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La abadía benedictina de Pannonhalma

entre los santos de la Iglesia, junto
con el pío príncipe Emerico, el
tempranamente fallecido heredero
de Esteban, y con el obispo Gellért
(Gerardo), quien murió como mártir
en los acontecimientos de la sublevación pagana de 1046.
Los orígenes de nuestra cultura y
literatura nacionales, trátese de las
tradiciones orales transmitidas por el
pueblo o de las primeras huellas de
la cultura escrita, se pierden en la
penumbra de tiempos remotos. Somos herederos de numerosas leyendas históricas relativas a la procedencia de los húngaros, a su migración y acerca de la conquista de la
patria. Probablemente, la escritura en
idioma húngaro tiene una historia
mucho más larga de lo que nos
indiquen los recuerdos conservados,
ya que la cultura eclesiástica y cortesana húngara tiene un pasado
de casi mil años, y desde que San
Esteban, el primer rey de los
húngaros, se adhirió junto con su
pueblo al cristianismo occidental,
había cada vez más personas letradas en los conventos, cabildos y
cancillerías reales, si bien en aquel
entonces se utilizaba en primer lugar
el idioma latino, generalizado en la
Europa medieval. Al mismo tiempo,
se conservaron algunos recuerdos de
la antigua escritura rúnica de los

paganos, tallados en piedra (por
ejemplo, en algunos templos de
Transilvania). Muy pronto aparecieron también textos en idioma húngaro, escritos con el alfabeto latino.
Tras algunas huellas esporádicas,
nuestro primer texto en prosa, “Halotti beszéd” (Discurso mortuorio),
traducción al idioma húngaro de una
oración fúnebre en latín, data de
mediados del siglo XII, mientras que
el primer poema en húngaro, “Máriasiralom” (Lamentación de María),
escrito según un original latino,
proviene de un siglo más tarde. Les
siguieron traducciones de la Biblia,
leyendas que trataban acerca de la
vida de los santos húngaros, sermones y otros textos eclesiásticos,
mientras que el latín siguió siendo
por mucho tiempo más el idioma de
las escrituras laicas: de las obras
históricas y de los actos oficiales.
Los húngaros crearon su propia
cultura nacional en el punto de
confrontación de dos grandes culturas: provenían del este, habían
adquirido sus tradiciones originales
de la cultura ancestral de la región
de estepas de Eurasia. No obstante,
como consecuencia del sincero
compromiso cristiano de sus primeros reyes, así como de su inteligente visión de la situación política,
abrazaron la cultura occidental y un

siglo después de haberse establecido
en la Cuenca de los Cárpatos, ya
encontraron su lugar entre las naciones occidentales.
El idioma húngaro pertenece a la
familia de lenguas finougrias, sus
parientes son los finlandeses, los
estonios y otros pueblos pequeños
que viven en los montes Urales y en
la región del río Volga, en el actual
territorio de Rusia. Sin embargo, la
procedencia étnica de los húngaros
les relaciona, en parte, a los pueblos
turcos de la Asia Interior. La originalidad de su música y su arte
decorativo tienen igualmente orígenes turcos. Al vivir este pueblo en el
campo de imantación de la cultura
occidental y asimilando la espiritualidad y los valores de la civilización
cristiana, la herencia cultural del Este sólo se conservó en la estructuras
profundas de la cultura, primordialmente en el idioma húngaro, el cual
tiene fuertes lazos que lo unen con
la cultura de los pueblos orientales
no sólo en cuanto al origen de su
vocabulario básico o de su gramática
sino también en su carácter poético,
de fuerza mítica.
Por todo ello, la nación húngara se
convirtió en una nación completamente occidental, cuya evolución se
completó gracias a los sucesores
cultos y de mano fuerte de San
Esteban: San Ladislao y Kálmán “el
bibliófilo”, Béla III y Béla IV. Los
monarcas de la dinastía de Anjou,
Carlos Roberto y Luis el Grande, el
que era rey de Polonia, y por lo tanto,
reinaba sobre un imperio enorme,
desempeñaron papeles similares, y
aun más, llevaron a cabo la grandiosa
tarea de conformar la gran potencia
húngara medieval.
La Hungría histórica, antaño rodeada por las montañas de los
Cárpatos, era la zona fronteriza y el
último baluarte de la civilización
occidental: al sur de ella se encontraba el imperio bizantino, representante del cristianismo oriental, y
sobre sus ruinas, el imperio turco
musulmán; al este, estaban los kanatos tártaros y más tarde, la po-