MENSAJE DEL PAPA PARA LA CUARESMA DE 2014.pdf


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¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece?
Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el
buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían
abandonado medio muerto al borde del camino Lo que nos da verdadera
libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor lleno de
compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros. La pobreza de
Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con
nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia
infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de
Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en
todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es
rico como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin
dudar ni un instante de su amor y su ternura. La riqueza de Jesús radica en
el hecho de ser el Hijo, su relación única con el Padre es la prerrogativa
soberana de este Mesías pobre. Cuando Jesús nos invita a tomar su “yugo
llevadero”, nos invita a enriquecernos con esta “rica pobreza” y “pobre
riqueza” suyas, a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos
en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito.
Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos ; podríamos
decir también que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de
Dios y hermanos de Cristo.
Nuestro testimonio
Podríamos pensar que este “camino” de la pobreza fue el de Jesús,
mientras que nosotros, que venimos después de Él, podemos salvar el
mundo con los medios humanos adecuados. No es así. En toda época y en
todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y salvando el mundo
mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los Sacramentos,
en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres. La riqueza de
Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente
a través de nuestra pobreza, personal y comunitaria, animada por el Espíritu
de Cristo.
A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las
miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar
obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la
miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza.
Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria
moral y la miseria espiritual. La miseria material es la que habitualmente
llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna
de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los
bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones
higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural.
Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para
responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro