Los poseedores del fuego han muerto.pdf


Vista previa del archivo PDF los-poseedores-del-fuego-han-muerto.pdf


Página 1 2 3 4 5

Vista previa de texto


Las manifestaciones de La Imagen se han tornado diversas e indelebles, se masifican. Ahora
bien, ¿qué sucede cuando la entrada al santuario está en el bolsillo, en millones de bolsillos y
al alcance de la mano?, ¿cuando el estudio del videógrafo ya no es el asiento del lugar
sagrado? Sucede, fundamentalmente, que aquellos intermediarios oficiales también pierden
rango y posición. En la actualidad, fotógrafos y videógrafos intervienen sólo en algunos de los
tantos modos de expresar La Imagen, no “el único”, “no el mejor”.
Estos sucesos han tomado desprevenido a un sinnúmero de profesionales que desde hace
tiempo vivimos del video y la fotografía, quienes, en mayor o menor medida, permanecemos
sorprendidos frente al estallido tecnológico que multiplicó a Dios, La Imagen. Además, muchos
presencian aturdidos la avanzada de “los nuevos”, los ven como una legión que, sin saberlo,
irrumpe en el oficio sagrado de otro tiempo para acelerar su proceso de disolución.
Numerosos fotógrafos y videógrafos se preguntan por qué parte del público prefiere, en
ciertos casos, una manifestación de La Imagen lograda mediante un teléfono móvil y no la que
ellos serían capaces de ofrecer. Se animan y desaniman en los grupos de facebook, esos
nuevos consejos religiosos donde barajamos soluciones mundanas o trascendentes. No
comprendemos por qué ese Dios, La Imagen, al que durante tanto tiempo y con fidelidad
interpretamos, se ha uniformado con la tecnología para recrearse y desparramarse desde
miles de pantallas de cajitas multicolores, despojándose de las diferencias, diferencias que, por
lo demás, se vuelven cada día más imperceptibles o aceptadas como posibles.
Ocurre que todo puede ser de otra manera. Una considerable porción de “el gran público”
aprueba tanto fotografías o videos tomados con un celular como los realizados por
profesionales, todos constituyen manifestaciones de la misma entidad, porque La Imagen no
es una divinidad que acentúa los contrastes ni la idea de los opuestos, sino una que incluye la
totalidad de las partes. La imagen se basta a sí misma para ser lo que es y, una vez alcanzada,
no necesita de otra cosa para existir. En este nuevo orden social tiende a desaparecer la idea
del mal, de “lo que está mal”. El bien y el mal ya no son polos extremos sino calificaciones
discutibles que pueden ser defendidas tanto a favor como en contra. La esencia del video y la
fotografía ha fundido su relación con el resto de todas las cosas.
Nos guste o no, este fragmento de Dios, La Imagen, que irrumpe en la posmodernidad,
acentúa el cambio y la conciencia de lo transitorio. Ya nadie puede hablar en nombre de La
Verdad porque La Verdad no existe, todo es interpretación. Este nuevo Dios, La Imagen, ha
habilitado otras miradas, rompiendo con las formas binarias que hacían de una fotografía
“buena o mala”. Ha descentrado los sentidos que los videógrafos y fotógrafos indicábamos o
imponíamos como correctos. Ya no hay fotos o videos “malos”, salvo para la noción valorativa
del fotógrafo o videógrafo en busca de un pasado que siga narrando su existencia. Para las
generaciones ávidas de experiencias de novedad, que habitan fuera del “campo profesional”,
el presente es el mañana. Ya no hay videos ni fotos malos, salvo para quienes no han intuido
que gran parte de la sociedad lee ahora los nuevos testamentos que ha dictado La Imagen. Me
arriesgo a afirmar que hasta aquel videógrafo social que sus pares han etiquetado como
“moderno” puede ser un conservador de las estructuras si su innovación no descubre lo que
para el tradicionalista permanece oculto.