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rrar: “Señor, ¿cómo no amar tu mundo?
¿Cómo no decirte ‘gracias’?
Tal vez la diferencia sea un corazón
agradecido. Quizás el amor al mundo
está mal solo cuando se convierte en
un fin en sí mismo; cuando olvido que
las cosas buenas que he recibido fueron
dadas con amor. Fueron dadas como
un medio de gracia para alimentar mi

Quizás el amor al
mundo está mal solo
cuando se convierte
en un fin en sí mismo;
cuando olvido que
las cosas buenas que
he recibido fueron
dadas con amor.
Fueron dadas como un
medio de gracia para
alimentar mi corazón,
mi alma y mi cuerpo,
para que yo pudiera
ser atraído a Dios.
corazón, mi alma y mi cuerpo, para que
yo pudiera ser atraído a Dios, y al conocerle, compartir la naturaleza divina (2 P
1.4; 2 Co 3.18).
Cuando Dios hizo el mundo, miró la
obra de sus manos y vio que todo era
bueno. Y cuando su imagen en el hombre llegó a distorsionarse tanto que ya
no se parecía a Él, amó al mundo lo suficiente para convertirse en uno de nosotros y rescatar lo que se había perdido.
Cristo vino para redimir al mundo, y esa
redención comenzó hace más de 2.000

años en un establo de Belén. Continuó
cuando Él, que era Dios, puso los pies
en la tierra, se sumergió en las aguas
de un río, comió pescado y partió pan,
caminó sobre el mar, convirtió al agua
en vino, y puso sus manos sobre las personas dando vida a los muertos.
Puede haber corrupción en este
mundo, pero lo que yo amo es la bondad
de Dios evidente en todo lo que está
a mí alrededor; en cómo Él está trabajando para redimir al caído. Amo este
mundo porque en él siento la complacencia y la bendición de mi Padre celestial al vivir, moverme y ser quien soy.
Doy gracias porque Él me amó lo
suficiente como para darme vida: la
bendición de un techo sobre mi cabeza y comida en el refrigerador; por
las sonrisas de tres pequeñas niñas
después de dejar atrás el tráfico de las
horas pico, y por una esposa con la cual
reír en la penumbra de la noche; por el
sonido del viento moviéndose a través
de los árboles; por una pizza napolitana, los tomates y el queso mozzarella;
por las cálidas aguas del Pacífico, la
fuerza de las olas enviadas desde las
profundidades del mar; por las puestas
del sol sobre un cañón; por montar en
motocicleta a través del desierto; por
el encanto de la madrugada, cuando el
mundo está todavía en silencio; por el
agua salada de las almejas frescas aderezadas con jugo de limón y rábano silvestre; por la belleza de la forma humana, doblada y arqueada; por el sonido
de una guitarra; por la risa de mi padre,
la voz de mi madre, la compañía de mis
hermanas; por despertarme hoy y por
la esperanza de ver el día de mañana;
por estas y tantas otras cosas ­—por este
mundo, mi hogar.
Doy gracias. l
E N C O N T A C T O . O R G 47