyendo
incluso, no sé porqué, que estaba en mi vieja choza, allá hace tantísimos años, donde él me recogió
y me cambió la vida. La desorientación solo duró unos pocos segundos, tiempo que tardé en colocar
todas las piezas y recordar dónde y por qué perdí el conocimiento. Me levanté de un salto y miré a
mi alrededor, estaba en una habitación de piedra maciza grisácea, amplia y llena de muebles
conocidos, una mesita con rosas en un macetero, y también unos cactus en la ventana, una silla para
recostarse, espejos y dos armarios, con elaborados trazados. Había una ventana en la que entraba el
sol y una leve brisa, el tono que entraba por ella no era amarillento del crepúsculo que recordaba,
sino el claro azul de un día despejado de primavera. Me dispuse a salir cuando me di cuenta de que
estaba desnuda, no sé bien por qué a estas alturas y en esta situación eso me pareció importante,
pero busqué mi ropa, pero no estaba en ninguna parte, supongo que la tirarían, estaba hecha un
asco, y en los dos armarios solo había un único vestido con sus adornos, y unas sandalias a juego,
de color verde hierba, mi favorito. Me lo puse todo y me miré en el espejo, me sentaba muy bien,
además de que se me ajustaba bien, tenía las medidas exactas de mi cuerpo, hecho que ya a estas
alturas no me sorprendía nada. Me sentí otra vez como una jovencita en la flor de la vida, aunque en
cierto sentido se podría decir que sigo en ella, ya que aunque estoy ya en la cincuentena ya que mi
cuerpo dejó de envejecer con poco más de veinte años. Aunque siempre me ha entristecido ver
como todos envejecen salvo yo, y me da miedo ver como todos irán dejando este mundo mientras
que yo seguiré en él varios siglos, en ciertos momentos me alegro de ser siempre joven, con el
cuerpo de una anciana no podría haber sobrevivido a todo eso, casi me arrepiento de haber
rechazado la inmortalidad.
Salí al patio, un lugar precioso, muy espacioso, desde donde veía que estaba un gran palacio, no
conseguía distinguir su diseño, no podría compararlo con cualquiera que haya visto hasta ahora, y
he visto muchos, aunque solo estoy viendo una pequeña parte y desde dentro, tendría que verlo
desde lejos para poder juzgar mejor, miro a lo lejos, pero no veo nada, absolutamente nada, no hay
Darío Ordóñez Barba

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