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como desván, está por aquí, le condujo por los pasillos y le explicó que tendría que
incluir su actividad en el plan de centro, que no acostumbraba a hacer estas cosas.
- ¡ por supuesto que no! – lo sé- respondió aquel hombre.
Al llegar al habitáculo, se encontraron con una habitación llena de muebles viejos,
material usado, herramientas de todo tipo, montones de carpetas y hojas escritas. El
hombre entró y soplando el polvo de uno de los montones de carpetas, dijo, -creo que
tenemos bastante trabajo.
Y se puso manos a la obra, estuvo varios días limpiando la sala, de vez en cuando
algún niño, se acercaba en la hora de recreo a cotillear un poco, y Miguel, le miraba, le
sonreía y seguía con su qué hacer. Un chico llamado Juan, se quedó un tiempo mirando
como organizaba todo, Miguel se giró y con su sonrisa habitual y su buen talante le
hizo un gesto con la mano de que pasara.
-

¡Pasa hombre!, no tengas miedo.

-

No tengo miedo señor, sólo siento curiosidad.

-

¡Claro que si! La curiosidad es una de las madres de las grandes ciencias. Nunca
dejes que nadie te diga lo contrario.

-

¿Qué piensa hacer usted aquí cuando termine de arreglar todo esto?

-

…Ya lo estoy haciendo chico, ya lo hago desde hace mucho tiempo. Por cierto,
cómo te llamas?

-

Juan, señor, mi nombre es Juan y tengo diez años.

-

Yo soy Miguel, encantado de conocerte – le dijo estrechándole la mano
fuertemente.

-

Juan se quedó mirando fijamente a Miguel, y tuvo la sensación de que serían
buenos amigos.