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desenreda para retirar de su lado, con desesperación, a Lalo.
Ya es de tarde, pero todavía posee juicio. Los demás, conforme el día ha avanzado, se han desconectado.
–Mi nombre es Olga y tengo 24 años de edad y llegué aquí
hace 10 años –asegura con corrección–. Mi familia me maltrataba porque no tuve papás. Me pegaban. Si me sacaba un nueve, me golpeaban y bañaban con agua fría.
–¿Y aquí es mejor?
–No, los grandes se quieren pasar de verga todo el tiempo. Los que tienen más tiempo nos quieren mover a los morros. Son malditos. A mí me han mazapaneado por esto y
aquello, por no limpiar, por no hacer las cosas. Luego digo:
“¡chale, si en mi casa no hacía nada!”.
Aquí, por más que barra, la mugre es la mugre. Aquí los
cabrones nos madrean, no nos dan de comer, nos embarazan. Es una perdición, la verdad.
–¿Cuántas veces has estado embarazada?
–En este año, dos veces. El primero lo aborté con pastillas.
Era de un mes y se me salió luego, luego. Del otro me hicieron
un legrado. ¡Ya se me estaba saliendo y de aquí me llevaron y
caminaba y ya se me estaba saliendo el feto! –solloza.
–¿Te causa tristeza?
–No sé –su voz se adelgaza y tiembla–. Yo veo chavas que
no cuidan a sus hijos y yo me estaba dejando de drogar y estaba comiendo. Ya sentía mi pancita. Y me hice una prueba
con el Doctor Simi y salió que no estaba embarazada y me dio
pa’bajo y dejé de comer y me empecé a drogar más y a tomar
más. Luego me dieron unos cólicos bien gachos y se me salió
mi bebé. Se me salía y no me querían atender en el hospital.

Olga inhala profundo.
–¿Cuánto te dura un charquito de 10 pesos?
–Como una hora.
Lalo se acerca tembloroso, con la mirada de un boxeador
tirado con la cuenta en nueve.
–¡Estoy en mi entrevista, cabrón, ya deja de chingarme la
madre! –grita la muchacha–. Compro aquí, atrás, en la Guerrero, en Tepito.
El Duque, un enorme perro negro, corre detrás de un auto,
pero resbala y cae de lomo. Todos ríen.
–¿Me vas a hacer caso o qué pedo? –reclama Olga. Lalo
regresa y le ofrece un papel bañado en activo. Ella lo toma–.
¡Ahora quítate a la chingada, porque estoy en una entrevista! ¡Adiós, adiós! –demanda con autoridad–. Mira, la verdad, yo no quiero estar aquí. Yo sí sé leer y estudié hasta el
primer año de preparatoria.
–¿Y por qué no te vas?
–En verdad, por más que me anexo y me anexo siempre
vuelvo al mismo lugar... Mi familia me apoya. No sé, algo me
jala. Tengo nueve anexos en todos lados: con cristianos, con
los padres, en Iztapalapa. Y yo me pregunto qué hago aquí,
qué hago entre estos cabrones, entre estos pendejos –algunos de sus compañeros de vida voltean hacia ella e intentan
enfocarla, como si hubieran escuchado los insultos a años
luz de distancia–. Mi sueño era el diseño gráfico, porque tengo
habilidad para dibujar. ¡Pero no puedo, en verdad que no puedo
dejar esta madre!
Su voz se acerca a un gemido que, antes de serlo, ahoga moneando. ¶

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| EMEEQUIS | 08 de octubre de 2012

En entrevista con emeequis, Silvia Cruz dibuja un hexágono
en perspectiva vertical, de cuyo ángulo superior extiende una
línea hacia afuera y escribe “CH3”. Al centro de la figura coloca
un círculo. Es la representación de una molécula de tolueno.
El tolueno es el compuesto más presente en los inhalables
utilizados en México. Existe en algunos tipos de pegamento
–en la calle conocido se le conoce como chemo–, en solventes como el thinner –tinaco–, el activo y hasta en un plumón
de tinta permanente.
Cruz detalla que sus efectos se parecen a los provocados
por su primo molecular, el alcohol: sedación, sueño, falta de
coordinación motriz y fragilidad emocional, pero, además,
producen alucinaciones.
Los inhalables son entre 100 y mil veces más potentes
que la bebida y más baratos. Su vía de administración –¿qué
es más natural que respirar?– provoca la falsa creencia de
que son poco nocivos en comparación, por ejemplo, con la
heroína, generalmente inyectada en las venas.

El tolueno aumenta los niveles de dopamina en regiones
del cerebro fundamentales para la repetición de la conducta,
lo que explica su capacidad de producir adicción.
Los efectos de los disolventes pueden ser temporales
o permanentes, dependiendo de los químicos inhalados, la
susceptibilidad individual, la concentración y el tiempo de
exposición. Algunos daños, como la pérdida de la memoria
o el deterioro sensorial, pueden ser irreversibles.
Hay disolventes especialmente tóxicos para blancos específicos en el organismo. El tolueno, por ejemplo, es muy dañino para la sustancia blanca del sistema nervioso –sistemas
de fibras que conectan entre sí diversos puntos de la corteza
cerebral– y las células del oído medio, por lo que produce sordera y un deterioro general de las funciones vitales.
Los disolventes están diseñados para ser, entre otras
cosas, desengrasantes y, dado que el cerebro está constituido por lípidos, causan un daño esencial a la película que
recubre las neuronas.
Los usuarios crónicos de inhalables sufren de frecuentes dolores de cabeza y perturbaciones del sueño. Además,
presentan una mayor frecuencia de trastornos psiquiátricos,
incluyendo depresión, ansiedad y demencia. Existe, también,
mayor riesgo de suicido entre esta población.
El panorama es lamentable, pero no necesariamente debería ser así. Hay experiencias prometedoras en Canadá en
que adictos de 15 o 20 años de consumo intenso lograndejar
los solventes e, incluso, regresar a la escuela.
–¿Son casos perdidos?
–No. Si bien los niños y adolescentes son más susceptibles
a las adicciones, poseen cerebros más plásticos, es decir, un
área deteriorada puede ser suplida por otra en mejores condiciones. Sí hay esperanza. (Humberto Padgett)

áreas relacionadas con la memoria, por lo que la capacidad
de aprendizaje queda afectada.
A diferencia de lo que ocurre con otras drogas, existen
adictos en tratamiento menores de 10 años de edad, con
el más bajo perfil educativo y situaciones más profundas
de pobreza.
A pesar de toda la información obtenida durante décadas
de abuso de estas sustancias, apenas el 23 de agosto pasado
las autoridades del DF modificaron las leyes que obligan a
las delegaciones a restringir la venta de thinner, aerosoles,
solventes y gases utilizados como productos caseros a menores de 18 años o personas con alguna discapacidad.

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