1965 12 07, Concilium Vaticanum II, Constitutiones Decretaque Omnia, ES (1).pdf


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busca las ocasiones de anunciar a Cristo con la palabra, ya a los no creyentes para llevarlos a
la fe; ya a los fieles para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a una vida más fervorosa: "la
caridad de Cristo nos urge" (2 Cor., 5,14), y en el corazón de todos deben resonar aquellas
palabras del Apóstol: "¡Ay de mí si no evangelizare"! (1 Cor., 9,16).
Mas como en nuestros tiempos surgen nuevos problemas, y se multiplican los errores
gravísimos que pretenden destruir desde sus cimientos todo el orden moral y la misma
sociedad humana, este Sagrado Concilio exhorta cordialísimamente a los laicos, a cada uno
según las dotes de su ingenio y según su saber, a que suplan diligentemente su cometido,
conforme a la mente de la Iglesia, aclarando los principios cristianos, defendiéndolos y
aplicándolos convenientemente a los problemas actuales.
Instauración cristiana del orden temporal
7.
7. Este en el plan de Dios sobre el mundo, que los hombres restauren concordemente
el orden de las cosas temporales y lo perfeccionen sin cesar.
Todo lo que constituye el orden temporal, a saber, los bienes de la vida y de la
familia, la cultura, la economía, las artes y profesiones, las instituciones de la comunidad
política, las relaciones internacionales, y otras cosas semejantes, y su evolución y progreso,
no solamente son subsidios para el último fin del hombre, sino que tienen un valor propio,
que Dios les ha dado, considerados en sí mismos, o como partes del orden temporal: "Y vio
Dios todo lo que había hecho y era muy bueno" (Gén., 1,31). Esta bondad natural de las cosas
recibe una cierta dignidad especial de su relación con la persona humana, para cuyo servicio
fueron creadas.
Plugo, por fin, a Dios el aunar todas las cosas, tanto naturales, como sobrenaturales,
en Cristo Jesús "para que tenga El la primacía sobre todas las cosas" (Col., 1,18). No
obstante, este destino no sólo no priva al orden temporal de su autonomía, de sus propios
fines, leyes, ayudas e importancia para el bien de los hombres, sino que más bien lo
perfecciona en su valor e importancia propia y, al mismo tiempo, lo equipara a la integra
vocación del hombre sobre la tierra.
En el decurso de la historia, el uso de los bienes temporales ha sido desfigurado con
graves defectos, porque los hombres, afectados por el pecado original, cayeron
frecuentemente en muchos errores acerca del verdadero Dios, de la naturaleza, del hombre y
de los principios de la ley moral, de donde se siguió la corrupción de las costumbres e
instituciones humanas y la no rara conculcación de la persona del hombre. Incluso en
nuestros días, no pocos, confiando más de lo debido, en los progresos de las ciencias
naturales y de la técnica, caen como en una idolatría de los bienes materiales, haciéndose más
bien siervos que señores de ellos.
Es obligación de toda la Iglesia el trabajar para que los hombres se vuelvan capaces
de restablecer rectamente el orden de los bienes temporales y de ordenarlos hacia Dios por
Jesucristo. A los pastores atañe el manifestar claramente los principios sobre el fin de la
creación y el uso del mundo, y prestar los auxilios morales y espirituales para instaurar en
Cristo el orden de las cosas temporales.
Es preciso, con todo, que los laicos tomen como obligación suya la restauración del