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Un rostro que solía conocer – Capítulo 1 Parte 1
Nunca pensé que lo volvería a ver. Nunca pensé volver a ver ese rostro que casi no
recordaba. O al menos eso era lo intenté hacer durante este último tiempo. Estaba más
que segura que era él, su voz ha cambiado pero su forma de hablar siempre será la misma.
Pero no podía detenerme a pensar todo eso, por alguna razón voltee al escuchar varios
gritos que provenían desde la playa. A pesar de que no podía ver por la oscuridad de la
noche, la luz de la luna apenas me dejaba ver unas tenues figuras que corría con
desesperación hacia un lugar más seguro lejos de los infectados. Sujeté bien fuerte mi
cuchillo y corrí lo más rápido que pude hacia ellos, pero sin acercarme demasiado.
-¡Oigan! ¡Por aquí! – Solo atiné a gritar desde lejos, mientras intentaba mantener la
atención a mí alrededor.
Todos giraron su cabeza hacia a mí, sin saber muy bien qué hacer, pero luego de unos
segundos se dieron cuenta que no podía quedar parados ahí mientras un grupo de
infectados por poco los hacía su cena. Ellos me siguieron, corriendo con todas sus cosas
encima, tratando de llegar a mi lugar que no estaba demasiado lejos de la playa.
-¡Papá! – Grité lo más fuerte que pude para que mi padre tuviera la puerta de entrada y
nuestro procedimiento listo a realizar.
Cuando estábamos a punto de llegar uno de los muchachos que se encontraba a lo último
se tropezó con un charco de sangre que yacía en el suelo.
-¡Ah! – Su grito seguido de un golpe brusco contra el suelo fue lo que llamó mi atención.
-¡Chris! – Gritó quién parecía ser su padre. Ya listo para ir a rescatar a su hijo, lo detuve.
–Yo iré. – Y corrí hacia él.
Unos infectados lo acechaban, así que lo primero que hice fue clavar el cuchillo en sus
cráneos, esa era la única forma posible de matarlos. Lo ayudé a levantarse, poniendo su
brazo alrededor de mi cuello y tratamos de correr lo más rápido posible, esquivando los
cuerpos yacidos en el suelo. Una vez adentro, cerré la puerta con llave y puse unos
barrotes para estar más seguros. Mi padre ya tenía encendida la bengala. La usamos como
distracción hacia los infectos, ya que mayormente lo que detona su agresividad son los
movimiento, las luces, los sonidos fuertes. Lo lanza desde el techo de la casa, para que
llegue más lejos y así poder dispersarlos fuera de nuestro perímetro.
Una vez adentro, un silencio se propagó por toda la sala. El padre hacía varias veces la
misma pregunta a su hijo, queriendo saber si se encontraba bien. Di media vuelta para
mirar al grupo que había en la sala. Eran como ocho personas, pero solo a tres pude