La pastera y el pastor de bueyes
SZAKACS ‒ Me llamás Szakács, cocinero en húngaro. No sé si el
sobrenombre predestina pero acá estoy con una mesa en la playa de Villa
Gesell, cuchilla en mano. Filosa. Yendo al kilo de nalga, ese corte que tiene
poca grasa. Sobre la tabla de madera de algarrobo, troceo cuadrados de dos
centímetros de lado, y algunos en que esa divina proporción no se me da.
Después la kolbasz necesaria, figurita difícil en el álbum de la charcutería
criolla. Difícil la longaniza porque aquí no viven magiares. Y entonces nadie
la pide. Cuchilla y rodajas no muy anchas. Y al plato hondo esperando el
momento justo.
Veo que encendés la luz de la cocina, aparecés y te vas de la ventana.
El fuego encendido sobre la parrilla móvil, leña de quebracho, empieza a dar
sus calores. Dos encenderes para los dos.
Es la hora en que las sombras se estiran sobre la arena, huyendo hacia el
mar. Mi sombra quiere huir y la dejo, me quedo junto a vos, sin sombras que
perturben el amor.
Retiro del envase de vidrio dos cucharadas de semillas oblongas, marrón
claro, con una rayita más clara. Llena de nombres, alcaravea, comino del
prado, anís de los Vosgos, carum carvi. Para mí kummel.
Sin ellas no hay gulash.
Cuelgo el caldero sobre el fuego, el bogracs tradicional para cocinar afuera.
Braseo la carne, la retiro del fuego, la cubro de pimentón y páprika. Lleno el
bogracs con el caldo, entro la carne, la cebolla, la kolbasz y el kummel.
Me siento y espero, con la paciencia del gulyas, el pastor de bueyes, que
sueño ser.
Te espero mi Pék.
PÉK ‒ Me llamás Pék. Pastera en húngaro. No sé si el sobrenombre predestina
pero acá voy hacia la harina, con alguna rima de rapeo.
Enciendo la luz de la cocina, te veo en la playa, cerca de la mesa, tus manos
viajando entre cuchilla, cucharas, frasco, y la mesa en la arena de la villa.
Bato huevos y crema. Le agrego leche, agua, y condimentos secretos.
Astucia de esconder en vericuetos.
Floreo un poco de harina y mezclo. Sigo floreando harina y mezclo.

Ahora al descanso.
Vuelvo a la ventana, veo que colgaste el brogracs sobre el fuego de leños
encendidos.
Enciendo el sol de noche. Dos encenderes para los dos.
Bajo a la playa llevando luz. Excusa para besarte. Y abrazarte.
Me siento a tu lado, la noche borra la sombra. La luz del sol de noche la
devuelve, en el viaje hacia al mar.
Me quedo para desearte.
Vuelvo a la cocina. Caliento el agua. Voy dejando caer un vuelo de masa por
los agujeros del antiguo spraetzle, herencia de familia.
Como magia flotan pequeñas figuras. Las retiro.
Por la forma, solo por la forma, le dicen Galuskas.
Las vuelco en una sopera de cerámica de Bavaria, pintada con pequeñas
flores celestes, le echo tres cucharadas de crema agria, que sé te gusta, y
a mí también. Le pongo tapa a la sopera. Y bajo a la playa, sin espera.
Para que no se enfríen.
Vos, mi Szakács, me estás esperando con el gulash.
Amarramos gulash y galuskas en platos entibiados junto a la hoguera de
quebrachos entre rojos y canosos.
Nos amarramos los dos, gozosos.
La luna nos envidia y una nube la tapa y la fastidia.
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Alberto Naso
Villa Gesell, Argentina
palabrasordenadas@protonmail.com