Islandia....pdf


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dos moños altos, con largos helechos verdes colgando de ellos y un manto hecho de
anguilas muertas que le cubría los hombros. A Islandia se le revolvió el estómago. Esa
mujer le parecía un espectáculo lamentable.
Lina, tras saludar a Ha Laya y Petra con júbilo decreciente de una a otra, dirigió su
mirada de serpiente hacía Isla:
— Anda, pero que... simple vas. No te has arreglado mucho, pero no llevas mala cara
del todo— acabó su frase con una gran sonrisa.
Por primera vez, Ha Laya también sonrió — La belleza Lina, cuanto más se adorna,
más se tapa. — le dijo con calma y se dirigió hacia Isla: — Te encuentro guapísima,
Islandia. Tienes el precioso pelo de tu madre. Y bueno, cuéntanos, ¿Qué planes tienes?
hablábamos de eso antes de que llegaras.
— Bueno…De momento… de momento estoy trabajando con ella, con mi madre. He
aprendido mucho estos últimos años. — Respondió Isla. Al ver que Ha Laya asentía
interesada, esperando más, continuó hablando. — Sé qué plantas se utilizan para el
dolor de tripas, en qué rocas crece el musgo que corta las hemorragias, los diferentes
tipos de algas…— se mordió el labio y miró de reojo hacia el cielo, como hacía siempre
que pensaba— ¡Nunca hubiera imaginado la infinidad de algas que hay! Ahora gracias
a Ara soy capaz de reconocer prácticamente todas.
— ¡Ara! ¡Ara! — bramó Lina, — ¡Esa bestia tiene nombre! ¡Qué bárbaro! — gritó,
mientras retorcía nerviosa la cabeza de una anguila de su manto.
— Bueno… esa bestia tiene el mejor olfato del Reino Marino, Lina. — Intervino Petra.
— Sí sí, si lo sé… Y gracias a ello os habéis bañado en caviar. — respondió Lina, que
ahora apretaba firmemente el cuello de la misma anguila. — Reconozco que vendéis
remedio para todo. Pero no me parece adecuado — en ese instante trasladó la mirada
de Petra hacia Ha Laya — anteponer el beneficio de unos pocos, a la seguridad de todo
un pueblo.
— Ara nunca ha hecho daño a nadie. — Apeló Isla.
— Tampoco hay que esperar que lo haga. — contestó Lina, con una mueca impasible.
La rabia saturaba el cerebro de Islandia y no la dejaba pensar con fluidez. Podría darle
tantas contestaciones sobre por qué Ara era lo mejor que le había pasado en la vida
que no sabía por cual decidirse.
— Ara no solo beneficia a unos pocos, Lina, beneficia a todo el pueblo. — Repuso Petra.
— sin ella jamás encontraríamos las flores que tratan la tristeza continua de Lugete o la
halitosis de Hodentia. O pregúntale a Montis, por ejemplo, que necesita un alga que
crece bajo tierra para mantenerse despierto. O a Rotus, que consiguió frenar la
descamación acelerada de su cola.
Isla se sintió aliviada ante la defensa de su madre. Argumentos, argumentos eran lo que
necesitaban y no reproches de niñas pequeñas como el que había hecho ella. Mientras
tanto, la cara de Ha Laya permanecía imperturbable, sin dejar adivinar por quién se
inclinaba, qué pensaba.
— Sé que no pretendes ser mala sirena, Petra, pero vives en una comunidad. —
Masculló Lina. — No podéis andar por ahí paseándoos con un amasijo de cuchillas sin
raciocinio.

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