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El asesinato del anticaries
Al profesor lo tengo por un hombre serio, asentado como dicen. Hace dos días
me sorprendió cuando al ejercicio de Análisis e Investigación le puso como
título: La vaca.
Los veintitrés alumnos cruzamos sonrisas cómplices, algunos se taparon la boca
para no reír, pero se impuso en el momento el respeto al profesor.
Después cuando se fuera, primero hubieran sido las carcajadas, y como
siempre detrás, las palabras hiposas, que explican para que las risas no
parezcan solo una mueca y un sonido, que las justifican para no dejarlas huir
abandonando en un engorroso silencio a los risueños.
Pero no sucedió lo previsible, se interpuso el cierre que golpeó brutal,
conmovedor, atónitos de vernos, de imaginarnos así allí.
“Un caso típico de muerto no reclamado, que quedará en el cajón de algún
escritorio, el tiempo necesario para pasarlo al archivo de los olvidados. Por eso
les traje este caso, porque si ustedes investigan y encuentran algo, quizás el
muerto regrese del olvido y sea alguien, aunque siga muerto”.
Hendiendo el mutismo salí al patio interno y lo vi pasar al profesor hacia la
puerta de salida, caminando erguido, sereno, circunspecto, delante de una
estela de sensatez, y fue en ese momento, en ese preciso , que me nació la
duda.
Me dije que este tipo no podía habernos jugado un chiste de la escuela, cuando
a cualquier escrito que se nos venía encima, cuyo nombre hasta el momento del
anuncio por cierto desconocíamos, al saquen una hoja tenemos composición, a
coro contestábamos ¡composición la vaca !
No, no era posible, por burdo, y si me tendía más allá, por ofensivo, y se me
metió entre ceja y ceja que la vaca tenía olor a gato encerrado. Bueno, es un
decir, nunca olí un gato encerrado. Por eso, cuando volví mi casa y leí en detalle
el ejercicio, me quedé uncido con el título. Y no fue malo.
Hay que barrer la hojarasca, claro que sin tirarla, por si más tarde se la
necesita.
1

Un hombre es encontrado muerto en una humilde casa del suburbio pobre.
En realidad lo mataron. De tres balazos. Del arma no hay rastros. Vivía en la
indigencia, estaba flaco, quizás desnutrido.
Se me ocurre que como dice el tango, fané descangallado. Pero la imagen es
una salida de pista, no estaba en el sitio del hecho, mejor la omito.
Desprolijo en su aspecto, pelada cubierta por unos pocos pelos largos, barba
de varios días, uñas crecidas, algunas rotas, tiene sin embargo una dentadura
propia en perfecto estado, sin una sola carie, sin huellas de algún arreglo.
En la cocina encontraron jeringas, probetas y elementos químicos, lo cual
motiva la intervención de peritos especializados en drogas. Pero no hay nada
prohibido y los químicos hallados son de un compuesto no conocido. Que será
analizado.
En el primer momento, si queremos avanzar, nos tendremos que arreglar sin el
análisis.
Apoyado en un costado del lavatorio, dentro de un vaso de los que se usan para
guardar el cepillo de dientes y la pasta dental, hay solo una dentadura postiza.
Existen otras descripciones que abundan sin agregar nada significativo.
Las de costumbre. Tiene familia, no. Lo visitan personas, no. De qué trabajaba,
los vecinos saben poco de él, de su pasado, ni siquiera si es jubilado. Pero lo
aprecian, era servicial, callado, honesto.
El profesor cerró la presentación del caso, con palabras cuya intención
recuerdo textual, y me comprometen.
Me crié en el campo, adoro las vacas, que por cierto huelen a vaca.
Tengo una pequeña tallada en madera, regalo de mi padre que vive allá en
Misiones, en el pueblo de mi origen, el que me enseñó aún chico, tenía seis
años, a jugar al ajedrez.
La puse en el centro del tablero, en cuatro dama, y al rey lo dejé acostado,
como el muerto, en uno caballo rey, como si se hubiera movido de donde nació,
buscando refugiarse en una esquina, me percato que el muerto algún día se
movió a ese casa, para encontrar el final.
La vaca que protege la diagonal negra, no es más que una guarda tardía, un ángel
postrero que le puse yo, un gesto fútil que memoria la desdicha del hombre y
su descubrimiento, la vacuna anticaries.
2

Odio las caries, por el dolor y el trance, espantoso, de concurrir al dentista.
Pero sospeché siempre que los dentistas subliman las caries porque es el sostén
de su trabajo, y el de todos los que venden algo para pacificarlas.
Esta vez el amor desemboca en el odio, su trasluz, y la torre negra de ocho
caballo rey lo asesina, al infiel, al pagano, al disidente, al réprobo, al innoble.
Junto a la pileta del baño, en el vaso que se usa para poner el cepillo de dientes
y la pasta dental, la prótesis dental completa es la firma, el sello mafioso.
Crezco en la seguridad de la explicación certera, del desagravio que le traerá
algún sosiego al muerto asesinado, aunque a él ya quizás no le interese.
Cada alumno es probable elija un camino de análisis distinto, a veces sumando
se averigua lo sucedido.
Así dicen pero no estoy seguro, por lo menos en este caso incordioso, la clave
de las conexiones estaba fuera del relato del lugar del hecho y lo que se
encontró, aún la disidencia entre la dentadura propia en perfecto estado y la
prótesis dental completa, no alcanza, conduce a senderos sin salida del
laberinto de buscar un hombre ilusorio que olvidó su prótesis.
Mi duda no versa sobre la certeza que tengo, orilla la legitimidad de haber
usado el título La vaca, para imaginar la vacuna anticaries encontrada por el
hombre que mataron, y flaco, desnutrido, uñas crecidas, algunas rotas, tenía,
como en un mundo de lo absurdo, a salvo su dentadura.
Fue en ese entonces cuando avizoré que alcanzar el fondo de cualquier cuestión
está en el hombre, en el lugar solo hay pistas; y su voluntad, la voluntad del
profesor, la mía, son campanas que repican en el cielo de los muertos
asesinados.
.

3


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