MENSAJE DEL PAPA PARA LA CUARESMA DE 2014 .pdf



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Título: Microsoft Word - MENSAJE DEL PAPA PARA LA CUARESMA DE 2014.docx
Autor: Carlos Munguia

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MENSAJE  DEL  PAPA  PARA  LA  CUARESMA  DE  2014  
”Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza”  
UNA  INVITACIÓN  A  LA  POBREZA  EVANGÉLICA  EN  NUESTRA  EPOCA

“Queridos hermanos y hermanas:
Con ocasión de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que
os sirvan para el camino personal y comunitario de conversión. Comienzo
recordando las palabras de san Pablo:"Pues conocéis la gracia de nuestro
Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para
enriqueceros con su pobreza" . El Apóstol se dirige a los cristianos de
Corinto para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles de Jerusalén
que pasan necesidad. ¿Qué nos dicen, a los cristianos de hoy, estas
palabras de san Pablo? ¿Qué nos dice hoy, a nosotros, la invitación a la
pobreza, a una vida pobre en sentido evangélico?
La gracia de Cristo
Ante todo, nos dicen cuál es el estilo de Dios. Dios no se revela mediante el
poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la
pobreza:"Siendo rico, se hizo pobre por vosotros…". Cristo, el Hijo eterno de
Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de
nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se “vació”, para
ser en todo semejante a nosotros ). ¡Qué gran misterio la encarnación de
Dios! La razón de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia,
generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse
por las criaturas a las que ama. La caridad, el amor es compartir en todo la
suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los
muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros. Jesús, en
efecto,"trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre,
obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la
Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante
a nosotros excepto en el pecado"
La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino
—dice san Pablo—"...para enriqueceros con su pobreza". No se trata de un
juego de palabras ni de una expresión para causar sensación. Al contrario,
es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la
Encarnación y la Cruz. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde
lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con
aparente piedad filantrópica. ¡El amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús
entra en las aguas del Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo
hace porque necesita penitencia, conversión; lo hace para estar en medio
de la gente, necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar con
el peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para
consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos sorprende que el
Apóstol diga que fuimos liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino
por medio de su pobreza. Y, sin embargo, san Pablo conoce bien la"riqueza
insondable de Cristo","heredero de todo" .

¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece?
Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el
buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían
abandonado medio muerto al borde del camino Lo que nos da verdadera
libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor lleno de
compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros. La pobreza de
Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con
nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia
infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de
Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en
todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es
rico como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin
dudar ni un instante de su amor y su ternura. La riqueza de Jesús radica en
el hecho de ser el Hijo, su relación única con el Padre es la prerrogativa
soberana de este Mesías pobre. Cuando Jesús nos invita a tomar su “yugo
llevadero”, nos invita a enriquecernos con esta “rica pobreza” y “pobre
riqueza” suyas, a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos
en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito.
Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos ; podríamos
decir también que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de
Dios y hermanos de Cristo.
Nuestro testimonio
Podríamos pensar que este “camino” de la pobreza fue el de Jesús,
mientras que nosotros, que venimos después de Él, podemos salvar el
mundo con los medios humanos adecuados. No es así. En toda época y en
todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y salvando el mundo
mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los Sacramentos,
en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres. La riqueza de
Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente
a través de nuestra pobreza, personal y comunitaria, animada por el Espíritu
de Cristo.
A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las
miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar
obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la
miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza.
Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria
moral y la miseria espiritual. La miseria material es la que habitualmente
llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna
de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los
bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones
higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural.
Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para
responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro

de la humanidad. En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo;
amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo. Nuestros
esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el
mundo las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y los
abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder,
el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de
una distribución justa de las riquezas. Por tanto, es necesario que las
conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al
compartir.
No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en
esclavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque
alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia del
alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han
perdido el sentido de la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y
han perdido la esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta
miseria por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les
priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad
respecto de los derechos a la educación y la salud. En estos casos la
miseria moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente. Esta forma de
miseria, que también es causa de ruina económica, siempre va unida a la
miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y
rechazamos su amor. Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en
Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros
mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el único que
verdaderamente salva y libera.
El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada
ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe
el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y
nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y
para la vida eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar con gozo este mensaje
de misericordia y de esperanza! Es hermoso experimentar la alegría de
extender esta buena nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado,
para consolar los corazones afligidos y dar esperanza a tantos hermanos y
hermanas sumidos en el vacío. Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue
en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida,
y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos
caminos de evangelización y promoción humana.
Queridos hermanos y hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a
toda la Iglesia dispuesta y solícita a la hora de testimoniar a cuantos viven
en la miseria material, moral y espiritual el mensaje evangélico, que se
resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar
en Cristo a cada persona. Podremos hacerlo en la medida en que nos
conformemos a Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza.

La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien
preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a
otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele:
no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la
limosna que no cuesta y no duele.
Que el Espíritu Santo, gracias al cual"[somos] como pobres, pero que
enriquecen a muchos; como necesitados, pero poseyéndolo todo" sostenga
nuestros propósitos y fortalezca en nosotros la atención y la responsabilidad
ante la miseria humana, para que seamos misericordiosos y agentes de
misericordia. Con este deseo, aseguro mi oración por todos los creyentes.
Que cada comunidad eclesial recorra provechosamente el camino
cuaresmal. Os pido que recéis por mí. Que el Señor os bendiga y la Virgen
os guarde”.
 


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