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Leyendas de los 9 Reinos: 1ª Leyenda – Libro 1
Durante el día, me paso las horas de edificio en edificio buscando a la niña haciendo
el menor ruido posible, el wyvern hace sus rondas como un guardia por la mañana
temprano y ya entrada la tarde, se ve que no le gusta las horas de más calor, pero
consigo eludirlo, de vez en cuando se oyen gritos y disparos, supongo que de otros
mercenarios tratando de acabar con el wyvern. Joder, hay que ser idiota para intentar
matar a ese bicho con pistolas, nosotros somos los únicos casi que podemos morir con
unas pocas balas, los grandes reptiles y la mayoría de las bestias por las que nos
contratan se ríen en nuestra cara cuando se les dispara. Balas pequeñas y poca cantidad,
si se mejorara la potencia y el número de balas que se pudieran disparar de una sentada
lo mismo acababan sustituyendo a las armas tradicionales, pero no creo que mi
generación vea pistolas tan potentes como para acabar con un wyvern como éste, la
verdad. El caso es que esa mala bestia siempre vuelve, así que cada día que pasa van
cayendo más y más cazadores, ya deben estar dándose cuenta de la gravedad de la
situación, así que no creo que el ejército tarde mucho en llegar. Como no lo cacemos
pronto el rey se llevará nuestra recompensa. A ver si vienen ya los demás… y me
encuentran…
Ya llevo cuatro días buscando entre las ruinas, ya casi no me quedan edificios por
revisar, y dudo que pueda darle esquinazo a ese wyvern mucho más, sobre todo porque
desde hace más de un día no he notado que intentaran cazarlo, así que le estará entrando
hambre. Voy comiendo y bebiendo lo que voy encontrando en las casas vacías que
siguen de pie, poca cosa, pero con los pocos frutos secos y carne en salazón que llevo
encima.
El quinto día tampoco tengo éxito, y empiezo a dar por perdida a la niña, una vez
entrada la noche y habiendo encontrado un sitio para dormir en el sótano de lo que
queda del templo decido irme al amanecer. En este templo parece que se le hace más
pleitesía a Madre Tierra, lo típico en un pueblo dedicado al campo, al menos tienen
estatuas aunque pequeñas de los otros once dioses. Con la luz del alba el wyvern se está
quieto, supongo que no verá nada a esa hora y con esa luz, ya que me he levantado dos
días al alba al escuchar encontronazos entre mercenarios y esa bestia, quizás es una hora
clásica para luchar contra esta clase de criaturas que te sacan tanta ventaja y te dan la
posibilidad de escapar si la cosa va mal. Pero todos mis planes dan un vuelco cuando lo
oigo rugir con fuerza en mitad de la noche, en un principio creo que me ha encontrado,
pero pronto me doy cuenta de que el rugido viene de lejos, quizás ha encontrado otra
presa. No creo que nadie sea tan insensato como para atacar a una bestia de ese calibre
al amparo de la noche, así que tras pensar un poco, veo la posibilidad de que lo haya
encontrado a la niña, así que me incorporo y salgo deprisa del sótano del templo. El
templo está al final de la calle del comercio de este pueblo, donde se juntan todos los
comerciantes a vender sus mercancías, y veo como a unas manzanas de aquí, al final de
la calle, el wyvern está enrabietado destruyendo un edificio. Si la niña está ahí dentro,
difícilmente sobrevivirá a esos envites. Voy corriendo hacia allí tapándome con los
toldos de los tenderetes, haciendo el mínimo ruido posible, cuando estoy a un par de
edificios del que está destruyendo el wyvern empiezo a oír unos gritos agudos, muy
amortiguados por el sonido de la madera al romperse y el escándalo que está armando el
reptil. Qué bien me vendría ahora estar con alguien, pero no es el caso. Para esta
situación solo se me ocurren dos opciones, ninguna que me haga especial gracia, pero
yo hago de cebo y confío en que la niña escape mientras el wyvern intenta zampárseme
a mí o entro en el edificio y la saco en brazos confiando en que con el ruido que esté
armando no se dé cuenta. La primera opción no es muy viable, aunque se dé el caso de
que el wyvern desista de su cena a cambio de una más accesible, lo más probable es que
la niña se quede ahí oculta aterrorizada, suponiendo que físicamente esté bien, hecho del
Darío Ordóñez Barba

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