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Eso favorecía el comercio, en todo su sentido, legal, ilegal o extremadamente
peligroso…si existía, en Xhantala lo podías comprar por un precio, en alguna de sus
multiples tiendas o tenderetes.
Armas, esclavos, animales, objetos rúnicos o cualquier tipo de tecnología o cosa
se mezclaban en las calurosas calles, sin ningún orden. Hasta se rumoreaba que se podía
encontrar máquinas imperiales de salto, aunque eso a Seannus le parecía inutil, ya que
el imperio controlaba todos los puntos de salto.También aquí en el puerto, estaban los
funcionarios Imperiales, con sus registros, pero curiosamente todos los funcionarios del
imperio residentes en Xhantala acababan o inmensamente ricos o muertos. Y ningun
funcionario había muerto en Xhantala durante siglos. No era extraño el control ferreo de
los saltos entre mundos, al fin y al cabo el Emperador había inventado el modo artificial
de saltar entre mundos y controlaba todos los saltos que se realizaban de ese modo, los
únicos que podían realizar la mayoría de razas para recorrer grandes distancias en poco
tiempo.
Andaba entre esta anarquía de gente y mercancias por las calles de Xhantala, en
la que, como acababa de ver, cada cual debia cuidar de si mismo cuando pensó que
quizá fuera mas prudente aplazar su cita ya sería mejor acudir a la misma por la
mañana. En realidad tampoco se había acordado un día fijo y si tenía que huir
precipitadamente, era mejor hacerlo a través de unas calles desiertas que a través de esta
calles multitud. Además por la mañana a pleno sol haría calor y sin duda el calor le
beneficiaría en caso de problemas, pensó sonriendo, mientras unas pequeñas llamas
surgían de las yemas de sus dedos ennegrecidos y se reunían en una sola mas grande en
su palma. Con el calor seco de la ciudad del desierto, a pleno sol, todo podía arder
mucho mejor, y volvió a sonreir extinguiendo el fuego.
Así pues, cambió de rumbo en busca de una posada donde pasar la noche, y sacó
el medallón de oro que le había entregado el mensajero hacía unas semanas, invitandole
a visitar la ciudad y reunirse con los llamados Cuatro de Xhantala. Se lo colgó en el
pecho, bien visible, ya que le había dicho que el medallón era un salvoconducto y
significaba que era un invitado personal de los Cuatro Xhantala. Desde luego era una
invitación que no podía rechazar, grande era la fama de la fortuna de los Cuatro en
determinados circulos, algunos mercenarios o contrabandistas decían que incluso más
que la del propio emperador, aunque Seannus sabía el Emperador de Todos los Mundos,
el ser más poderoso del universo, no tenía rival por desgracia tampoco en cuanto a su
fortuna. Pero como él jamás trabajaría para el Impero, así que uno de sus potenciales
mejores clientes podían estar a la vuelta de la esquina y eso le hacía estar de buen
humor. Es lo que tiene ser un mercenario apátrida, pensó, eres libre de ir donde quieres,
conoces mundo y con suerte te haces rico, si es que no te da por licuar y beberte todo el
oro que ganas. Literalmente.
Mientras seguia recorriendo las calles en busca de un lugar donde descansar, el
medallón levantaba miradas de soslayo y hacía que los transeuntes se apartaran de su
paso, a pesar de lo concurrido de las calles. Algunos le sonreían nerviosos y si se
tropezaban con él por accidente, se disculpaban rapida y profusamente. No iba a tener
ningún problema para acudir a la reunión, pero ¿y para salir? Debóa ser precavido, era
la primera vez que trataba con los llamados Cuatro y tanto misterio le ponía un poco
tenso.
Se había informado lo mejor que pudo sobre ellos, pero al final habia sacado
poco en claro. Todo tipo de rumores y leyendas circulaban en el mundillo sobre los
Cuatro de Xhantala, fundadores y eternos vigilantes de la ciudad comercial del desierto