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un hecho práctico, funcional, el edificio debe servir para ser habitado, recorrido, vivido y
debe construirse de manera rápida, barata y eficaz.
Los romanos elaboraron nuevos materiales constructivos menos notables y
vistosos pero más aptos para permitir ciertas audacias estructurales exigidas por la nueva
concepción del espacio interno.
Uno de los más notables inventos de los constructores romanos fue el hormigón u
opus cementicium, cuya técnica consiste en construir dos paredes relativamente delgadas
de ladrillo y rellenarlas con tejas rotas, cal, arena, una piedra volcánica llamada
puzzolana y agua. El arquitecto Vitruvio explica en su texto De Architectura, escrito
alrededor del 28 a.C., las bondades de este método constructivo:
“Hay una clase de piedra a la cual la naturaleza ha dado una virtud admirable. Se la
encuentra en país de Baia y en las tierras alrededor del Vesubio. Este polvo mezclado con
cal y piedras une los ladrillos firmemente no sólo en los edificios ordinarios sino también
en el fondo del mar ya que hace cuerpo y endurece maravillosamente.”2

El opus cementicium produjo muros de gran resistencia cuya superficie se decoraba a
veces con mármol o estuco, pero el interior era virtualmente una masa monolítica. Esto
formaba un soporte admirable para bóvedas y cúpulas que ellas mismas se construían en
hormigón y se convertían así en monolíticas sin empujes laterales. El
empleo
del
hormigón representó una innovación capital, que se generalizó a comienzos del Imperio y
permitió construir más rápidamente edificios más sólidos y espaciosos, algunos de los
cuales han sobrevivido hasta nuestros días, como el Panteón, el anfiteatro Flavio,
acueductos, puentes, etc.
Vivienda y Sociedad: Casas de inquilinato
Si bien la arquitectura pública generó el mayor esfuerzo económico y artístico, el
ámbito de lo privado tuvo también logros importantes. Los romanos de mayores recursos
habitaban una domus, esto es una casa unifamiliar que analizaremos más adelante.
También podían ser los felices dueños de una villa suburbana, que les permitía gozar de
la naturaleza y, a menudo también controlar los trabajos agrícolas que les daban una
renta. En cambio los habitantes de menores recursos residían en viviendas colectivas, las
insulae, que ocupan menor extensión de terreno y albergan a mayor cantidad de personas.
Realizadas con materiales baratos, tenían poca iluminación, escasa higiene y eran
frágiles. La población de las grandes ciudades, en constante aumento exigía casas de
alquiler. La presión urbanística obligó a los arquitectos a diseñar casas de varios pisos,
por lo menos desde la época de Vitruvio, quien comenta:
“las leyes públicas no permiten que el grueso de las paredes externas sea de más de pie y
medio: por consiguiente, las demás paredes, para que no resulten estrechas las
habitaciones, tampoco han de ser de más espesor. Ahora bien, las paredes de adobes, a
menos de ser de dos o tres adobes, no pueden sostener la carga de más de un piso. Dada
la magnificencia de la ciudad y el inmenso número de sus habitantes es necesario
disponer de numerosísimas viviendas, y como la superficie del suelo no puede
proporcionar cómodas habitaciones dentro de los muros a tanta gente, esto obliga a echar
mano del recurso de la altura, levantando sobre pilastras de piedra y muros de
mampostería pisos altos, con enmaderamientos continuos y espesos que aumentarán con
gran utilidad los aposentos. De este modo, multiplicados dentro del recinto en el sentido

2

Vitruvio, De Architectura, Libro II, cap. 6, 37-38

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