APUNTES 5. Noviembre 2013.pdf


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APUNTES PARA LA HISTORIA
MI PRIMERA PRISIÓN
Ricardo Flores Magón
A la señorita Ethel Dolsen1

5

Algo extraño ocurría en la ciudad de México al comenzar
la primavera de 1892. La gente se movía, se agitaba,
como si con la entrada de la estación se hubiera
desentumecido en caduco organismo de la sociedad
mexicana. Vibraciones juveniles reanimaban la vieja
ciudad. Las sórdidas barriadas donde se pudre física y
moralmente la gente pobre, ardían en una atmósfera de
protesta. Las escuelas eran otros tantos clubes donde la
juventud estudiosa hablaba de los Derechos del hombre,
de Libertad, de Igualdad y de Fraternidad. En los pasillos
de los teatros, en los casinos, en las calles, en las plazas,
en las cantinas, en las tiendas, en los tranvías se hablaba
del Gobierno en tono rencoroso. Los ciudadanos
lanzaban miradas torvas a los gendarmes. Los policías
secretos eran designados a voces y perseguidos por la
estruendosa befa de los estudiantes. A gritos se referían
chascarrillos acerca de Porfirio Díaz y su mujer. Todo
indicaba que la autoridad había perdido su prestigio.
Hacía dieciséis años que una revuelta mezquina había
colocado a Porfirio Díaz al frente de los destinos de la
nación mexicana, y desde entonces había gobernado sin

interrupciones el país; aunque Manuel González había
figurado como presidente en los años de 1881 a 1884,
éste sólo fue un instrumento del siniestro Dictador. Díaz
preparaba en 1892 su segunda reelección y los
ciudadanos inteligentes se disponían a impedirla por el
inocente ejercicio del civismo. A eso se debía el extraño
aspecto de la ciudad de México al comenzar la primavera
de ese año.
Ya para entonces Díaz tenía en su pasivo cuentas
enormes de duelo y sangre. Las cabezas que habían
tenido la desgracia de descollar unas cuantas pulgadas
sobre el nivel de degradación moral que con su espada
había marcado el Dictador, habían caído por centenares,
por miles en todo el país. Las frentes de los viandantes
tropezaban en la noche con lo pies hediondos y helados
de los colgados en los árboles de los caminos.
En los vericuetos, en las hondonadas, en los recodos
fermentaba la carne de las víctimas del despotismo. Los
“rurales” –esos cosacos de la Rusia mexicana– cruzaban el
país en todas direcciones matando hasta la hierba, como