CUENTO GANADOR DEL XIII CONCURSO DE NARRATIVA BREVE TIRANT LO BLANC 2013.pdf


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adulterio en Turquía era algo que aislaba y sumía en la
vergüenza y en la soledad a las mujeres. Sus padres no la
habían vuelto a buscar. Hârûn prohibió que se hablara de
ella en casa. Saîd había soñado muchas veces con viajar a
Turquía para verla. Mucho tiempo después llegaron Dhuha y
Hârûn a Bélgica, pero no consiguieron legalizar sus
situación migratoria. Pasaron en ese país europeo muchos
años. Dhuha había muerto hacía cuatro años y, a partir de
entonces, Hârûm se fue para abajo con mayor rapidez.
Entonces, Gassane se fue a América, donde ahora trabajaba
como DJ en el Bar Ahab de Chicago, un café lounge muy
exclusivo, donde mezclaba música de DJ Zoru, DJ Müzik,
DJ Dream. Saîd y Gassane se hablaban por teléfono una vez
a la semana. Las cosas que le decía de la windy city y de su
vida en esa ciudad a Saîd le parecían fabulosas. Gassan y
Saîd ya habían crecido en un mundo libre, en una cultura
cosmopolita, a pesar de haber heredado la tradición turca de
sus padres. Gassane vivía con una típica mujer americana,
de alguna pequeña ciudad de Illinois. Sherryl, así se
llamaba.
Enseguida, Saîd extrajo de la maleta de su padre el
Corán, le dio un trago a su café y leyó un párrafo a Hârûn.
Eligió la parte del libro sagrado que habla del «Hüzün» o la
«amargura». Pero mientras le leía, podía ver que su padre
no estaba. Parecía no percatarse de que él estaba ahí. Era
como estar en presencia de la ausencia. Hârûn parecía
tranquilo y en sus facciones no se percibía ningún rastro de
sufrimiento.
Al salir del metro Art Loi, Hârûn se negó a continuar
caminando. Saîd le pasó el brazo por detrás y lo ayudó a
desplazarse.
−Anda, papá, anda. ¿Es que no sabes adónde vamos?
Hârûn se detuvo y lo miró, intrigado.
−¿Adónde?
−A Estambul, papá.
A Hârûn le brillaron los ojos grises.
Pero en Turquía no quedaba nadie. Ni familia ni
amigos; los habían perdido a todos.
Cuando cruzaron las puertas de los Jardines Reales ya
era medio día. Caminaron por uno de los senderos de la
periferia, hasta que pudieron ver las doradas puntas de lanza
que sobresalían del enrejado de la rue Royale.