El doloroso viajar de la rodilla
“Había en mi frente tantos inviernos
que también ella tuvo piedad.”
Alfredo Le Pera

Hoy me abandonó, estoy dubitativo entre celebrarlo o añorarla.
El dolor de la rodilla izquierda, se marchó sin aviso.
En la familia y los conocidos no entienden la razón de mi duda, alegan que es
normal que la gente celebre el fin de una dolencia, algunos, si la gravedad del
mal lo amerita, encuentran paz, buscan olvido.
Un primo, que hace años que no veo, hizo una fiesta con champán y discurso
incluido, después de sortear una que traía malaventura.
En los diarios aparecen agradecimientos a alguna santidad, por haber
ahuyentado los dolores.
La vereda por la que caminaba estaba y sigue estando a más de un metro de
altura respecto a la calle, al llegar a la esquina de 107 y 7, tiene tres escalones
que descienden al nivel del camino de arena. Se supone que la gente los baja.
Yo los volé.
Aterricé en el segundo escalón, contado desde arriba, y la rodilla izquierda
actuó como tren de aterrizaje.
Primero me dolió la inutilidad, después, cuando me levanté, la rodilla izquierda
ocupó mi preocupación.
En la guardia del hospital un médico sentenció, mirando la radiografía, -no
tiene ninguna lesión ósea-.
Era cierto pero el dolor siguió, y como no se hinchaba, me dije que pronto
desaparecería. Ingenuo de mí, razonaba contra la naturaleza que pertinaz
seguía, por ahora invicta, buscando quedarse.
El peregrinaje por los métodos curativos tuvo un comienzo y la esperanza
supuso un final, en esa seguridad que siempre la hay.
Alguien me propuso la acupuntura. Allí fui en busca de las agujitas y después
de varias sesiones, recuerdo por lo menos tres, la rodilla seguía fulera.

Le llegó el turno a los masajes. Experta la señora lograba anular el dolor por
algunas horas, por lo menos hasta que me iba a dormir. A la mañana siguiente
la rodilla decía – qué tal.
Recurrí a la homeopatía, en casa hay varios cultores, y tenemos un botiquín
lleno de frasquitos, contienen los conocidos globulitos, en la tapa un número,
etiquetado casero te dirige al vademécum, también casero, donde podes leer
para qué sirve cada preparación.
En la ocasión me volví creyente, y empecé, veinte globulitos de Cuprum, cada
12 horas, el nombre debe venir del cobre, y no sé si necesito cobre, pero en
fin.
En el nostro vademécum Cuprum tiene el número 42, y en el libro de los sueños
significa la zapatilla. Homeopatía y zapatilla me remitieron a la rodilla.
Conjunción de planetas.
Rengueando por el dolor empezó un encuentro con la susodicha, era el mes de
Enero, el mes Jano, el dios de la mitología romana que significaba el comienzo.
Teníamos al igual que el romano, dos caras, la rodilla miraba a la derecha, yo a
la izquierda, unidos en una misma efigie pisamos senderos durante varios
meses, forjando, ósmosis mediante, una amistad.
Por precaución no lo conté, a cualquiera le resultaría extraño, con la convivencia
el dolor se naturalizó, cambié el quejarme por el olvido, esa rodilla se hizo
compañera.
Así seguimos, compartiendo momentos y achaques, en calma, sin globulitos u
otras terapias. Me atreví a llamarla un miembro nuevo en el cuerpo, la tercera
rodilla, internalizada en el espíritu. Ayer descubrí el abandono sorpresivo de
la amiga, el regreso de la antigua rodilla izquierda, el habitar de la dubitación.
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Alberto Naso
Villa Gesell, Argentina
palabrasordenadas@protonmail.com