EXHORTACIÓN APOSTÓLICA FAMILIARIS CONSORTIO.pdf


Vista previa del archivo PDF exhortacin-apostlica-familiaris-consortio.pdf


Página 1...8 9 10111271

Vista previa de texto


Los esposos son por tanto el recuerdo permanente, para la Iglesia, de lo que
acaeció en la cruz; son el uno para el otro y para los hijos, testigos de la
salvación, de la que el sacramento les hace partícipes. De este acontecimiento
de salvación el matrimonio, como todo sacramento, es memorial, actualización y
profecía; «en cuanto memorial, el sacramento les da la gracia y el deber de
recordar las obras grandes de Dios, así como de dar testimonio de ellas ante los
hijos; en cuanto actualización les da la gracia y el deber de poner por obra en el
presente, el uno hacia el otro y hacia los hijos, las exigencias de un amor que
perdona y que redime; en cuanto profecía les da la gracia y el deber de vivir y
de testimoniar la esperanza del futuro encuentro con Cristo»​[32]​.
Al igual que cada uno de los siete sacramentos, el matrimonio es también un
símbolo real del acontecimiento de la salvación, pero de modo propio. «Los
esposos participan en cuanto esposos, los dos, como pareja, hasta tal punto que
el efecto primario e inmediato del matrimonio (​res et sacramentum​) no es la
gracia sobrenatural misma, sino el vínculo conyugal cristiano, una comunión en
dos típicamente cristiana, porque representa el misterio de la Encarnación de
Cristo y su misterio de Alianza. El contenido de la participación en la vida de
Cristo es también específico: el amor conyugal comporta una totalidad en la que
entran todos los elementos de la persona —reclamo del cuerpo y del instinto,
fuerza del sentimiento y de la afectividad, aspiración del espíritu y de la
voluntad—; mira a una unidad profundamente personal que, más allá de la unión
en una sola carne, conduce a no hacer más que un solo corazón y una sola
alma; exige la indisolubilidad y fidelidad de la donación reciproca definitiva y se
abre a la fecundidad (cfr. ​Humanae vitae​, 9). En una palabra, se trata de
características normales de todo amor conyugal natural, pero con un significado
nuevo que no sólo las purifica y consolida, sino que las eleva hasta el punto de
hacer de ellas la expresión de valores propiamente cristianos»​[33]​.
Los hijos, don preciosísimo del matrimonio
14. Según el designio de Dios, el matrimonio es el fundamento de la comunidad
más amplia de la familia, ya que la institución misma del matrimonio y el amor
conyugal están ordenados a la procreación y educación de la prole, en la que
encuentran su coronación​[34]​.
En su realidad más profunda, el amor es esencialmente don y el amor conyugal,
a la vez que conduce a los esposos al recíproco «conocimiento» que les hace
«una sola carne»​[35]​, no se agota dentro de la pareja, ya que los hace capaces
de la máxima donación posible, por la cual se convierten en cooperadores de
Dios en el don de la vida a una nueva persona humana. De este modo los
cónyuges, a la vez que se dan entre sí, dan más allá de sí mismos la realidad del
hijo, reflejo viviente de su amor, signo permanente de la unidad conyugal y
síntesis viva e inseparable del padre y de la madre.
Al hacerse padres, los esposos reciben de Dios el don de una nueva
responsabilidad. Su amor paterno está llamado a ser para los hijos el signo
visible del mismo amor de Dios, «del que proviene toda paternidad en el cielo y
en la tierra»​[36]​.
Sin embargo, no se debe olvidar que incluso cuando la procreación no es posible,
no por esto pierde su valor la vida conyugal. La esterilidad física, en efecto,