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genuino derecho de propiedad. Y establecieron diferencias entre los hombres, separándolos en
privilegiados que poseían tales derechos y oprimidos que no.
»Crearon leyes paralelas, desprovistas de la virtud original. Sistematizaron e
institucionalizaron la violencia, construyendo jerarquías desde arriba y sometieron a los ciudadanos
a los designios de los jefes de la organización política. Esta es la génesis de los estados:
instrumentos de dominación que dividen a la sociedad entre amos y esclavos, entre productores y
ladrones, entre asesinos y asesinados, entre víctimas y victimarios.
»¿Seguís sin creer en la existencia del mal? ¡Mirad a vuestro alrededor! Existe una lucha en el
universo que comienza y termina con el propio hombre, la única que importa: el bien contra el mal,
la razón contra el instinto, la producción contra la destrucción, la moral contra la devastación, la
felicidad contra la desdicha, la involución contra el progreso. Y esta lucha se reproduce a todas las
escalas y en todo lugar donde un hombre pugne por sobrevivir; su destino depende de si es capaz de
vencer a su naturaleza animal y abrazar la razón o, por el contrario, es demasiado débil para ello, en
cuyo caso la humanidad está condenada inexorablemente al fracaso.
»¡El mal anida en la negación de lo que os hace humanos y felices! ¡No renunciéis al amor, la
familia ni la amistad! ¡No renunciéis a dejar algo atrás y a darle un sentido al sufrimiento vital!
¡Amad de verdad, no como los animales! ¡Comprometidos no solo física, sino espiritualmente! El
placer corporal es limitado e insaciable, la paz del espíritu por amar y ser amado es infinita. La
cópula nunca fue amor. La amistad nunca fue ciega a las necesidades y el padecimiento del amigo.
El Estado nunca fue familia.
»¡Despierta y escoge bando en esta guerra, Europa! ¡Tu tiempo se está acabando! Aquí
concluye mi mensaje, pero aquí empieza también tu respuesta —termina su discurso el agitador.
Las pantallas se apagan y los altavoces enmudecen, pero el mensaje ya ha sido entregado. Los
reeducadores siguen observando cada movimiento de los congregados, atentos a cada palabra que
pueda salir de sus bocas como respuesta a lo que han escuchado. Sí, aquí comienza también mi
respuesta. Giro sobre sí mismo y quedo frente a la líder del Estado.
—¡Sic semper tyrannis! —gritó con todas mis fuerzas, como los asesinos de César y de
Lincoln, y aprieto el gatillo de mi fusil.
No ocurre nada. Mi arma no genera el haz de luz mortal que debía unirnos y arrebatar el
aliento a la dictadora.
Me han descubierto, lo han sabido todo este tiempo, no he podido ocultar mis intenciones al
monstruo. Los agentes del Ministerio se dirigen a la plataforma mientras mis subordinados armados
me rodean. Recibo un tremendo golpe con la culata de un fusil sobre la boca del estómago y
expulso el aire de mis pulmones con un quejido. Doblo la rodilla sobre el suelo tras notar una fuerte
patada en la corva. Los golpes se suceden. Y de repente, todo se pone negro. La oscuridad se ha
cerrado.