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Leyendas de los 9 Reinos: 1ª Leyenda – Libro 1
—¿Ese joven no tiene nombre? — Pregunta Colega, que ahora me fijo que se le ha
quedado mirando fijamente, y el joven herido a él.
—Me llamo Noip. —Dice el joven antes de que el anciano pueda decir nada.
—No te he preguntado a ti. ¿Acaso usted no sabe su nombre, anciano? —Pregunta
colega, con un tono que me indica que esté alerta. Dejo a Laabita en el suelo y la pongo
detrás de mí. No sé qué pasa, pero si él ha visto algo raro, es que hay algo que no
debería estar.
—Por favor, señores, no hay que ponerse así, aquí todos somos hermanos. —Dice el
anciano intentando en vano que dejáramos el tema.
—Eres un saqueador, ¿verdad, chico? —Dice Colega plantándose a unos pasos de él.
—Y tú un mercenario, ¿verdad? —Dice el chico intentando incorporarse. Pero sin
demasiado éxito.
—Hemos visto a varios muertos por arma blanca en distintas partes del pueblo, así
que el dragón no ha podido ser. También hemos encontrado varios cuya ropa de
camuflaje los delataba como saqueadores. Me importa bien poco que robarais unas
cuantas joyas en las casas abandonadas, pero matar es otra historia. ¿Eres uno de los que
mataron a esos civiles? —Pregunta con una mano la empuñadura de su espada oriental.
Más como amenaza de lo que pasará si hace algo raro que porque quiera usarla si no le
gusta la respuesta.
—Si hubiera hecho eso no estaría aquí. —Le responde entre quejidos de dolor.
La madre de los pequeños se acerca corriendo, tras dejar a sus hijos con una de las
Hijas de los 12.
—Por favor, señores, este joven no ha hecho nada malo, me salvó la vida a mí y a
mis hijos, por favor, no le hagan nada. —Le suplica la mujer a Colega.
La mujer no está en muy buen estado, tiene quemaduras en la cara y las manos, por
no hablar del estado de su ropa, su delantal y larga falda está rota por muchos sitios y
quemados en otros, y me parece que su pelo castaño recogido en un moño también
tienes partes quemadas.
—Ese joven trajo aquí a Rosa y los niños a riesgo de su vida, de no ser por él ellos no
habrían llegado aquí, es una buena persona. —Salta uno de los Hijos.
—¡Eso! ¡Hasta hizo de escudo de los niños! —Increpa otro.
Ni Colega ni yo decimos nada, y parece que eso envalentona al resto que se ponen
todos a increparnos cada vez más alterados. Parece que nos hemos convertido en el
objetivo de donde enfocar su ira contenida, es normal que en casos como éstos en los
que el estrés y el miedo pueden con uno te desahogues con cualquiera, si es un extraño
amenazador mejor, así no te da cargo de conciencia luego. Pero Colega sigue inmóvil,
sin decir nada, así que decido hacer lo mismo, total, le darían la vuelta a cualquier
explicación razonable que diéramos, así que antes que avivar el fuego esperamos a que
se apague solo, si es posible. Afortunadamente un anciano con túnica que está sentado
sobre un baúl los hace callar antes de que la cosa fuera a más, le basta con un único
grito de “¡Silencio!” y todos se callaron de golpe, al parecer él es el que tiene mayor
rango en este templo, por como todos le inclinan la cabeza y se disculpan. No hace
ningún amago de levantarse, y veo que tiene los dos pies vendados y con manchas rojas
de la sangre al penetrar por la tela.
—Ruego disculpéis a mis hermanos, espero que sepan disculparlos, es el miedo el
que habla, no ellos. —Dice el anciano, con una calva incipiente y barba cuidada y
recortada, con todo el pelo blanco y muy delgado, con una túnica muy desgastada y
sucia— Me llamo Blero, soy, por llamarlo de algún modo, el líder de esta congregación.
Os doy las gracias por venir y por salvar a la pequeña Laab. Son mercenarios
contratados por nuestro alcalde, supongo.
Darío Ordóñez Barba

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