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C OM IE NZOS

¡Q

Reflexiones acerca de la vida interior

Amar el mundo
por CAMERON LAWRENCE

¡Qué palabras tan duras! “Si amas tu
vida, la perderás”. Pero más difícil aún:
“Odia tu vida, y la guardarás para siempre”.
Cada mañana salgo en un pequeño
automóvil conduciendo en dirección al
sol. Regreso por la tarde teniendo detrás
de mí el cálido resplandor del día, y con
las llantas del auto calientes, que han
llegado para descansar en el piso de mi
garaje. Hago lo que mucha gente hace,
sin duda, dejo mi familia cada día para ir
a trabajar y traer el sustento.
Estoy agradecido por mi trabajo,
pero la verdad es que me gusta más el
regreso. Regreso al amor de mi esposa
y de mis tres hijas; a nuestros amigos
y a la familia para estar con ellos en
los momentos de alegría y de dolor. Es
ese regreso lo que hace que valga la
pena dejar la casa. Amo mi vida en este
mundo. Amo este mundo.
Y allí está el problema. O quizás no. Tal
vez todo depende de cómo se vea.
Fue Jesús quien dijo esas palabras
en cuanto a amar y odiar la vida, y
durante siglos los cristianos han tratado
de saber cómo vivirlas. Hubo quienes
vieron al mundo demasiado lleno de
recompensas terrenales, así que huyeron de la civilización al desierto, donde
podían dedicarse totalmente a la oración y a la tarea de vencer las pasiones
pecaminosas. Se marcharon para llegar
a ser como el Señor mismo.
Comprendo el impulso por retirarse
a un lugar remoto. Veo el atractivo de
librarse de las distracciones externas,
concentrarme simplemente en la pre-

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F E B R E R O 2 0 1 4 E N C O N TA C T O

sencia de Dios; de morir al mundo por
causa de Aquel que me llamó por mi
nombre. Pero ¿es eso realmente necesario?
Confieso que mi impulso es con más
frecuencia en la otra dirección. Miro a
mi alrededor —a las personas, la naturaleza, a todo lo que Dios ha bendecido

nuestras manos para hacer y cultivar— y
quiero más. Veo en esta tierra, no una
vida que carece de riquezas, sino una
en la que, a pesar de todas los males y
penalidades, hay una belleza voraz, una
generosidad tan profunda, que algunos
días siento que pudiera tragármela toda.
¿Cómo pudo Jesús decir esas palabras? O, para el caso, cómo pudo decir
su seguidor Juan, uno de mis héroes
favoritos: “Si alguno ama al mundo, el
amor del Padre no está en él” (1 Jn 2.15)?
Solo de pensar en eso me dan ganas
de gritar: “¿No hay una solución intermedia?” Y en los momentos de quietud,
cuando estoy solo, y siento sobre mí el
peso de la misericordia del Señor sobre
mi vida, quiero arrodillarme y susu-