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Juan Domingo Perón

Modelo Argentino para el Proyecto Nacional

una comunidad nacional no puede eludir una básica y primaria definición:
¿Qué debemos pedirle a nuestro hombre argentino para realizar la irreemplazable tarea que le espera? ¿Sobre qué valores y principios asentará su existencia
para a realizarse como ciudadano en un país grande y libre?
No tengo la inmodestia de intentar perfilar un arquetipo eterno e inmutable de argentino; sólo quiero aproximarme conmovido a algo de lo que todo
hombre lleva de permanente como huellas secretas de la mano de Dios.
Nuestra filosofía justicialista ha insistido en los valores y principios permanentes como fundamento espiritual insoslayable. En esa medida admite que
el hombre argentino debe encarnar caracteres que son comunes a todos los
hombres que mantengan inconmovible su dignidad. Requiere del hombre de
nuestra tierra lo que debe integrar la esencia de cualquier hombre de bien: autenticidad, creatividad y responsabilidad. Pero sólo una existencia impregnada
de espiritualidad en plena posesión de su conciencia moral puede asumir estos
principios, que son el fundamento único de la más alta libertad humana, sin la
cual el hombre pierde su condición de tal.
En un primer enfoque, podría parecer que si ser plenamente argentino
consiste en la asunción de los principios universales mencionados, no hay
diferencia entre lo que se requiere de nuestro hombre y lo que debería requerirse de un ciudadano de cualquier latitud del mundo. En tal sentido, el
adjetivo “argentino” sería un rótulo prescindible. No faltarán quienes elaboren este argumento; serán los mismos que han sostenido, durante muchos
años, que el argentino no existe como sujeto histórico autónomo, que no es
más que una suerte de prolongación, agónica y desconcertada, del hombre
europeo, o una híbrida fusión de múltiples fuentes.
Esos olvidan lo más importante: el hombre no es un ser angélico y abstracto. En la constitución de su esencia está implícita su situación, su conexión con una tierra determinada, su inserción es un proceso histórico
concreto. Ser argentino significa también esto: saber, o al menos intuir, que
ser lúcido y activo habitante en una peculiar situación histórica forma parte
de la plena realización de su existencia, es decir, habitante de su hogar, de la
Argentina, su patria.
Por lo tanto, lo que realmente distingue al argentino del europeo o del
africano es su radical correspondencia con una determinada situación
geopolítica, su íntimo compromiso moral con el destino de la tierra que lo
alberga y su ineludible referencia a una historia específica que perfila lentamente la identidad del pueblo.

Su pertenencia a esta historia y no a otra, su habitar en esta situación y
no en otra, su apertura a un destino irreductiblemente propio, bastan para
que aquellos principios esenciales que todo hombre atesora se concreten
de una manera única e irrepetible, configurando la esencia del hombre
argentino y conquistando para él un tiempo singular y definitivo en la historia del mundo.
Si en esto consiste la esencia de nuestro hombre, mi humilde pedido se
reduce a solicitar a cada argentino que actualice en profundidad su adherencia a esta tierra, que recuerde que sobre su compromiso y su autenticidad
brotarán las semillas de una Patria Justa, Libre y Soberana.

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B) La familia y la sociedad
Pese a los embates de una creciente anarquía de los valores esenciales del
hombre y de la sociedad que parece brotar en diversas partes del mundo, la
familia seguirá siendo, en la comunidad nacional por la que debemos luchar,
el núcleo primario, la célula social básica, cuya integridad debe ser celosamente resguardada.
Aunque parezca prescindible refirmarlo, el matrimonio es la única
base posible de construcción y funcionamiento equilibrado y perdurable
de la familia.
La indispensable legalidad conforme a las leyes nacionales no puede convertirse en requisito único de armonía. Es preciso que nuestros hombres y
mujeres emprendan la constitución del matrimonio con una insobornable
autenticidad, que consiste en comprenderlo, no como un mero contrato jurídico, sino como una unión de carácter trascendente.
Si esto es así, nuestros ciudadanos no deben asumir la responsabilidad del
matrimonio si no intuyen en profundidad su carácter de misión.
Misión que no sólo consiste en prolongar la vida en esta tierra, sino también
en proyectarse hacia la comunidad en cuyo seno se desenvuelve. Esto implica
comprender que, como toda misión radicalmente verdadera, supera incesantemente el ámbito individual para insertar a la familia argentina en una dimensión
social y espiritual que deberá justificarla ante la historia de nuestra Patria.
Tomando en cuenta estos aspectos, es conveniente reafirmar la naturaleza
de los vínculos que deben unir a los miembros de la familia. La unidad de ideales profundiza el matrimonio, le confiere dignidad ética, contribuye a robustecer en el hombre y en la mujer la conciencia de la gravedad de su misión, de su
nítida responsabilidad tanto individual como social, histórica y espiritual.