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El intento de asesinar a Johannes Gutenberg
Ahora sueño los sueños de un otro.
Los míos, compañeros de tantos años, mermaron su luz, igual que una vela que
se queda sin pábilo.
Agotados de venir por las noches y fugarse antes de la madrugada, un día no
volvieron, al otro día tampoco, y me convencí que me abandonaron.
Un antiguo carromato avanzó en la oscuridad, se detuvo y un hombre, cuyo
rostro no distinguí bien, descendió, se sentó en una tapia de piedra, el
carromato reinició la marcha, el desconocido quedose, y sus sueños me
invadieron, ausentes de sobresaltos, con aires de comedia.
Hasta ayer.
Los policías me miraron dudando si era un cómplice arrepentido o un
extraviado, la calificación cambiaba el valor de la denuncia, y la respuesta
cursaba en una versión vernácula del Hamlet, una metamorfosis del ser o no
ser al ir o no ir.
Para llenar los papeles me preguntaron, sonriendo indulgentes, la dirección del
futuro evento, y los sucesos que imaginaba sucederían.
-Yo no los imaginé- le contesté al psicólogo que sacudió el aburrimiento de la
guardia y una hora después vino desde su consultorio.
-Le cuento, no, mejor le narro, porque contar puede sonar a cuento, a invención,
a fábula, o como decía un vecino que llegó de España, a jácara.
Transcurría el 1500, dos hombres se encontraron en el zaguán de un convento
y caminaron con sigilo hasta una habitación pequeña, de techos altos y paredes
blancas, desiertas de ornamentos o colgantes, una pequeña ventana iluminaba
dos sillas de madera de nogal y una mesa.
El huésped del monje dedicado al rezo y la escritura manual de libros, era un
monje chino llegado luego de un largo y peligroso viaje. Traía como obsequio
un libro escrito a mano en chino clásico.
El hospedante abrió un arcón de tapa plana y le entregó, en reciprocidad, un
ejemplar transcendental en latín medieval.
Dos libros limitados a poderosos y a los eruditos capaces de leerlos.
Nadie los había visto, por eso se perdieron los detalles del conjuro fundacional
que persistió, cruzó fronteras de tiempo, de lugares, y puso su mirada
vindicativa en Villa Devoto, quinientos años después.
El psicólogo que escuchaba en silencio me estimuló a revelar mis fuentes.
- Bueno, como ya le dije a los policías, me entere anoche, cuando soné el sueño
del otro. Un grupo de hombres sentados alrededor de una mesa redonda,
apenas iluminados por la luz de unos sirios, maldecían con voz gredosa a un tal
Johannes y, aunque no pude escucharlos bien, abominaban de él, de sus tablitas
llenas de hierro y el desambiguado del conocimiento. Recuerdo esa palabra
aunque no sé su significado. Usted seguro lo sabe.
Después se vistieron de negro, guardaron en sus mochilas
caretas,
encendedores, unas latas, y se estimularon con puñetazos al aire, palabras y
frases de incitación a las que no les presté atención, salvo la dirección de
Juan Gutenberg esquina Mercedes.
Allí donde está la biblioteca Resista el Cuartito.
Me desperté asustado porque vivo a dos cuadras del lugar y decidí venir a
contarlo para que vayan y si los ven los detengan, antes que ataquenEl psicólogo habló con los policías.
El patrullero partió y yo me quedé arrojando una taba imaginaria, suerte o culo.
☼☼☼
Alberto Naso
Villa Gesell, Argentina
palabrasordenadas@protonmail.com


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