Mundo nexo 1.pdf


Vista previa del archivo PDF mundo-nexo-1.pdf


Página 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12

Vista previa de texto


Leyendas de los 9 Reinos: 1ª Leyenda - Libro 1
puntas simétrico, y con los ojos en todo momento cerrados. Su ropa era la misma que la de sus
hermanas, pero sin la capucha puesta y las mangas recogidas hasta los codos parecía bastante
diferente. Se acerca a nosotros con cierta prisa pero manteniendo la compostura.
—Sed bienvenidos los dos, es un placer conoceros en persona por fin. —Saludó con total
cordialidad y formalidad, inclinando levemente la cabeza incluso. — Me llamo Cloto, la menos de
las tres. — Dijo mientras soltaba una risita, parecida a la de Laquesis, pero esta solo destilaba
dulzura.
—Es un honor. —Respondo automáticamente. Pero al instante recuerdo la situación, y no puedo
evitar aparentar otra vez mi preocupación.
—Vamos, Cloto, querida, que no estamos para tanto formalismo, que el muchacho se nos va. —
Interviene Laquesis, con más tranquilidad de lo que debería por lo que ha dicho.
—¿Y de quién es la culpa, hermana? —Le responde con cara y tono de reproche.
—Oh, vamos, no empieces tú como Átropos. —Dijo a la defensiva. —Lo tienes todo preparado
y el muchacho ni ha perdido aún el conocimiento, así que tienes tiempo más que suficiente.
—Sí, pero más ajustado de lo que me gustaría. —Dijo Cloto con el entrecejo fruncido. —Por
favor, túmbate en la mesa — Le dice con total tranquilidad a mi guardián.
—¡No! —Dijo tajantemente mi guardián. —¿Esperáis que ponga mi vida en manos de las que
las arrebatan? —Dijo notablemente enfadado.
—No te confundas muchacho, de eso se encarga Átropos, pero aunque fuera el caso no tienes
mucho donde elegir. O nosotras o tu señora, y todos sabemos que ella no es una opción en su
estado. —Dijo Laquesis visiblemente ofendida.
—Tranquila, hermana, es una reacción normal. —Dice Cloto con tono conciliador. —Pero ella
tiene razón, caballero, no tienes opción, sabes que si no haces nada esa hemorragia interna te
matará, ¿y qué será de Mine sin ti? No podrá cumplir su cometido ella sola, ni siquiera en plena
posesión de sus facultades.
Se hace un silencio sepulcral. Las dos hermanas permanecen inmóviles y aparentemente
tranquilas, supongo que seguras de que tienen toda la razón o se las puede rebatir. Yo no podría, es
cierto que yo sola no podré hacer nada aunque tenga los medios, lo necesito a él como necesité a su
padre hace ya tantos años. Y él también lo sabe, sabe que debe vivir como sea para protegerme y
para cumplir con su deber… y su venganza.
A regañadientes acepta y se tumba en la mesa. Cloto le da un vaso con lo que parece agua, pero
ella dice que es para el dolor, él se lo toma aunque después de pensárselo mucho, y a los pocos
segundos cae redondo. Cloto acude de inmediato a tranquilizarme, y entre ella y yo le quitamos la
armadura. Su estado es aun más deplorable de lo que me temía, y tiene una gran herida a la altura
del riñón izquierdo, el arma que lo atravesó lo hizo desde el estómago, al parecer, gracias a su
musculatura no consiguió atravesarlo por completo, pero si rasgó su riñón y seguramente más.
No recuerdo que hubiera sido herido ahí, debió enfrentarse a alguien muy hábil antes de
reencontrarnos en la salida de la torre. No ha podido hacérsela en ningún otro momento, no nos
hemos separado desde entonces. ¿Ha estado desde entonces con esa herida? ¿Y cómo se la cerró él
solo?
—Láquides soltó su risita, la cual hacía mucho rato que no soltaba. —El muy burro usó una
antorcha para dejar un pedazo de metal de la coraza de un caído al rojo vivo, y se lo estampó en la
herida sin más, sí, así la cerró, pero hay remedios peores que la enfermedad.
—Un método drástico, sin duda, y también arriesgado, pero gracias a eso se ha mantenido con
vida hasta ahora, por eso vuestra llegada ha sido posible. —Me dice Cloto intentando quitarle
hierro al asunto y tranquilizarme.
Yo asiento con la cabeza, y no paro de recordar todo lo que ha pasado desde entonces, y se me
hace un nudo en el estómago al pensar que todo este tiempo ha estado sufriendo esa herida en
silencio por mí.

Darío Ordóñez Barba

Page 6