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Me mostraste, Señor, una mesa vacía y me dijiste llénala de pan.
Me mostraste otra mesa vacía y me dijiste llénala del pan de la enseñanza.
Me mostraste, Señor, un campo estéril, de dolor, de pobreza, de soledad... y me dijiste
llénale de alegría, compañía, curación de los cuerpos y almas.
Himno de La Liturgia de las Horas

Esa era su disponibilidad en las manos de Dios, el ese “aquí estoy para hacer tu voluntad” que
tantos recuerdos buenos nos evoca. Responde a la ejecución de sus carismas que había recibido
del cielo, como un regalo de Dios, que debía llevar a donde faltara enseñanza o asistencia al
pobre necesitado. Pero a su vez bien sabía que esos carismas eran demasiado poco si no estaban
asistidos por el amor y la caridad. Por tanto vivir para ella es amar. Enseñar para ella es amar.
Este es el reto que le esperaba. Y todo esto contando siempre con la Divina Providencia ¡Vaya si
tenía que contar! Al fin llegaban los medios. Es comprensible que para realizarlo debía estar
llena de Dios y a la vez vacía de sí misma, pero en esa aparente contradicción radicaba toda su
fuerza, había asimilado y cumplía bien el consejo del Señor “todo el que quiera venir en pos de
mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame” (Lc 9, 23). Ahora descubrimos el porqué
de su nombre DE LA CRUZ. Sencillamente es el hecho. Lo contrario hubiera sido una
incoherencia.
Madre Piedad es un ejemplo de virtudes cristianas y religiosas. Para ello debe estar enamorada
del Corazón de Cristo y de María, Madre de Misericordia. De ella ha aprendido lo de esclava -lo
de servir-, y sigue sus pisadas. Es el modelo para todos de una vida santa, por su austeridad, su
oración y su fe.
Entre los distintos lugares a donde Madre Piedad llegó, tuvieron la gran suerte los habitantes de
este pueblo, que ella de una manera providencial y generosa aceptara la encomienda de hacerse
cargo del colegio. Estaba cerrado y había que reabrirlo de nuevo con las hijas de su
congregación. En esta tarea la vamos a ver pisando las calles del pueblo de Soncillo.

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