CUENTO GANADOR DEL XIII CONCURSO DE NARRATIVA BREVE TIRANT LO BLANC 2013.pdf


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−Aquí, papá; aquí. Vamos a descansar un poco en este
banco.
Se sentaron. Saîd colocó la maleta de Hârûn entre los
dos. Sólo entonces recordó que era la misma maleta vieja y
raída con la que sus padres habían llegado al país muchos
años antes. Hârûn y Dhuha nunca aprendieron a hablar
francés, como él y Gassane, que lo hablaban con fluidez. En
todos esos años, Hârûn casi nunca había salido del quartier
Midi, donde trabajó en algunos comercios árabes. Aunque
nunca tuvo un empleo estable. Hizo algunos amigos que lo
ayudaron a encontrar trabajo y que iban con él a beber té de
manzana y a fumar tabaco aromático en narguile. Con
Dhuha iba a orar cada semana a la mezquita de la rue de la
Buanderie. Saîd y Gassane fueron a la escuela, luego
trabajaron como negros en la construcción y, finalmente,
Gassane encontró trabajo de portero y camorrista en los
bares del quartier Mont des Arts, donde aprendió a mezclar
música house.
Saîd miró hacia arriba. «El cielo cae sobre nosotros»,
pensó, «al menos no creo que vaya a llover».
−¡Karpuz! −dijo Hârûn, inesperadamente. Después no
dijo nada más.
A saber qué es lo que estaría pensando, se dijo Saîd.
Tal vez sólo se le había antojado comer sandía.
Saîd miró en derredor. Al llegar habían encontrado
personas corriendo, en chándales y zapatillas deportivas.
Pero ahora el lugar estaba vacío. Se puso de pie y se colocó
un gorro negro de tela, de rapero, con un escudo de los
Raiders enfrente. Se encorvó para estar casi a la altura del
rostro de Hârûn. Le tomó la cara con las manos. Lo miró a
los ojos claros. Luego tomó sus manos rollizas y envejecidas.
Las acarició y las soltó. «Te quiero, papá», le dijo, «te
quiero», repitió.
Mientras Saîd se alejaba por Art Loi trataba de no
pensar. Se concentraba sólo en el suelo y en caminar. O en
pensar en ese futuro que le esperaba. Algunas veces iba por
la calle, y otras, subía a la acera.
Juan Saravia