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Autor: Cáritas San Luis Gonzaga

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REFLEXIÓN CAMPAÑA CONTRA EL HAMBRE

Sexto del Tiempo Ordinario
14 de febrero de 2021

«Un leproso se acercó a Jesús».
(Mrc. 1,40-45)

Ya sabemos que en el tiempo de Jesús (y antes) ser leproso suponía ser un
excluido, alguien que no tenía derechos ni podía estar donde estaba la gente;
debían mantenerse fuera de las ciudades, y por supuesto fuera de «la ciudad»
(Jerusalem con su Santo Templo). Era un «descartado» de cualquier contacto
humano: ni caricias, ni abrazos, ni gestos de cariño o de cercanía...
En tiempos de Jesús la lepra se curaba difícilmente, se les colgaba en el cuello
una campanilla y se los aislaba para evitar contagios, lo que suponía
discriminación y marginación.
Un marginado es aquel que, como la misma palabra lo dice, está al margen.
Está excluido: de los beneficios de la sociedad, de la cultura, del trabajo, de la
salud. de la educación, del alimento necesario para subsistir. de una vivienda
digna, del calor del hogar, de la convivencia social. de la sociedad, de los
servicios sociales y religiosos.
Seguramente ahora que casi no podemos tocarnos, ni abrazarnos, ni darnos un
beso, a consecuencia del coronavirus, comprendemos mucho mejor a los
leprosos de aquellos tiempos. Especialmente tantas personas mayores
encerradas en casa, la mayoría sin acceso a las nuevas tecnologías. Pero
también muchos jóvenes, para los que tan necesario es el contacto social y
personal. Este virus nos ha aislado, nos ha encerrado, nos ha hecho cogerle
miedo a los otros... que se convierten en una amenaza, incluso los más
queridos y cercanos.
Hoy la lepra sigue presente en 114 países, pero se cura fácilmente, aunque
puede provocar discapacidades.

Jesús sintió lástima ante la llamada del leproso, alargó la mano y lo sanó.
Hoy, celebramos la campaña contra el hambre con el lema CONTAGIA
SOLIDARIDAD PARA ACABAR CON EL HAMBRE, … Estamos convocados por
la llamada de la ONG, Manos Unidas, organización No Gubernamental de
Desarrollo, católica, de voluntarios. Una ONG que tiene como misión la lucha
contra el hambre, la miseria, la desigualdad y la exclusión; y, sobre todo, contra
las causas que las producen y las estructuras injustas que las mantienen.
Se nos invita a no quedarnos quietos, a “mirar a nuestro entorno, y observar
¡cuántos hombres y mujeres, jóvenes, niños… sufren y están totalmente
privados de todo! Y esto no pertenece al plan de Dios”.
Las cifras son escalofriantes... Cada hora se mueren en el mundo mil niños y
niñas por desnutrición, enfermedad y miseria. Niños que sólo nacen para pasar
hambre, sufrir una enfermedad y morir. Casi 11 millones de niños de menos de
5 años mueren, cada año, como consecuencia directa o indirecta del hambre.
El hambre produce al día 40.000 muertos. Y la situación tiende a empeorar,
más ahora con motivo de la pandemia del coronavirus. un informe del
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo señala que el crecimiento
económico “ha fracasado para la cuarta parte de la población del mundo... de
modo que 89 países están en peor situación económica que hace diez años”.
Preferimos conocer la realidad mediante las estadísticas, que no acercándonos
a ella. Preferimos ver la realidad del sufrimiento por las páginas del periódico,
por la televisión, por las redes sociales…, que no verlas en directo.
Jesús primero deja que el sufrimiento del leproso llegue a su corazón, por eso
“sintió lástima”, y, solo entonces, pudo alargar su mano, tocarle y sanarle.
El dolor y sufrimiento de los demás no duele en las estadísticas. Duele cuando
lo vemos, cuando toca primero nuestro corazón, para que luego nuestras
manos le puedan tocar a él.
Tenemos que acostumbrarnos ver al otro como hermano, de conmovernos con
su vida y con su situación, más allá de su proveniencia familiar, cultural,
social…
Tenemos que construir la historia en fraternidad y solidaridad, en el respeto de
la tierra y de sus dones, sobre cualquier forma de explotación…
Hemos de renunciar al individualismo: recuperar la memoria agradecida y
reconocer que, nuestra vida y capacidades, son fruto de un regalo tejido entre
Dios y muchas manos silenciosas.
Muchas veces no podremos sanar las heridas del hermano, pero sí podremos
llevarle un poco de calor, un poco de humanidad.
El gran problema que tenemos en nuestras relaciones es la insensibilidad
frente al otro. Es esconder el corazón. Y mientras el corazón no siente, las
manos las llevamos en el bolsillo.

¡Cuánta bondad podríamos expresar con nuestras manos tocando al que sufre!
¡Cuánta paz y serenidad podríamos llevar al corazón que sufre con un simple
abrazo, con una sonrisa, con estrecharlo contra nuestro pecho.
No se solucionan los problemas con el “no podemos”… No podremos
solucionar muchos problemas, pero podemos humanizarlos.
Jesús pudo decirle: “Quiero, queda limpio.” Nosotros no podremos hacer lo
mismo, pero cuántas llagas dolerían menos si nuestros corazones fueran un
poco más sensibles.
Cuántas llagas seguirán doliendo, pero el corazón de los que sufren podría
respirar un poco más paz y alegría.
¡Valoremos nuestras manos y calmemos el dolor del hermano!
¡Valoremos nuestros brazos y sepamos hacerles sentir nuestro cariño a los
demás!.


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