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saber que hacer, al igual que lanzaban miradas al cuenco de sangre y seso en el que se
habia convertido la cabeza de su compañero. No se habían intercambiado ni una palabra
desde que habia caido el grandullón y entonces, al cabo de un par de sorbos de metal, el
hombrecillo se dio la vuelta con intención de marcharse. Eso fue lo que dio valor a los
cuatro restante para vengar a su amigo muerto y sacando sus armas lo atacaron por la
espalda entre gruñidos.
Mejor para ellos que no lo hubieran hecho, pensó Siannus masticando una brasa
encendida, ya que otra vez el hombre menudo reaccionó con rapidez, sacando dos
grandes dagas curvas y dandose la vuelta, y cercenando primero un brazo y luego una
pierna al primero y segundo de sus agresores de un mismo movimiento, encarándose a
continuación con los otros dos, que ya habian detenido su avance y lo miraban
paralizados. Mientras la sangre cubría el suelo de la plazoleta alrededor de los dos
nuevos cuerpos que morian desangrados, los espectadores de la trifulca reanudaron su
marcha. El hombrecillo envainó sus dagas y se fue, y esta vez, los dos gigantes peludos
y simiescos que quedaban lo miraron irse sin mover un pelo, hasta que desapareció
entre la gente.
El espectáculo habia terninado, pensó Siannus, y mientras acababa de masticar
las últimas brasas de abedul que ya no estaban incandescentes y tomar el último trago
de esa mezcla de metales que estaba ya más espesa, reflexionó sobre lo que habia
pasado, concluyendo que no te puedes fiar de las apariencias y que esta era una ciudad
peligrosa. Vista la indiferencia que había provocado la pelea, teniendo en cuenta que
habían tres muertos, dos desmembrados y uno sin cara sangrando en el suelo, cualquiera
diría que era una calurosa tarde normal. O quizá fuera que en Xhantala esto era lo
habitual.
Aparte de Xhantala, el resto de este inhospito y enorme mundo era pura arena
ardiente. Quizá algunos animales vagaran por el desierto desolado y seco, pero Seannus
no tenía ningún interes en decubrirlo. Ni él ni nadie, dee hecho, en este mundo gigante,
sólo resultaba interesante la ciudad. Era una populosa ciudad amurallada, donde se
hacinaban decenas de miles de almas, apretujadas en variopintas casas de diferentes
materiales, sin ningún orden. Habían tantos estilos arquitectónicos como razas vivían en
la ciudad comercial, incontables. Eso si, todas las casas disponían de un suministro
continuo de agua que recibían a través una intrincada red de acequias, tuberías y
acueductos que formaban una intrincada red de suministro proveniente de una única
caudalosa fuente. Alimentada por las nieves perpetuas que existían en la cumbre de la
colosal y singular mole en la falda de la cual se apoyaba la ciudad, la fuente era la razón
por la cual este mundo no estaba completamente deshabitado.
La altura de la cumbre era extraordinaria, casi siempre rodeada de nubes, y
brillaba por la nieve acumulada. El nombre de la inmensa montaña era también
Xhantala, y además de agua proporcionaba una inmensa sombra vespertina a la ciudad,
que hacía que por la tarde la actividad se volviera frenética, como esa misma tarde. No
existían mas montañas, no existía más agua, ni más sombra que la de la inmensa mole
en todo el desolado planeta.
Agua y sombra en el desierto, pensó Siannus, no le gustaba ninguna de las dos
cosas, y pagando una cuenta que al final resultó bastante elevada para lo que fue su
almuerzo, reanudó su marcha avanzando entre la gente y los puestos callejeros. En
Xhantala se podía encontrar cualquier cosa, daba igual lo que fuera, el hecho de estar en
la frontera del imperio, de ser una ciudad relativamente pequeña en un mundo gigante
que sólo era un saco de arena, la hacía estar relativamente fuera del radar del Imperio.

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