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- ¿Quién dice que no? Lo que yo sostengo es que el Sol no durará eternamente.
Eso es todo lo que digo. Estamos a salvo por veinte mil millones de años, pero ¿y
luego? -Lupov apuntó con un dedo tembloroso al otro. - Y no me digas que nos
conectaremos con otro Sol.
Durante un rato hubo silencio. Adell se llevaba la copa a los labios sólo de vez en
cuando, y los ojos de Lupov se cerraron lentamente. Descansaron.
De pronto Lupov abrió los ojos.
- Piensas que nos conectaremos con otro Sol cuando el nuestro muera, ¿verdad?
- No estoy pensando nada.
- Seguro que estás pensando. Eres malo en lógica, ése es tu problema. Eres
como ese tipo del cuento a quien lo soprendió un chaparrón, corrió a refugiarse en
un monte y se paró bajo un árbol. No se preocupaba porque pensaba que cuando
un árbol estuviera totalmente mojado, simplemente iría a guarecerse bajo otro.
- Entiendo -dijo Adell-, no grites. Cuando el Sol muera, las otras estrellas habrán
muerto también.
- Por supuesto -murmuró Lupov-. Todo comenzó con la explosión cósmica original,
fuera lo que fuese, y todo terminará cuando todas las estrellas se extingan.
Algunas se agotan antes que otras. Por Dios, los gigantes no durarán cien
millones de años. El Sol durará veinte mil millones de años y tal vez las enanas
durarán cien mil millones por mejores que sean. Pero en un trillón de años
estaremos a oscuras. La entropía tiene que incrementarse al máximo, eso es todo.
- Sé todo lo que hay que saber sobre la entropía -dijo Adell, tocado en su amor
propio.
- ¡Qué vas a saber!
- Sé tanto como tú.
- Entonces sabes que todo se extinguirá algún día.
- Muy bien. ¿Quién dice que no?
- Tú, grandísimo tonto. Dijiste que teníamos toda la energía que necesitábamos,
para siempre. Dijiste 'para siempre'.
Esa vez le tocó a Adell oponerse.
- Tal vez podamos reconstruir las cosas algún día.

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