alejandro dumas el hombre de la mascara de hierro (1).pdf


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––Muy bien hablado.
––Por desgracia, cuando uno encuentra a alguien en la Bastilla, no hay modo de retroceder.
––Se me ocurre una idea, Athos, ––repuso el mosquetero; –– hagamos por evitar la
contrariedad de Aramis.
––¿De qué manera?
––Haciendo lo que yo os diga, o más bien dejando que yo me explique a mi modo. No
quiero recomendaros que mintáis, pues os sería imposible.
––Entonces?...
––Yo mentiré por dos,, como gascón que soy.
Athos se sonrió.
Entretanto la carroza se detuvo al pie de la puerta del gobierno.
––¿De acuerdo? ––preguntó D'Artagnan en voz queda,
Athos hizo una señal afirmativa con la cabeza, y, junto con D'Artagnan, echó escalera
arriba.
––¿Por qué casualidad?... ––dijo Aramis. ––Eso iba yo a preguntaros,––interrumpió
D'Artagnan.
––¿Acaso nos constituimos presos todos? ––exclamó Aramis esforzándose en reírse.
––¡Je! eje! ––exclamó el mosquetero, ––la verdad es que las paredes huelen a prisión,
que apesta. Señor de Baisemeaux, supongo que no habéis olvidado que el otro día me
convidasteis a comer.
––¡Yo! ––exclamó el gobernador.
––¡Hombre! no parece sino que os toma de sorpresa. ¿Vos no lo recordáis?
Baisemeaux, miró a Aramis, que a su vez le miró también a él, y acabó por decir con
tartamuda lengua:
––Es verdad... me alegro... pero... palabra... que no... ¡Maldita sea mi memoria!
––De eso tengo yo la culpa, ––exclamó D'Artagnan haciendo que se enfadaba.
––¿De qué?
––De acordarme por lo que se ve.
––No os formalicéis, capitán, ––dijo Baisemeaux abalanzándose al gascón; ––soy el
hombre más desmemoriado del reino. Sacadme de mi palomar, y no soy bueno para nada.
––Bueno, el caso es que ahora lo recordáis, ¿no es eso? ––repuso D'Artagnan con la
mayor impasibilidad.
––Sí, lo recuerdo,––respondió Baisemeaux titubeando.
––Fue en palacio donde me contasteis qué sé yo que cuentos de cuentas con los señores
Louvieres y Tremblay.
––Ya, ya. ––Y respecto a las atenciones del señor de Herblay para con vos.
––¡Ah! ––exclamó Aramis mirando de hito en hito al gobernador, ––¿y vos decís que
no tenéis memoria, señor Baisemeaux?
––Sí, esto es, tenéis razón, ––dijo el gobernador interrumpiendo a D'Artagnan, ––os pido mil perdones. Pero tened por entendido señor de D'Artagnan que, convidado o no,
ahora y mañana, y siempre, sois el amo de mi casa, como también lo son el señor de Herblay y el caballero que os acompaña.
––Esto ya lo daba yo por sobreentendido, ––repuso D'Artagnan; ––y como esta tarde
nada tengo que hacer en palacio, venía para catar vuestra comida, cuando por el camino
me he encontrado con el señor conde.

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