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observaciones que ya han hecho sobre ti. Tienes relaciones con el por y el contra; te insinúas dentro
de todos los partidos; has pasado por encima de todas las proscripciones, y parece que sólo se ha
hecho como si se te persiguiera; no se sabe qué pensar de ti.
Distínguete ahora, vengándote del insulto hecho a la última constitución. Sin duda la ocasión es
propicia. Jamás has abierto la boca, para defender la democrática. Sería un acto de valor para ti y
cuantos te sirvan de eco, poner el grito en el cielo contra todos los que atacarán esta obra maestra de
los once. ¡Amigos míos, tendréis al gobierno de vuestro lado! Cuando hubiera sido necesario
defender la constitución popular, teníais al gobierno en contra: por ello, prudentemente, no digisteis
nada.
Firmado, G. Babeuf.
Se comprende cuáles fueron las circunstancias que dieron lugar a esta carta. Mi número 34
promovió absolutamente una revolución. Apenas había aparecido, apenas se había tenido tiempo de
leerlo, cuando fue juzgado incendiario, ultrarrevolucionario, calificado de antorcha de anarquía y de
manzana de la discordia lanzada en medio de los patriotas. Grupos, cafés, periódicos, todo resuena,
desde el mismo día y el siguiente, con el nombre de Tribuno del Pueblo, al que los calificativos de
faccioso, sedicioso, perturbador, agitador, le fueron tan prodigados como lo habían sido a todos los
tribunos, porque quiere ser los que fueron casi todos, desde el autor de la retirada al Monte-Sagrado,
hasta los que comenzaron a venderse bajo Oppimius, el asesino de los Gracos.
¿Y de dónde viene esta efervecencia? Únicamente de la intromisión de Fouché de Nantes.
¿Y por qué se entremete Fouché? Porque evidentemente se interesa en que la opinión sea
esclarecida tan sólo ministerialmente: porque se había propuesto ser mi apuntador, mi corrector,
mediante seis mil suscripciones del directorio; y porque yo no he querido verme ni apuntado, ni
corregido, ni sobornado.
Esta cuestión es de interés público, más de lo que se podría pensar. Por ello, a pesar de mi adversión
hacia todo aquello que parece personal; a pesar de mi intención bien precisa de no hacer de este
periódico una arena de discusión polémica, me encuentro indispensablemente empeñado en destruir
los sofismas que han podido causar una impresión peligrosa en el espíritu de los patriotas, y en
rechazar las infamias que me hayan podido arrebatar parte de la confianza que quizá la patria
necesite que yo no pierda.
La parte de la intriga que se relaciona con los motivos de la transacción que querían hacer conmigo,
y con los medios empleados para consumarla, está ya esclarecida. No me queda más que arrancar el
velo de las pequeñas maniobras practicadas después del mal resultado de la negoción, para
transformar en nulo y odioso todo lo que yo escribo, puesto que no se podía esperar forzarme a
escribir lo que ellos quisieran.
Tengo que ajustar cuentas a los subalternos charlatanes, que en los cafés y en otras partes han sido
dóciles a la lección que les fue dictada por el negociador jefe. Tengo que castigar igualmente las
plumas fáciles que se prestaron, acaso con excesiva premura, a frasear las pretendidas faltas que me
imputaba un hombre destinado, en apariencia, a hallarse desde ahora al frente de la oficina del
espíritu público.
Conocemos a estos emisarios subordinados que han' cumplido sú tarea con tanto celo. Antes
ejercían funciones más dignas de amigos de la libertad. Algunos fueron mis amigos. Los
perdonamos si llegan a mostrar que fueron engañados. Proclamaremos sus nombres en voz alta, les
confeccionaremos uno de estos trajes nuevos que, condicionados por nuestra mano, no se usan tan
pronto, si reconocemos que han secundado servilmente la intriga por haber entrevisto en ello un
incensivo inmediato de interés personal.
Carlos Duval, Jacquin, y tú, Méhée, singular patriota del 89, acercaros todos para desmenuzaros. No
acudáis en tropel a fin de que podamos entendernos. Primero, Carlos Duval.
Decís, ciudadano, tras haber hecho acto de contricción por el soberbio anuncio de la reaparición del