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PLACER
Intentar conocer a un escritor a través de sus
opiniones es una majadería sólo superada
por la de in­tentar conocerlo a través de las
opiniones de los demás. En realidad, intentar
conocer a alguien por algo que no sean sus
hechos es una cuestión de fe. Si le interesa
Borges, lea a Borges.

EL CIRCO DE LAS
OPINIONES
Borges habló de casi todo, durante muchos
años, casi sin parar. Por ejemplo dijo: “Si tuviera que elegir entre la literatura inglesa o
la literatura rusa, entre Dickens o Dostoievski, elegiría a Dickens”. O también: “Kafka es
el gran escritor clásico del siglo XX”. Borges
no hacía ascos ni al elogio ni a la ofensa
(ninguna persona leída puede resistir la tentación del insulto). Una de sus puyas más famosas es acerca de Sábato: “Me dicen que
en Italia los libros de Sábato se venden con
una faja que dice: Sábato, el rival de Borges. Es extraño, pues los míos no llevan una
que diga: Borges, el rival de Sábato”. Sobre
Julio Verne dijo: “Era un jornalero laborioso
y risueño que escribió para adolescen­
tes”.
Imposible saber si se trata de un elogio o de
una crítica, quizás sólo una opinión de ésas
que apenas produce el sonido de sus palabras al decirla. Borges, por otra parte, sabía
perfectamente que donde las dan las toman.
Paul Auster dijo de él: “Borges es un escritor
menor genial. Creo que su fuerza radica en
que conocía sus límites. Ni siquie­ra intentó escribir novelas, no podía hacerlo. En cambio,
perfeccionó aquello que sí podía hacer. No
hay nada en Borges que ilumine, conmueva,
aflija, o golpee el corazón de los hombres”.
Tras decir esto, debió salir a la calle en busca
de un taxi bajo la lluvia.
La ideología, esa peste que corrompe a los
hombres que no piensan como uno mismo, le
llevó a enfrentarse con una serie de escritores
latinoamericanos. Pablo Neruda comentó:
“Es un gran escritor, a Dios gracias. Todos

PLACER
los que hablamos español estamos muy orgullosos de que Borges exista. Hemos tenido
grandes escritores, pero uno universal, como
Borges, es una rareza en nuestros países. Eso
es todo lo que puedo decir. Pero pelear con
Borges, eso nun­
ca lo haré. Aunque piense
como un dinosaurio, y no entienda lo que
está sucediendo en el mundo moderno, y
crea que yo tampoco lo entiendo. Por lo tanto, estamos de acuerdo”. En esta línea de respeto y profundo desprecio se oyó a Cortázar
decir: “Borges pronunció una conferencia en
Córdoba sobre literatura contemporánea en
la América latina. Habló de mí como un gran
escritor, y agregó: Desgraciadamente nunca
podré tener una relación amistosa con él porque es comunista. Cuando leí la noticia en los
diarios, me alegré más que nunca del homenaje que le rendí en La vuelta al día. Porque
yo, aunque él esté más que ciego ante la realidad del mundo, seguiré teniendo a distancia
esa relación amistosa que consuela de tantas
tristezas”. Detengámonos en estos dos pibes
por un momento, ya que muchos dicen que
Julio Cortázar sólo se puede entender como
una especie de hijo literario de Borges. Personalmente creo que Borges es más un cartógrafo tenaz y riguroso, y Cortázar un viajero
a lomos de un dragón llamado Fafner. En fin,
ya sea por azar o por necesidad, el hecho
es que Borges medió en la publicación del
primer cuento de Cortázar. Borges le recordaba así: “Una tarde, nos visitó un muchacho
muy alto con un previsible manuscrito. No recuerdo su cara; la ceguera es cómplice del
olvido. Me dijo que traía un cuento fantástico
y solicitó mi opinión. Le pedí que volviera a
los diez días. Antes del plazo señalado, volvió. Le dije que tenía dos noticias. Una, que
el manuscrito estaba en la imprenta; la otra,
que lo ilustraría mi hermana Norah, a quien
le había gustado mucho. De la obra posterior de Cortázar, he leído algo. Pero no me
atraen sus juegos incómodos, como contar un
cuento empezando por el medio. Todo eso
es una imitación de Faulkner. Y si es incómodo en el mismo Faulkner, que era un hombre
genial, imagínese”. Obviamente en el plano

ideológico, como antes lo hemos hecho con
la opinión de Cortázar, Borges también manifestó sus profundas diferencias. Por ejemplo,
en un claro ejemplo de olvido propio: “Julio
Cortázar ha sido condenado, o aprobado,
por sus opiniones políticas. Fuera de la ética,
entiendo que las opiniones de un hombre suelen ser superficiales y efímeras”. Cortázar, a
pesar de ello, comentaría años más tarde, en
una carta a Fernández Retamar: “En principio soy -y creo que lo soy cada vez más- muy
severo, muy riguroso frente a las palabras. Lo
he dicho, porque es una deuda que no me
cansaré nunca de pagar, que eso se lo debo
a Borges. Me di cuenta de que si podía no
poner ningún adjetivo y al mismo tiempo calificar lo que quería, lo iba a hacer. O, en todo
caso, iba a poner un adjetivo, el único, pero
no iba a caer en ese tipo de enumeración que
lleva fácilmente al floripondio”.
Borges también tuvo tiempo para comentar el
interés que tenía por la cultura oriental. Desde los diez años se sentía fascinado por la
filosofía budista, a la que accedió a través de
Schopenhauer. Éste fue un autor casi fetiche

para Borges, que llegó a decir de su obra:
“De todas las doctrinas filosóficas, la suya es
la que más me satisface, porque es la que
más se parece a una solución”. Sobre otros,
como Nietzsche, dijo: ”Siento que hay algo
duro en él -y no diré fatuo-, quiero decir que
como persona no tiene la menor modestia”.
Desde Placer estamos seguros que esta crítica
se convertiría en elogio si hubiera llegado a
los oídos del bueno de Nietzsche. También
opinó sobre la pareja de filósofos españoles
Ortega y Gasset. De Ortega dijo (de Gasset
no se tiene una opinión conocida): “Su buen
pensamiento queda obstruido por laboriosas
y adventicias metáforas. Ortega puede razonar, bien o mal, pero no imaginar. Debió
contratar como amanuense a un buen hombre
de letras, un negro, para que escribiera sus
libros”. Y acerca de Freud: “Intenté leer cosas
de Freud, pero pensé que era un charlatán o
un loco. Al fin y al cabo, el mundo es demasiado complejo para ser llevado a un esquema absoluto tan simple. Mientras que en Jung
se nota una mente más amplia y hospitalaria”. La opinión de Freud sobre Borges no la
conocemos, desgraciadamente, pero sospechamos que le recordaría la noche de bodas
con Elsa Astete Millán, la cual tuvo que irse a
dormir sola ante la insistencia de Borges de
seguir durmiendo en su habitación de soltero,
en casa de su madre.
Pero tras tanto barro (el mismo que alimenta
las cosechas, el mismo que impide al campesi­
no volver a casa con dignidad), me gustaría
terminar resaltando su relación con el viejo
Whitman, Borges quedó prendado de su poesía desde su más tierna infancia. Dijo: “Fue
para mí, durante esa época (1932 y alrededores), no sólo un gran poeta sino el único
poeta. Cuando leí Hojas de Hierba pensé:
Esto es lo más maravilloso que se ha hecho en
la historia de la literatura. Llegué a convencerme de que todos los poetas que existieron en
el mundo hasta 1855 meramente se habían
dirigido hacia Whitman y que no imitarlo era
un signo de ignorancia”. Borges también podía ser un tipo majo, cuando le tocaba hablar
de autores de lengua inglesa.