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CUADERNOS DEL CENDES

Desarrollo como libertad

AÑO 23. N° 63

Entrevista con Amartya Sen

TERCERA ÉPOCA
SEPTIEMBRE-DICIEMBRE 2006

el gobierno del mundo. Era, pues, un mundo diferente. No había en él ni un solo país pobre
que fuese democrático. Además, la vinculación de la democracia con los derechos humanos era todavía algo nuevo. Las propias Naciones Unidas, pocos años después de BrettonWoods, estaban todavía preparando la Declaración Universal de los Derechos Humanos,
con lo que la perspectiva que aunaba dicha vinculación entre democracia y derechos humanos no podía más que encontrarse todavía en estado embrionario.
Hoy, en cambio, existen en el mundo ONGs altamente poderosas, lo que en ningún
caso se daba en aquel momento. Oxfam se fundó en 1942, pero en aquel entonces no era
más que una pequeña organización destinada a prestar ayuda y que poseía una voz apenas audible en la gestión de las cuestiones de ámbito mundial. Con los años, esto ha
cambiado notablemente, y soy consciente –he sido Presidente Honorífico de Oxfam durante algunos años– de cuán fuerte es el compromiso de esta maravillosa organización en
hacer oír la voz de los más pobres y desfavorecidos. En la actualidad existen otras organizaciones que, como esta, luchan, por la vía tanto del trabajo concreto como de la
concienciación, en favor de los más desvalidos de nuestras sociedades: por ejemplo, Amnistía Internacional, Médicos Sin Fronteras, Human Rights Watch, Save the Children, Actionaid
y un largo etcétera. Sin embargo, en el mundo de mediados de la década de los cuarenta
o no existían, o jugaban un papel muy limitado. CARE se fundó justo entonces –recuerdo
dar clases en escuelas nocturnas provisionales en pueblos de Bengala, cuando terminaba
mi propia educación escolar, utilizando antiguas cajas de comida de CARE como mesas,
sillas ¡y hasta como pizarras!–, pero CARE era, básicamente, una organización de ayuda
que se centraba esencialmente en la distribución de comida. La posibilidad de que las
ONGs puedan ser partícipes influyentes, con voz, en el proceso de diálogo acerca del
desarrollo es algo muy reciente.
En aquel contexto, pues, el mundo que emergía presentaba una enorme concentración del poder en manos de lo que podríamos llamar los «países del establishment». Por
ejemplo, el presidente del BM siempre es estadounidense, mientras que el presidente del
FMI puede ser norteamericano o europeo, pero nunca podrá ser pakistaní o etíope, con
independencia de la calificación que tenga. Es preciso reflexionar acerca de estas desigualdades en la estructura de gobierno de estas instituciones, pero es poco probable que
esto ocurra en el corto plazo.
Las propias Naciones Unidas están haciendo frente a un problema similar –especialmente en lo que respecta a las asimetrías que se mantienen en el seno de su Consejo de
Seguridad– y, al ser una organización de cariz más político, ha llevado a cabo intentos de
replantear tales estructuras –hasta el momento sin demasiados efectos–. No creo que el
BM y el FMI hayan considerado seriamente la posibilidad de una reforma profunda de sus
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