REFLEXIÓN SOBRE LA PASCUA DEL ENFERMO.pdf


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Porque es fácil servir algunos días o algunas horas. Pero cuidar a los enfermos
durante meses e incluso durante años entraña una gran dificultad. Más aún, en
muchos casos una verdadera heroicidad.
Desde aquí quiero agradecer a estas personas, especialmente si son
creyentes, su valiosísima atención a los familiares enfermos. El Señor se lo
pagará como él sabe hacerlo.
El testimonio de estas personas tiene que ser un estímulo para todos los
demás. Es verdad que no podremos hacer con los enfermos lo que hacen ellas.
Pero todos podemos –y debemos- hacer algo por los enfermos.
En primer lugar, podemos abrir más los ojos del alma para descubrir las
personas que están enfermas y con frecuencia están solas.
Quizás son personas con quienes hemos trabajado durante años, vecinos de
portal o de barrio, conocidos de la misa de los domingos, vecinos del mismo
portal, calle o pueblo.
En un mundo comido por las prisas y la eficacia, como el nuestro, podemos ir
tan deprisa por la vida, que no advirtamos que estas personas necesitan
nuestra ayuda.
Además de descubrir a los enfermos, es preciso dedicarles tiempo. El tiempo
es hoy un tesoro muy apreciado y al que estamos tan apegados. Desprenderse
de él y donarlo con generosidad cuesta mucho y fácilmente encontramos
justificaciones para seguir siendo nosotros sus únicos usufructuarios.
Hay que aprender el don de la gratuidad y valorar que es mucho mayor tesoro
regalar el tiempo sin esperar nada a cambio que mostrarse avaros del mismo.
En nuestro calendario y en nuestra agenda debería estar reservado un tiempo,
cuando menos semanal, para visitar enfermos, ancianos que viven solos,
amigos hospitalizados o conocidos que no pueden salir de sus casas.
Pero hay un peligro si cabe todavía mayor. Me refiero a quedarse a mitad de
camino en el cuidado y atención a los enfermos. Está bien que pasemos horas
junto a ellos y, en el caso de los familiares, que nos desvivamos en cuidados y
atenciones materiales con mucho cariño.
Siempre que sea posible y con el máximo respeto a la libertad de los enfermos
moribundos, henos de ayudarles a cruzar el umbral de este mundo hacia la
eternidad poniéndolos en las manos misericordiosas de Dios Padre.
Prestar ayuda material y humana al enfermo es un objetivo encomiable. Pero
no puede ser la meta para un cristiano. Pues los cristianos sabemos que el
mayor servicio que se puede prestar a un enfermo es ofertarle el amor paternal
de Dios.
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Tenemos que llevar a los enfermos la sonrisa de Dios