REFLEXIÓN SOBRE LA PASCUA DEL ENFERMO.pdf


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Nunca en nuestra vida haremos algo mejor que querer a nuestros enfermos,
sostenerlos y sonreírles. Hay en el mundo un déficit de compasión.
El progreso de la ciencia, de la medicina ha aliviado muchas dolencias y vencido
muchas enfermedades, muchas pandemias… pero aparecen otras nuevas, como el
“cáncer” y el “sida”, el “corona virus” (covid.19) que nos recuerdan que todos podemos
pasar por la experiencia de la enfermedad.
Por eso, ante esta realidad, ¿qué enseñanza podemos sacar de la experiencia de la
enfermedad?. Pienso que la enfermedad puede ayudarnos:
 A descubrir la fragilidad y los límites de nuestra condición humana.
 A cuestionar el “culto” que damos muchas veces a nuestro cuerpo.
 A poner a prueba nuestra seguridad y nuestro orgullo, ya que la enfermedad
puede echar por tierra todos nuestros planes.
 A conocernos mejor a nosotros mismos, descubriendo si somos o no somos
capaces de hacer frente a los problemas de la enfermedad.
 A preocuparnos más de los demás y no preocuparnos sólo de nosotros
mismos.
En cualquier caso, la enfermedad nos plantea a los creyentes, una serie de
interrogantes:
 ¿Hago yo algo por aliviar la soledad y el sufrimiento de los enfermos?
 ¿Veo en el enfermo, no a un ser inútil, sino a un ser que sufre y que necesita
compañía, comprensión y cariño?
 ¿Estoy dispuesto a hacer algo por los enfermos?
Recordemos, para acabar, aquellas palabras de Jesús:
“Venid, benditos de mi Padre, a poseer el reino preparado para vosotros, porque
estuve enfermo y me visitasteis…”
Nunca en nuestra vida haremos algo mejor que querer a nuestros enfermos,
sostenerlos y sonreírles. Es más sencillo comprarle un regalo al abuelo que ofrecerle
media hora de amistad. La mejor medicina es la cercanía, la comprensión cordial.
Y este debe ser el gesto cristiano de cara al enfermo; acercarse a él, ponerle la mano
sobre la herida, compartir su dolor, aliviarlo en lo posible… Y a lo mejor descubrimos
que en vez de darle nosotros a él, es él quien nos da a nosotros. Porque siempre es
así: es más lo que recibimos que lo que damos.