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organizada, grupos antiesclavistas de ideología liberal. Las mujeres participaron de
manera activa en la recogida de firmas y peticiones abolicionistas. En 1837 tuvo lugar en
Nueva York el primer Congreso antiesclavista femenino. Las hermanas Grimké realizaron
giras de conferencias por diversas ciudades de Nueva Inglaterra. Denunciaban la
complicidad de las iglesias en el mantenimiento de la situación de inferioridad de los
negros. La reacción fue inmediata: la asociación de pastores congregacionistas publicó
una carta pastoral que sostenía que el papel de las mujeres no consistía en tratar asuntos
públicos. La participación organizada femenina en estos grupos antiesclavistas y los
virulentos ataques que por ella se produjeron, suscitaron la controversia sobre los
derechos de las mujeres. Las mujeres más conscientes comprendieron que era necesario
luchar globalmente "por un nuevo orden de cosas". En 1838 Sarah Grimké en sus "Cartas
sobre la igualdad de los sexos y la situación de la mujer" escribía: "Me regocijo porque
estoy convencida de que a los derechos de la mujer, lo mismo que a los derechos de los
esclavos, les bastará con ser analizados para ser comprendidos y defendidos, incluso por
algunos de los que ahora tratan de asfixiar los irreprimibles deseos de libertad espiritual y
mental que se agitan en el corazón de muchas mujeres y que apenas se atreven a
descubrir sus sentimientos".
En 1840 Elizabeth Cady se casó con Henry Stanton uno de los más activos y prominentes
abolicionistas. Ambos asistieron a la convención mundial antiesclavista celebrada en
Londres. Fue allí donde Elizabeth Cady conoció a Lucretia Mott, constatando ambas su
frustración por la falta de derechos de las mujeres. Comenzaron así a gestarse las
vindicaciones de los derechos de las mujeres. Las mujeres americanas sólo tenían que
contrastar con las "Declaraciones de derechos" de las colonias y nuevos estados. La más
evidente era la "Declaración de derechos" de Virginia, que recoge la idea lockeana de la
igual libertad natural originaria y de la existencia de derechos innatos. Sin embargo, la
fuente más clara de inspiración la tenían en la propia Declaración de Independencia
(1776), de raíz profundamente ilustrada, que enumera entre los derechos naturales e
inalienables la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. La Declaración, redactada
por Jefferson, aseguraba que la función del Gobierno consistía en preservar estos
derechos naturales. Jefferson se pronunció contra el derecho de primogenitura, contra la
esclavitud y contra todo menoscabo de la libertad religiosa. Los principios de la
democracia jeffersoniana son el Gobierno limitado, los derechos del hombre y la igualdad
natural. La América de los años previos a 1848 vive sumergida en los principios que
guiaron a Jefferson, aunque no los ponga en práctica. Estas mismas ideas de libertad y
propiedad inspiraron la declaración de Seneca Falls.
En 1848 alrededor de setenta mujeres significativas y treinta varones, lideradas por
Elizabeth Cady Stanton y Lucretia Mott, se reúnen para estudiar las condiciones y
derechos sociales, civiles y religiosos de la mujer. Al término de la Asamblea redactan un
texto cuyo modelo es la Declaración de Independencia. En la declaración de Seneca
Falls, que ellas llamaron "Declaración de sentimientos", encontramos dos grandes
apartados teóricos: de un lado, las exigencias para alcanzar la ciudadanía civil y, de otro
lado, los principios que deberían modificar las costumbres y la moral. Por su tradición
republicana (derechos del hombre e igualdad natural) las mujeres allí reunidas exigen
plena ciudadanía; por su tradición protestante (libertad individual) apelan al derecho de la
conciencia y la opinión. La vindicación de ciudadanía civil suponía la modificación de las
leyes que impedían "la verdadera y sustancial felicidad de la mujer". La ley situaba a las
mujeres en una posición inferior a la del hombre, lo que era contrario al gran precepto de
la naturaleza "la mujer es igual al hombre". La declaración de Seneca Falls se enfrentaba

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